En Cartagena nunca habían existido tantos trancones como ahora. La falta de luz en los semáforos merma el tráfico en determinados sectores. Algunos centros de salud funcionan a medias y pueden verse más pacientes desesperados que de costumbre, derritiéndose en sudor en sofocantes salas de espera sin aire acondicionado.
Lo mismo pasa en bancos, oficinas, colegios y comercios, cuyas plantas de energía son insuficientes para suplir por completo la falta del fluido eléctrico.
Y es que el calor golpea más que siempre, tanto que por las noches muchos prefieren sacar colchones y hamacas para dormir en salas, terrazas y hasta en el patio de las casas, como una opción desesperada para exiliar al sofoco de sus cuerpos.
Bañarse tres, cuatro y hasta cinco veces al día, es también ya una costumbre que va en aumento, igual que irse a pasar el rato en un centro comercial, en la casa de la tía, del primo, del hermano o el amigo que sí tenga luz.
Hogueras extintas sobre algunas algunas calles emanan todavía algo de humo negro propio de las llantas quemadas.
Aunque por un lado las protestas han disminuido en algunos sectores, en los que la gente entendió que esa no es la solución y acogieron el llamado a la calma de las autoridades, por el otro siguen ocurriendo y los carriles de vías principales son un blanco fácil de barricadas improvisadas y bloqueos. La situación puede tornarse caótica.
Nelson, tendero de un barrio al sur de la ciudad, anda sumamente preocupado por estos días. Bota de las neveras pescados podridos; el queso y embutidos dañados, al perder la cadena de frío, también van directo a la basura.
Remata entre su clientela, por unos cuantos pesos, sus últimos kilos de carne y pollo, antes que corran la misma suerte. No consigue alquilar una planta eléctrica para hacer funcionar los congeladores, la demanda es alta, tal vez no encontrará por lo menos en una semana.
Nadie compra gaseosas o jugos calientes, mucho menos cervezas, y su negocio de venta de licores, al lado de su tienda, se mueve poco o nada.
Las noticias no son alentadoras, en el periódico se entera que los apagones sistemáticos que comenzaron hace una semana -muchos dirán que fue antes-, al parecer continuarán, y no hay claridad sobre hasta cuándo van.
Las últimas chichas de arroz artesanales, que a Nelson le suministran desde una microempresa de un barrio vecino, están fétidas. Y esa misma microempresa prácticamente para su producción, porque los cortes de luz frenan los pedidos.
En algunos sectores de Cartagena, la luz llega como oasis en un desierto, para aliviar el calor y la sed de agua fría, pero al cabo de una horas vuelve a irse. En otros cuentan con más suerte y con más horas de energía, para otros, más afortunados, la luz nunca se ha ido.
CON VERGUENZA
A David, un primo de Nelson y dueño de un hotel en el Centro, tampoco le ha ido bien. A los hoteleros en general se les cae la cara de la vergüenza, no saben cómo explicar a sus huéspedes la incomodidad por el calor o la oscuridad. El ruido y los olores de las plantas eléctricas, para los hoteles que las tienen, pueden resultar también molestos.
Así que muchos hoteleros, sin más remedios, ofrecen descuentos, cenas, almuerzos y hasta noches gratis para compensar a su clientela y dejarla contenta. “La operación nunca va a ser igual con una planta eléctrica a cuando tenemos el fluido de energía normal”, dicen.
Se supo de unos turistas venezolanos, recién llegados directo de Guarenas (municipio cercano a Caracas), que se unieron a una manifestación por falta de energía. No podían creer que, en el paraíso tropical escogido para pasar vacaciones, se encontraran con la misma real desventura del racionamiento de su país natal. Pero era cierto.
LA TRAMPA
En el barrio de Nelson, han sido muchos los momentos oscuros desde el comienzo de los apagones. La oscuridad también es sinónimo de miedo por la inseguridad que pueda sentirse en las calles. Algunas mujeres prefieren no salir solas de noche, ante el temor de en cualquier momento quedar en medio de un apagón.
En las tiendas disminuyen drásticamente los pedidos a unos proveedores y aumentan a otros. Por ejemplo, ventas de velas y fósforos van al alza. Lo mismo pasa con insecticidas para mosquitos y baterías.
Particularmente, el kerosene, ese gas que venden en botellas pequeñas en las tiendas, se agota. Del “San Alejo” de muchas casas desempolvan las lamparitas de gas, reliquias del siglo pasado que dejan de ser adornos y recobran su vida útil. Aunque algunas de esas lamparas nunca han dejado de usarse en determinado sectores.
Gladis, una señora de 60 años, vecina de Nelson, saca la suya de un viejo baúl. En su casa hay aire acondicionado en los tres cuartos, y aprovechan cuando llega la luz, para prenderlos a full y así mantener frías las habitaciones el mayor tiempo posible.
En su vivienda no pueden ver televisión incluso cuando hay luz porque el único televisor que había se dañó tras un bajón del voltaje. Pero el ritmo de vida se ha visto transtornado por la falta del servicio, son más frecuentes las reuniones familiares en torno a la oscuridad dejada por la ausencia de energía.
La señora Gladis, en ocasiones se pregunta si la trampa que tiene para pagar menos en luz, tiene algo que ver con los apagones. Se siente algo culpable, es la única de su calle con fraude en el contador, sus demás vecinas pagan puntual y sin falta el recibo de energía.
BUSCAN SALIDAS
Mientras gobernadores y alcaldes de la Costa han exigido la intervención de la empresa de energía, el Ministerio de Minas y la Superintendencia de Servicios públicos evalúan soluciones, para solventar la crisis y evitar que se presente un apagón, como lo advirtió Amylkar Acosta, director de la Federación Nacional de Departamentos (FND).
RESARCIR A TURISTAS
Según Mónica Mass, directora en Cartagena de la Asociación Hotelera y Turística de Colombia (Cotelco), en los momentos críticos cuando los hoteles asociados a este gremio, han tenido que trabajar con plantas eléctricas, la experiencia les ha demostrado que “en muchos casos los huéspedes piden resarcimiento, es decir, hay que dejarles de cobrar la tarifa completa” o darles alguna compensación. “Esperemos que el Gobierno pueda sortear los inconvenientes que se están presentado”, afirma. Cotelco, agremia a 65 hoteles en Cartagena, un total de 3723 habitaciones.
CADENA DE AFECTADOS
“Con un apagón no solo se verían afectados los tenderos, si no todas esas familias y empresas que directa o indirectamente ofrecen sus productos refrigerados en esos lugares. Las tiendas manejan un gran porcentaje de productos que necesitan estar en congelador, necesitan luz: Este gremio sería el más afectado”, indica Luz Adriana Martínez, representante de la Unión de Tenderos y Comerciantes de Cartagena, con más de 700 afiliados, entre tiendas, ferreterías y restaurantes.
APAGAR LA ECONOMÍA
“El Ministro de Minas y el Superintendente de Servicios Públicos han descartado recientemente en un debate en el Congreso que el Caribe pueda sufrir un apagón, lo cual es un alivio (...) Un apagón sería tanto como apagar la economía y no estamos para eso, por eso confiamos en que no tendrá lugar y por el contrario cada vez más veremos los frutos de las intervenciones que mejoren el servicio”, asegura Mónica Fadul, directora en Cartagena de la Federación Nacional de Comerciantes, Fenalco.
El PROBLEMA
“El problema no es que no haya energía, el problema es que si diera eso, que colapsara la empresa, la energía no llegaría a todas partes. Tenemos que aclarar que los más afectados serían el sector residencial, el comercial y los hoteleros; las industrias mal que bien tienen algunos recursos y plantas de autoabastecimiento, aunque en algunos casos no pueden abastecer el 100% de sus necesidades. El problema es ¿por qué se ha llegado a ese punto?”, sostiene Enrique Vanegas Villadiego, ingeniero electricista y docente de la Universidad Tecnológica de Bolívar, con amplia experiencia en el tema.
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