¿Cómo? Que nunca has ido al Festival del Frito, ¿tú en qué mundo vives? ¿No eres cartagenera?
Sí, nací, crecí y vivo en Cartagena, tengo 22 años y nunca me he comido un manjar del famoso Festival del Frito. No, no es que no me gusten los fritos… ¡Los amo! Soy feliz comiéndome una arepa de huevo o una empanada de maíz, simplemente nunca he ido. Pero el problema se acaba hoy.
***
Parqueadero de las Botas Viejas, 6:30 p. m.
Apenas llego a la entrada, me doy cuenta: aquí ya no cabe ni una razón de boca, parece que los fritos sí son buenos, pero todavía no me convence comer una arepa de esas explosivas, que combinan mariscos, carnes de animales silvestres y más -pienso-.
-Me permite el bolso? -solicita una mujer de logística.
-Sí, claro.
Luego de una requisa más bien superficial, entro. La gente camina de un lado a otro, pregunta, come, ríe. Veo desde niños de brazos hasta ancianos con bastón. Hay música de fondo, pero lo que más se escucha son las voces de las fritangueras ganadoras del año pasado… conversan sobre cómo preparar fritos exquisitos sin morir en el intento. Vuelvo a las mesas, abarrotadas de fritos, hay un amarillo generalizado… el de la masa de maíz. A lado y lado de la puerta, una hilera de calderos puestos en fogones que arden gracias a la leña, llenos de aceite hirviendo, también hay decenas de carimañolas, empanadas... y mujeres y hombres “soplando” el carbón. Mejor dicho: el paraíso de los amantes del frito.
-“Edddda”, esta arepa está bien fueddte (fuerte), mañana vengo por otra- dice un joven a la persona que lo acompaña, van saliendo.
Me detengo en una mesa, hay una morena gruesa. “Venga, mi amor -dice la fritanguera-, a la orden, tenemos la arepa e’ huevo, carimañola, empanada, buñuelo de fríjol”, y me entrega una servilleta.
¡Qué carambas! Aquí se viene a comer combinaciones exóticas, fritos normales hay en el barrio, en la esquina, así que vamos a arriesgarnos: busquemos el frito más extraño.
-Tengo una arepa con huevo, conejo y ponche- vuelve a decir la señora.
No es nada raro, pienso, a fin de cuentas ya he probado esas carnes. Sigo buscando mesa por mesa… ahora veo las caras de los comensales: extasiados, muerden los fritos humeantes y ni se queman, los comen con ansias. Salsa, mordida y gaseosa para el final… esa es la rutina del “buen” degustador de fritos.
Sigo. Ni siquiera puedo caminar sin tropezar a nadie… pregunto por el frito más raro. ¡Bingo!
- Aquí tengo la “Bomba Marina”- dice otra cocinera, convencida de ofrecerme el mejor producto.
¿“Bomba Marina”? Suena exótico y explosivo… Esa sí me provoca: caracol, chipi chipi, pulpo y otras especies marinas que ni recuerdo. El primer mordisco, sí: es una explosión de sabores. Total acierto, pero aún no termino este tour.
Vamos por otra combinación excéntrica. Y justo ahora me tropiezo con la intimidante e imponente Arepa siete carnes.
- ¿Qué tiene?
- Chorizo, butifarra, cerdo, pollo, huevo sancochado, res, ponche y conejo.
- Démela.
También resultó buena. Qué digo buena… ¡Buenísima! Ese guiso con un sabor casero me llenó el alma… y el estómago. Reposemos un poco, para seguir. ¡Nunca había venido al Festival, hay que compensar!
Cuando me siento capaz de volver a probar bocado, me veo frente a otras veteranas: dos mujeres robustas ofrecen una arepa que contiene caracol, chipichipi, pulpo, tollo, conejo y ponche. Quedo descrestada con la cantidad de cosas que tiene pero solo puedo darle un par de mordiscos, no puedo con la llenura.
Ahora voy saliendo, me encuentro con las mesas de dulce. No las había visto, me acerco y veo un dulce que parece de leche pero tiene grumos blancos, pregunto de qué está hecho.
- ¡Dulce de queso! ¿Está seguro? -digo y pienso: ¡guácala! No lo puedo creer.
- Sí, de queso, pruebe- me da en una paletica. Pruebo y el sabor me calla el pensamiento.
-Deme uno- digo. Lo disfruto hasta el final.
Epílogo
Voy dejando atrás el Festival del Frito Cartagenero, con sus fritos y sus dulces, y ahora entiendo tanta sorpresa cuando decía que nunca había ido al mítico Festival del Frito. ¡Volveré!
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