Facetas


Carta a los abuelos

IVIS MARTÍNEZ PIMIENTA

17 de septiembre de 2017 06:57 AM

Los viejos guerreros no mueren, se desvanecen, Douglas MacArthur

Abuelo, ahora que has partido quiero gritar lo mucho que te extraño.

Tú que me criaste cuando mis padres no podían estar conmigo, que limpiaste mis desórdenes en el cuarto y abogaste por mí, a tí quiero decirte gracias.
Gracias porque me enseñaste que las arrugas son pliegues con lo que se puede jugar y que cada cana vale unos 50 pesos… alcancé a sacarte muchas que no me pagaste ¡te lo recuerdo!
Me enseñaste a decir groserías internas, y a dejarme crecer el cabello.

Me enseñaste que ayudar a los desconocidos nunca está de más y que las lágrimas de los niños desaparecen con una colombina.

Que un dolor de columna mejora con un abrazo.

Que mis dibujos de artística eran las mejores obras de arte.

Que el ratón Pérez tiene mucho dinero.

Que la pobre viejecita tenía mucho qué comer.

Me enseñaste a apreciar una caminata de tu mano aun cuando a los otros niños los recogían en auto al salir de colegio.

Me enseñaste que “un sana, sana, colita de rana” es más poderoso que cualquier medicina y que nunca es tarde para engominarse el pelo.
Que los boleros y las rancheras son la mejor música para pasar las copas.
Y que las deudas siempre se pagan.

Nunca oí de ti un regaño aunque cada vez que estaba enojada y me hablabas no te respondía con amor, tú que no tenías la culpa de nada de lo que me estaba pasando, ¿cómo pude hacer eso? Perdóname abuelo.

Abuelo, nunca te lo dije pero siempre me sentí orgullosa de la manera cómo me preguntaban “¿ella es tu nieta?”
“Sí”, pensaba yo “él es mi abuelo”.

Abuelita, a ti no te he olvidado … a ti también te amo.

Un día cuando me oriné en los pantalones, para que mi mamá no me regañara me limpiaste antes de que ella llegara.
Mi escudo protector, mi armadura invisible.

Cada vez que cocinaban arroz de ahuyama en silencio te ibas a la cocina y me cocinabas otra cosa.

Me enseñaste que nunca hay comida suficiente en el plato de quien amas y que el almuerzo sabe mejor si está la familia unida.

Me enseñaste que una taza de café y un pan no se le niegan a nadie.

Que hablar mal del prójimo no te hace mejor persona.

Que una mezcla de hierbas y alcohol sanan los chichones y una pataconada con queso rallado, el corazón.

Que la ropa sucia se lava en casa.
Que los remiendos en la camisa son una forma de amor.
Que no hay que barrer para afuera.

             (...)
Un estudio de la Asociación Estadounidense de Sociología, señaló que una relación cercana entre abuelos y nietos adultos está directamente asociada a menos síntomas de depresión para ambas generaciones.

La ciencia ha denominado a la relación entre el abuelo y el nieto como un “apoyo tangible”.
Hay que verlo también como un amor desinteresado.

Por eso, comparto una cita de la antropóloga Margaret Mead: “todo el mundo necesita tener acceso a abuelos y nietos para ser un ser humano completo”.
 

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