Facetas


Crónica del día en que Josefina Álvarez salió de la cárcel

MELISSA MENDOZA TURIZO

28 de agosto de 2016 12:00 AM

¿Josefina Álvarez Astudillo, eres libre? –pregunto–.
Sí, doctora, ya me autorizaron la libertad –responde–.

Deja la celda…
Josefina toma una por una sus sábanas, toallas, sandalias, cinco mudas de ropa, accesorios y los mete en tres sacos. Esas tres bolsas son el resumen de sus años presa.

En esta celda de la Cárcel de San Diego huele a ‘guardao’, a viejo, hace calor, se oye el ruido de cinco abanicos y un televisor portátil que presenta la novela de la tarde.

Sus compañeras la miran. Con los ojos enguarapados, una dice: “siento alegría por ella, porque se va, pero a la vez tristeza porque la gente se va y uno se queda”.

La miran y le ayudan a recoger sus cosas, hablan con ella, aunque se sabe que se va, le preguntan: “¿ya te vas?”. Y ella contesta: “¡Sí, para no volver!”.

Agarra las dos primeras bolsas y camina con ellas por el pasillo. Lo hace lento, como si no quisiera dejar a sus compañeras. Sale de la celda y de repente suena un coro: “Te queremos Jose, te queremos”.

Al canto se suman muchas voces, y mientras lo entonan, se reúnen en la puerta de la libertad: la que separa las oficinas de las celdas. Como un ritual, las mujeres abrazan a Josefina, las que se volvieron casi sus hermanas se despiden con lágrimas de ella. 

La madre de tres hijos avanza hasta la puerta principal, donde no hay más obstáculos para salir a la calle; pero antes de salir, recuerda que el centro penitenciario transformó su vida.

Aprendió a escribir su nombre. Nunca olvidará a la profesora Liliana, que la enseñó durante un año a firmar, a identificar las letras, a escribir los nombres de sus hijos.

“En la cárcel conocí el amor de Dios, él me perdonó y me salvó, y ese es el mejor regalo que he podido recibir. Tampoco olvidaré la oportunidad que tuve de salir a representar al penal en las ferias de la ciudad. Fui una de las que le entregó al Alcalde Manolo Duque las banderas de Cartagena cuando cumplió años. Nosotras las hicimos”, recuerda.

Su conducta fue intachable, trabajó de sol a sol, se ganó el corazón de las mujeres del penal y el de las directivas. Se convirtió en una gran artesana... de sus anhelos, de su vida.

Libre y sola
Es libre, sale a la calle, pero no hay nadie esperándola afuera del centro penitenciario. Ya son las cinco…

Josefina fue condenada a cinco años y cuatro meses de prisión por el delito de tráfico, fabricación o porte de estupefacientes. En 2012, la sorprendieron ingresando droga a la Cárcel San Sebastián de Ternera. La escondía en su vagina. La descubrieron miembros del Inpec y la entregaron a las autoridades competentes. Durante las audiencias preliminares, legalizaron su captura y se le imputaron cargos, sin embargo, el juez no dictó medida privativa de la libertad porque es madre cabeza de familia.

Solo hasta 2014 se hizo efectiva la captura. Un día, simplemente llegaron a su casa -en El Pozón- a capturarla. La llevaron a San Diego y allí permaneció hasta hoy (miércoles, 24 de agosto).

Antes de justificar su delito, Josefina aclara que es de Garzón, Huila, donde sus padres la enseñaron a ganarse el pan honradamente.

A Cartagena llegó hace catorce años e instaló una mesa de fritos en El Pozón, donde las ventas comenzaron bien, pero con el tiempo empezaron a fallar. A su puesto de arepas llegó una mujer ofreciéndole trescientos mil pesos para que ingresara cierta cantidad de droga a la cárcel de hombres, y ella aceptó.

“Lo hice solo por la necesidad que en ese momento tenía. Entré dos veces con droga a la cárcel pero me arrepiento infinitamente. Esos seiscientos mil pesos que me gané se esfumaron en menos de nada”, dice entre lágrimas.

Y esa decisión equivocada llevó a Josefina a separarse de sus hijos, a enviarlos a Bogotá con el papá.

“Mi hija menor no se adaptó a esa ciudad y se vino, confiada en que me darían la libertad condicional. Me visitaba todos los domingos. Pero hubo uno en el que no fue. Yo preocupada, intenté averiguar dónde estaba pero nadie me daba razón…

Un encuentro que
les devuelve la vida

La ausencia de la hija de Josefina escondía otra desgracia. A la adolescente, de 14 años, le echaron escopolamina y abusaron de ella. Una señora se la encontró deambulando, ida, como medio dormida... las marcas de ese abuso son imborrables: desde entonces padece esquizofrenia.

El Instituto de Bienestar Familiar, Icbf, la acogió por ser menor de edad. Se la llevaron a Barranquilla para darle atención integral y desde entonces -hace año y medio- no ve a su mamá.

“Seiscientos mil pesos no pagan el daño que mi familia y yo sufrimos. Pero ahora que soy otra persona lo único que quiero es ir a verla para abrazarla y decirle que la amo, que quiero estar con ella y que jamás la dejaré, que aquí estoy para cuidarla”, dice.

Por esta noche, Josefina se va para la casa de una amiga en El Pozón. No consigue dormir porque está ansiosa. Tiene tantas ganas de reencontrarse con su niña. La noche pasa, la mañana llega cargada de esperanza.

Ahora es jueves, son las siete de la mañana. Josefina llega puntual a San Diego para emprender el viaje más feliz de su vida: se embarca en un carro del Inpec para ir a Barranquilla a encontrarse con su pequeña.

En las dos horas de viaje, por la Vía del Mar, dice que el corazón le late fuerte.

“Uy, doctora, estoy feliz. Estoy contenta porque voy a ver a mi hija. Ya quiero abrazarla y darle un beso”, repite.

A las nueve y media llegamos a Puerto Colombia, a la Fundación Reencontrarse -operador del Icbf-. Primero, los médicos explican a Josefina cómo está su nena. Dicen que su mejoría es grande. No ha recaído.

Y el momento por fin llega. Los médicos le dicen: “ve a la sala, te van a hacer una entrevista”. La muchachita sale y apenas ve a Josefina grita: “mamiiiiiiiii, te amo”. Se abrazan. Lloran.

Josefina no para de decirle que está hermosa, que ha crecido bastante.

Es increíble que se puedan abrazar luego de tanto tiempo.

Salen a la playa. Escriben sus nombres en la playa, hablan. “Mamita, ahora que salgas de la rehabilitación vas a estudiar”, dice Jose.

Ambas contemplan el mar. Esperan que la vida, ahora sí, sea tan bella como ese azul.

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