Facetas


Cuando las puertas del cielo se abren

LAURA ANAYA GARRIDO

04 de junio de 2017 12:00 AM

Edward López despierta en el hospital llorando, como un niñito desvalido. No puede mover más que los ojos y la lengua. No siente los brazos, ni las piernas, está medio muerto del cuello para abajo…

-¿Qué pasó? ¿Qué hago aquí? -dice a su hermana, la guardiana al lado de la camilla.

-Te accidentaste, ‘Mono’... pensamos que te habías muerto.

Él abrió bien sus ojos verdes, también se había creído muerto.

Tres horas antes…
Edward es campesino. Tiene 47 años y trabaja desde la madrugada ordeñando y cuidando vacas y cultivos en una finca ajena. Al caer el sol regresa a casa (otra parcela) en El Socorro, una vereda de Córdoba Tetón (Centro de Bolívar). Hace unos años decidió cambiar el galope de su caballo por una moto: más rapidez, más efectividad. Nadie le enseñó a manejar, porque él no quiso, aprendió solo.

Febrero 8 de 2016. 7:30 p. m. De vuelta a la parcela, esta noche es más oscura: los focos de la moto se han dañado, pero ¿qué más da? -piensa… a veces nos creemos “inmortales”-. Por la bendita prisa asume el riesgo, el gran y absurdo riesgo de conducir casi a ciegas por una trocha… Él describe su drama: choca contra una pila de arena, “vuela” varios metros. El golpe seco y despiadado de la imprudencia ha maltratado su columna, su cuerpo inmóvil junto a la moto amenaza con lo peor. Qué ironía, el mismo golpe que está a punto de matarlo es el mismo que alerta a los vecinos de la tragedia: otros campesinos lo ayudan. La esperanza parece marcharse porque Edward no abre los ojos, no respira. En las dos horas de camino al hospital, en Sincelejo, tampoco reacciona.

“Fui al otro mundo y volví”
Soñé con ella, con mi mamá Mercedes. Tú sabes que está muerta, pero fui donde ella está -me dice hoy, más de un año después. Merce era flaca, de cabello gris, con una sazón única y una sonrisa dulce, a prueba de todo: de pobreza, de enfermedad. Murió el 31 de enero de 2013.

Cuando yo iba inconsciente -vuelve Edward-, yo fui al otro mundo y de allá me devolvieron. Iba caminando y llegué a una parte donde se veía una luz amarilla bonita y había un poco de señores de espaldas. Yo iba caminando, cuando ya iba llegando a donde los señores, atravesé una puerta… y vi a mi mamá, estaba con mi prima Orleida (también muerta). Recuerdo que eso (el lugar) era santo, bonito... había un poco de señores sentados, unos vestidos de blanco y otros de monjes... Mercedes me miró, la miré, ella salió a encontrarme, pero no nos dijimos nada. Me devolví, entonces entré otra vez a la oscuridad y desperté. Estaba en la camilla del hospital.

Yo nunca creí en estas cosas, pero es verdad… sí es verdad. Me devolví porque Dios no me quería allá todavía… San Pedro me echó pa’trás otra vez -ríe-.

***
¿Y si Edward de verdad vio a Mercedes? ¿Podemos ir al cielo y regresar o solo es una jugarreta del cerebro? Y si las puertas del paraíso se abren de vez en cuando... ¿también las del infierno?

Elsa Lucía Arango es médico de la Universidad Javeriana, especialista en terapias alternativas y complementarias, y dice que el cielo sí existe. Que es el lugar de donde vienen nuestras almas, su hogar, y que esta dimensión (la física) es una escuela, estamos aquí para aprender a ser mejores, es parte del proceso evolutivo. Dice que tarde o temprano volveremos al cielo y que allá es donde mi amigo Edward estuvo.

“Muchas de las personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte, que se dan por muertas en un infarto, en un accidente, van a otro plano de consciencia y regresan, y la gran mayoría no solo ve un plano de luz... el famoso túnel... sino que ven jardines, sitios, construcciones, sensaciones, música, o sea el cielo es un lugar a donde van las almas cuando salimos de este cuerpo”, explica Elsa.

Cuenta que, “según el tipo de vida que hayas tenido acá, vas a tener una experiencia distinta. El cielo es un lugar de paz, de claridad. La gran mayoría regresa con una sensación de júbilo, de haber sido amados tanto que al regresar se deprimen porque pierden ese amor tan completo e íntimo que recibieron en el cielo”. La médico se refiere a los muertos como “fallecidos”, así, entre comillas, porque “nadie fallece... el cuerpo muere, pero la persona, el espíritu, sigue vivo en el mundo invisible del más allá”, por eso Edward vio a su mamá.

Se preguntará usted de dónde saca Elsa todo esto. Es médium. No escogió serlo, es un don que varios de su familia tienen. La primera vez que tuvo contacto con un “fallecido” fue en 1997: hablaba con una paciente que la consultó para que la ayudara a superar el duelo de su hijo muerto en un accidente. La mamá lloraba como si estuviera viendo el cadáver de su hijo, aunque ya habían pasado siete años desde la tragedia. Elsa trataba de calmarla, cuando de repente comenzó a ver una luz difusa al lado de la camilla... era un niño con un globo de cumpleaños en las manos. “No fumo nada, no bebo –me dice-, y me dio pena decirle a la mamá... va a creer que estoy loca, pensé... pero le dije”. La señora quedó atónita.

-¿Él está de cumpleaños? –dijo Elsa.

-No –respondió la señora.

-Pero tiene un globo en las manos y dice que viene por un cumpleaños.

-Su hermanita cumple mañana –remató la paciente sorprendida.

No. A Elsa no le da miedo, siente que es una bendición porque ayuda a encontrar paz a los fallecidos y a sus familiares. “Algunos vienen a pedir perdón, otros a decir que están bien. Hay unos que no han podido encontrar la luz porque sus familiares no los dejan ir... a esos los veo grises, pero al final se van”, cuenta. Dice que entre el cielo y la tierra hay otras dimensiones, “en la literatura cristiana hablan del infierno y el purgatorio. Como algo eterno no existen, sí son estados o sitios en el mundo espiritual, donde van personas que no abrieron puertas por su mala conducta”.

Epílogo
Después del accidente, pasaron seis días para que Edward pudiera mover de nuevo sus extremidades derechas y trece para las izquierdas. A sus 45 años, tuvo que volver a aprender a caminar.
Quizá de verdad las almas son inmortales, como dice Elsa. O, de pronto, todo es una cruel broma del cerebro... quién sabe, en esta historia hay una sola certeza: ver a su madre muerta cambió la forma de Edward de ver el mundo, de sentir y amarse a sí mismo. De vivir.
Y a usted, si le dan un boleto de ida y vuelta al cielo… ¿a quién quisiera volver a ver?


¿Qué dice la neurociencia?

1. En 2012 científicos de la Universidad de Cambridge trataron de explicar los encuentros con familiares muertos o ángeles a partir de las alucinaciones de Alzheimer o Parkinson: sugirieron que podrían deberse a un funcionamiento anormal de la dopamina, que se altera en situaciones de máximo estrés. Sostienen, además, que al destruirse de manera aguda la mácula -una zona de la retina-, ésta engaña al cerebro enviándole mensajes que la corteza aún viva interpreta como fantasmas.

2. Los investigadores responsabilizan del rápido paso de la vida ante los ojos de un moribundo al locus coeruleus, una zona en la mitad del cerebro que libera grandes cantidades de noradrenalida, que es la hormona típica del estrés.

3. Sobre la tranquilidad que la mayoría de la gente que estuvo cerca de la muerte dice haber sentido, para el neurocientífico Olaf Blanke, del Instituto Federal Suizo de Tecnología, en Lausana, puede ser consecuencia de una liberación excesiva de opioides dentro del cerebro (familiares de la morfina); se ha demostrado, en animales, que esto ocurre, de manera natural, para protegerlos de un traumatismo inminente.

4. El cerebro entra en una frenética actividad en el último instante de la vida, semejante a un estallido de impulsos neuroquímicos en el cerebro, que se reproducen en visiones, proyecciones, voces y otros detalles que relatan los pacientes que han regresado de la muerte. 

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