Facetas


Claudia Silgado: una mujer con un libro abierto

JOHANA CORRALES

18 de octubre de 2015 12:00 AM

No hay nada más difícil que motivar a alguien a que lea.

La misión se vuelve más imposible si ese alguien es un adolescente que tiene necesidades más apremiantes como no tener qué comer al día siguiente, convivir con una familia violenta, tener amigos drogadictos o haber sido abusado sexualmente.

Quién viva bajo ese entorno, muy difícilmente logrará engancharse con la lectura.

A Claudia Silgado la contrataron para trabajar en una biblioteca que no existía.

La primera vez que visitó el barrio El Pozón, un niño, José Daniel, se le prendió de la mano y le ofreció un tour por esa zona.

“Mire, seño, allá vive una niña que violaron”. “Ese que ves allá (señala) mató al señor de esta casa”. “No mires a ese pelao, que te roba”. “Ese acaba de salir de la cárcel”.

Cuando llegó a su casa, no se podía desconectar de esa terrible realidad. Para ese momento, a Claudia también le habían ofrecido un trabajo como coordinadora general del Centro Cultural de La Boquilla, un cargo en el que ganaría más y se expondría menos.

Y, aunque la razón le decía que aceptara esta última oferta, su conciencia le señalaba que los niños de El Pozón la necesitaban más.

Es una convencida de que leer y escribir transforman vidas. Por eso aceptó el reto de trabajar en una biblioteca sin infraestructura; y, lo más grave, sin gente.

“Pasaron seis meses, y la gente nada que llegaba. Había días en que sentía que no podía más y me ponía a llorar con el vigilante. Él era quien me decía que cómo me iba a rendir, que ya tenía la biblioteca, que ya tenía un niño”.

Se le ocurrió entonces mandar cartas a los colegios y llegaron dos niños más. A esos dos les pidió que la próxima vez invitaran a dos amiguitos más. No entiende cómo, pero a la semana eran 200 niños.

Ahora el problema era otro: las bibliotecas son para motivar la lectura, no para enseñar a leer, y la mayoría de los niños no habían desarrollado esta habilidad.

“La gente me decía que los niños no iban a aprender a leer, pero me propuse que sí iban a leer y sí iban a escribir. Era difícil, porque tú les dabas un libro y te lo destruían en el momentico”.

A Claudia se le ocurrió entonces crear el Taller Lúdico Creativo Los Pilanderitos, que consistía en que los niños entendieran que aun en medio de la pobreza se podría salir adelante, que la lectura no tenía que ser aburrida y que jugando también se aprendía, y bastante...

Con la ayuda de varios aliados, que ella llama “ángeles clandestinos”, logró que importantes escritores del país y del mundo, quienes habían tenido una niñez difícil, llegaran hasta el popular barrio a compartir sus historias.

Algunos de ellos fueron el escritor cartagenero Carlos Enrique Colón, John Galindo, Fabián Martínez, Tiffany Murray y Jon Gower, estos dos últimos invitados del Hay Festival.

“Que alguien tan exitoso como Tifanny les contara, por ejemplo, que su papá era alcohólico, que su mamá no aguantó la situación y se separó y que el arte la salvó, era tremendo; o que Jon Gower relatara que fue abandonado de niño, que lo metieron en una canasta y pasó de hogar en hogar y se propuso siempre ser un escritor y hoy sea uno de los más grandes de Europa, era alentador para los niños”.

Todo parecía marchar bien, hasta que el entorno comenzó a afectar, como era normal, a varios de los niños de la biblioteca. Pero Claudia no pudo ser más asertiva:
“Primero, salió una de nuestras chicas embarazadas. Entonces, creamos un programa que se llamaba Lectura para Ángeles y nos reuníamos los martes a escribir poemas. Después, varios jóvenes los cogieron presos y hasta la Cárcel de Ternera fuimos a seguir el proceso con ellos”.

Los abuelos se quedaban solos. Por eso se inventaron Jugando con los abuelos. Más adelante, con la fundación Mar Adentro, hicieron el programa Tú me enseñas, yo aprendo en el que acercaron a la lectura a niños del barrio con algún tipo de discapacidad. Este último programa fue uno de los más difíciles de asimilar en la comunidad.

“La gente me decía que esos niños no entendían nada, que estaba loca. Pero les hice comprender que hay otras formas de lectura más allá de las letras y los símbolos. La lectura también es afecto. La gente se comió el cuento y esta población también se benefició de una forma muy especial del programa”, dice sonriendo.

Abandonó a su familia
El Pozón se convirtió literalmente en su familia: por pasar metida en el barrio, Claudia abandonó por completo el hogar que había formado.

“Di el 100% de mí a tal punto que descuidé a mi esposo, a mi hijo y a mi mamá. Fue tan absorbente que me deprimía mucho. Me dejaba golpear por la realidad de los pozoneros”.

Claudia tenía un contrato con la Alcaldía de Cartagena como la bibliotecaria de El Pozón, pero ella era más que eso: era la heroína de ese barrio. Estaba cambiando vidas, y ni siquiera era consciente de eso.

Como casi todas las OPS se demoraban hasta tres meses con el pago, pero ni siquiera eso la desmotivaba para seguir trabajando. Ya no lo hacía ni siquiera por el sueldo, su compromiso era ahora personal. Estaba motivada y decidida a cambiar la historia de ese lugar.

“El 99% de la gente es buena; solo el 1% es mala, pero no sé por qué solo sale la mala. Porque si tu abrías el periódico hace 3 o 4 años, veías 4 o 5 muertos del barrio y de repente comenzamos a aparecer en las noticias con los pilanderitos, quienes están escribiendo la nueva historia de su barrio”.

La biblioteca de El Pozón hoy es un gran centro cultural y uno de sus programas bandera es Casa Tomada, liderado por los pilanderitos, quienes no se parecen en nada a los niños tímidos y descuidados que llegaron la primera vez a la biblioteca.

Claudia, sin esperarlo, fue escogida por Señal Colombia como una de las Anónimas Extraordinarias del país, serie ganadora del Premio India Catalina 2015 a Mejor Programa de Inclusión Social. Hace poco el Centro de Cooperación Española expuso las mejores fotos de la serie.

Ya no está en El Pozón. Aunque hizo un trabajo silencioso, la contactaron del Ministerio de Cultura para que trabajara con ellos como Promotora de lectura regional.

En otros términos, Claudia viaja por todo el departamento explicándoles a sus colegas que ser bibliotecaria no es solo atender las consultas de la gente, sino ser una líder que motive a que se enamoren de la lectura.

“Soy una mujer inmensamente triste, y dejarlos me costó demasiado. Varios de mis pilanderitos asumieron el proyecto y ahora son los líderes de su barrio. Y, bueno, ahora tengo no una, sino veinte bibliotecas a mi cargo. Ya no soy la representante de El Pozón, soy la de Bolívar y vamos a seguir transformando historias”, dice tapándose el rostro emocionada. 

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