Facetas


Cartagena, el negro en el blanco

JOHANA CORRALES

26 de julio de 2015 12:00 AM

¿Cuántos gerentes negros conoce usted? ¿Cuántos presidentes negros de bancos o en el sector portuario?

Se ha preguntado, ¿por qué si la mayoría de los cartageneros son afros uno no los ve en cargos directivos?

Lo más probable es que no. Jamás los hemos visto y jamás nos hemos cuestionado la razón. La gente se acostumbró a que fuera así. Es lo normal. Es como siempre ha sido. Y sabe por qué: porque en Cartagena se acabó la esclavitud, pero no el racismo.

Es un racismo diferente al de otras épocas. Este es implícito y hasta educado. A veces no se tiene que decir nada, con mirar basta. A veces no se tiene que mirar, con pensar es suficiente. De ahí expresiones como: “Negro tenía que ser”, “Ay, pero es una negrita fina”, “Anda, mira hasta dónde ha llegado, y eso que es negro”.

Para el asesor senior del Observatorio Distrital Anti Discriminación Racial (ODAR), Edwin Salcedo Vásquez, desde esa entidad se han hecho investigaciones  y, al parecer, existen creencias que el capital humano o de formación de las comunidades afros o indígenas no está al nivel para poder acceder a esas posiciones.
En otras palabras, no hay negros profesionales.

“Lo curioso es que en el estudio también encontramos que la gran mayoría de profesionales que han sido formados en Cartagena desde los años 70 hasta la actualidad son predominantemente afros. Entonces, ¿dónde están?”.

Es como si las comunidades negras no tuvieran lo que se necesita; o por lo menos, no les alcanza, para poder establecer unas condiciones de confianza en un entorno donde no los conocen ni los reconocen.

-Pueden estar muy preparados, pero no pertenecen al club tal o al círculo X. Se tienen claros los roles que se supone debe tener una persona en la sociedad. Esas son las hipótesis de la investigación-, agrega.

Por su parte, Moisés Álvarez Marín, director del Museo Histórico de Cartagena (uno de los escasos directores afro de la ciudad, y a quien no le ha sido fácil mantenerse en su cargo por su condición étnica), considera que el ejercicio del poder siempre ha sido asociado con el blanco, con el dominador. Por fortuna, esa situación está cambiando:

“Ya el blanco no es el centro del poder, el chacho de la película, el eje de construcción de la historia, sino que el panorama completo de nuestra sociedad se ha transformado. Lo que se trata es de demostrar que toda la presencia africana ha enriquecido nuestra cultura en todos los órdenes, y una sociedad como es Cartagena necesita conocer eso”, dice.

Tanto Marín como Salcedo creen que cualquier tipo de práctica discriminatoria, con base en la raza, es una aberración que está fuera de todo margen de lo racional.
Este último afirma que hay otros estudios que indican que el 74% de la población cree que la discriminación racial existe, y el 86% siente que hay discriminación fuerte en los espacios laborales. Ahora, lo difícil es comprobarlo.

Cuenta, además, que hace unos años la Universidad de Princenton, en conjunto con la Universidad del Valle y el Centro Nacional de Consultoría, realizó un estudio utilizando una paleta de colores de 13 tonalidades. Los colores iban de los más claros a los más oscuros, determinando que mientras una persona tenga el tono de piel más claro, tiene más posibilidades de acceder a una mejor educación, nivel de ingresos y movilidad social. De igual forma, entre más oscura la piel, menos posibilidades.

Otro dato de la investigación es que la mayoría de los consultados se sentían un tono de piel más claro del que en realidad eran. Esto pasaba, en especial, con las mujeres negras. Siempre se identificaron con un tono más claro.

“Unos negros de mierda”

Según Moisés Álvarez, estas malas costumbres se presentan porque tradicionalmente ese es el cuento que a través de todas las instancias le hemos transmitido a la población.

Si bien ya hay avances en la educación, los programas de historia nunca han contado la verdadera historia, no la de los próceres, blancos y elitistas, sino la de los negros y mulatos que estaban en las revueltas independentistas. Ahí nace una nueva historia que también merece ser conocida.

“Esos hitos han quedado en el imaginario colectivo y no tienen ninguna razón de ser. En términos vulgares, nosotros no hemos hecho sino enseñarle a nuestra población, especialmente a los afro, que son unos negros de mierda”.

O si no que lo diga Hermen Enrique Terán, director de la Corporación Folclórica Candela Viva, un grupo afro que se pone a bailar y a tocar música del Caribe, en la Plaza de Bolívar. Se ha sentido discriminado en varias ocasiones, pero recientemente por la Policía. El folclorista, de 37 años, asegura que los agentes no los dejan presentar sus espectáculos libremente y está casi seguro que tiene que ver con su color de piel.

De todos lo que le ha sucedido, según él por negro, el que más recuerda ocurrió en la desaparecida discoteca Cucayito, en la calle La Arsenal.

“Iba a entrar con mi grupo de amigos y no nos dejaron ingresar, porque no permitían negros. No entiendo, y eso que la disco se llama Cucayito ¿El cucayo no es negro, pues?”.

El caso de Maribel Segovia, una retratista del Centro Histórico, es un poco distinto. Le heredó la discriminación racial a su madre. La mamá de Maribel siempre creyó que por el color de su piel no pudo conseguir un trabajo acorde con sus capacidades.

“Mi papá es blanco y mi mamá es negra, de San Onofre. Casi todas sus amigas eran de clase medio-alta, y siempre prosperaban. Pero mi mamá sentía que no había tenido tantas oportunidades por ser negra”, cuenta Segovia.

Maribel creció bajo esos estigmas, pero a medida que fue creciendo se fue despertando su deseo de conocer más sobre sus ancestros y la cultura africana. Fue así como trabajó en la fundación Colombia Negra, en Bogotá.

“A partir de ahí, aprendí a valorarme y a conocer el aporte que hicieron los africanos ala construcción de la sociedad, al legado cultural en las danzas,la poesía, la pintura y la gastronomía. Ahora me siento orgullosa de mis raíces”.

A la salida del Parque Bolívar está Hernán Torres. Lleva, increíblemente, 58 años trabajando como embolador. Le cuesta decidirse por un solo suceso que le haya ocurrido por su color: “Ya sé, te voy a contar el que más me dolió”, me dice.

Hace varios años llegó al puesto de Hernán un abogado a que le embolara sus zapatos.

-¿Cuánto vale su trabajo?-preguntó, despectivamente, el hombre.
-$150 pesos-respondió Hernán.
-Le voy a dar $50 pesos, si le sirven- y le tiró las monedas en el suelo.
-Señor, disculpe, yo no soy su esclavo- y recogió las monedas del piso y se las arrojó en la cara.

Mientras me cuenta, tiene la mirada perdida, como dice uno, está mirando lejos. Finalmente me mira con sus ojos azules, que algún día fueron negros:

-Niña, la discriminación racial nunca se va a acabar. No se sabe cuál de los dos es más racista: si el blanco o el mismo negro. Fíjate, el negro muy poco le sirve al negro. Siempre le sirve al blanco. 

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