Por: Sofía Flórez Mendoza
Imagine que su casa se consume por el fuego y las llamas se vuelven incontenibles. Trate de pensar en una persona que sigue adentro, ¿qué haría? ¿Entraría o no a salvarla? ¿A quién llamaría? Lo más probable es que haya pensado en llamar a los bomberos porque ellos sí, sin pensarlo dos veces, harían aquello que pocos se atreverían. Pero… ¿y si los bomberos no tienen ni para protegerse a ellos mismos?
Son las once de la mañana, pero en Marialabaja parece como si apenas fuera a amanecer. La incesante lluvia de la madrugada extinguió el brillo del sol que a esta hora de seguro sofocaría cada rincón del pueblo. El panorama es sombrío y en la Estación de Bomberos aún más, y si no fuese por la camioneta estacionada afuera, cualquiera pensaría que es una escuela abandonada, pero no. En medio del barro, se asoma sonriente la subteniente Ángela Alzate, comandante al mando del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Marialabaja, nos hace pasar a la más reciente de sus sedes, la que irónicamente fue otorgada por la comunidad luego que la administración municipal les arrebatara la anterior sin mayor inconveniente.
Adentro no es más alentador: no hay un equipo sofisticado de comunicaciones, tampoco tubos de deslizamiento, ni siquiera se enciende una luz roja –como en las películas-, cada que hay una emergencia. Un par de sillas plásticas, una mesa, dos abanicos y ocho uniformes de protección contra incendios colgando en las paredes –la mitad bastante desgastados- hacen parte de la escasa e inadecuada indumentaria de los ocho voluntarios del equipo de bomberos de Marialabaja. Aquí adentro es fácil sentir el olvido y el desinterés de un gobierno que no contempla entre sus prioridades un servicio de emergencia de calidad para este pueblo, por eso no es de extrañar que hace un mes Alzate y su grupo se hayan visto obligados a decidir –por enésima vez- cesar sus actividades, aunque tres días después su compromiso con la comunidad los hiciera volver y atender varios incendios forestales que trajo el verano.
“Nada más ayer tuvimos que atender una emergencia por un cilindro de gas que tuvo un escape, era una familia muy humilde, ella no supo qué hacer y empeoró las cosas, aunque pudimos llegar y acabar con el fuego, lastimosamente lo perdió todo, pero créame que si no hubiésemos llegado la historia sería mucho peor”, cuenta Alzate. Hace seis meses, ni ella ni su equipo reciben una bonificación, dinero para cubrir los gastos básicos del lugar y ni siquiera tienen seguridad social, pues -según ellos- la Alcaldía ha truncado el convenio que anualmente debe ser renovado para funcionar.
Aun así, las manos de esta tropa están ahí para atender cualquier necesidad y sus oídos se mantienen en el teléfono, pendientes, esperando el llamado de la comunidad.
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En el turno de hoy están Griselda, Dagoberto, Alzate y Quiroz, quien salió a recorrer el pueblo para promover campañas que eviten emergencias causadas por la lluvia. En lo que va de la mañana no ha habido incendios, ni emergencias. Distinto a lo que piensa la mayoría de la gente, los bomberos no solo están capacitados para apagar incendios. Según la ley 1575 de 2012, la institución debe brindar atención de rescate en todas sus modalidades.
Cuando hay accidentes de tránsito, emergencias en estructuras, rescates en altura, aguas, espacios comprimidos y, por supuesto, incendios, para todo eso - a pesar de las adversidades-, ellos están ahí, despiertos las veinticuatro horas, que es el tiempo que dura un turno. El de hoy transcurre sin novedades pero faltan 20 horas para que termine. En el cuarto de descanso hay un camarote triple y una tienda de acampar -fruto de una donación-, apenas para recostarse un rato, pues en un día todo puede pasar.
El trabajo de este equipo no es como el de cualquier persona, es el de alguien arriesgado y dominado por la pasión de rescatar a aquellas voces que con solo marcar unos dígitos en el teléfono obtienen respuestas, un trabajo de ‘héroes’. Pero, lastimosamente, estos ‘héroes’ de Marialabaja reciben una bonificación de menos de un salario mínimo.
“Éramos más pero la situación nos ha forzado a buscar otras cosas para hacer, todos tenemos familias y responsabilidades, por eso uno trata de sustentarse por otros lados, algunos utilizan el mototaxismo en los días que no están de guardia para tener dinero. Nosotros no hacemos esto detrás de un sueldo o para ganar popularidad ante el municipio, esto es algo que se lleva en la sangre”, admite Alzate, que además de ser comandante fue una de las fundadoras de los Bomberos Marialabaja, hace siete años. Los mismos años que lleva suplicando por ayuda de la Alcaldía, y no es que siempre lloren, no, lo que pasa es que la realidad siempre es la misma: los recursos son insuficientes.
“Aquí, en Marialabaja, siempre se ha tenido este problema, el año pasado se pasó una tutela, el juzgado resolvió que si el alcalde no respondía en esa semana le iba a dar tres días de cárcel y una multa, se llegó a ese extremo para poder firmar el convenio del año pasado, en el que trabajamos con un convenio de cincuenta millones por siete meses, pero nos quedó debiendo dinero, no cumplió al cien por ciento con el convenio y este año está más crítico, primero se excusó con que no tenía plata, después que no podía firmar contrato por la Ley de garantías, pero nosotros no somos un ente estatal, por lo cual estamos exentos de todo lo que tiene que ver con Ley de garantías”, aclara Alzate.
En público les echan flores, pero con eso no se compran equipos nuevos, ni se pagan las cuentas y mucho menos se vive. Incendios o inundaciones, entonces, terminan siendo una minucia cuando cada año tienen que arreglárselas para conseguir fortunas que garanticen el funcionamiento de la institución. Por eso no es que lloren siempre, sino que la realidad no cambia y entre repetir u olvidar es preferible repetir: en un municipio desprotegido, los bomberos que intentan ayudarlo se sienten solos.
Pero ni las evasivas del Gobierno, ni el dinero, ni la falta de bonificación constituyen el fondo del problema. Eso es apenas la expresión más dramática de un problema mayor. “Nosotros sabemos que en cualquier situación de emergencia estamos exponiendo nuestras vidas, también sabemos que llegamos hasta un límite, pues no tenemos los equipos adecuados, como el autocontenido, que es el que lleva el oxígeno comprimido, facilita ingresar a los incendios y nos evita problemas de salud, además solo tenemos cuatro uniformes aptos, los demás solo los usamos para hacer capacitaciones porque ya están muy desgastados”, afirman.
Cada operativo es un riesgo, es exponerse a problemas respiratorios, lo menos grave que les puede ocurrir es irritación transitoria en la garganta, con una picazón y un ardor que desaparecen con el paso de los días y la disipación del humo tóxico. Lo más delicado ocurre cuando la afección se convierte en crónica, terminando en una bronquitis, asma, hasta un cáncer, que es más común de lo que parece, y es una realidad a la que están expuestos.
Arriesgar la vida todos los días les hace pensar en la familia, los hijos, y personas que los esperan en casa. “Hay momentos en los que yo digo: no, ya no sigo más, es difícil hacer el trabajo sin recursos, pero me imagino en otro trabajo y no, sé que no lo haría bien, esto es lo que me gusta, esto es lo que nos gusta, es nuestra pasión”, agregan. Por eso, siendo fieles a su lema: “Lealtad, valor y sacrificio”, alistan sus botas, overol, guantes, casco y un chaquetón contra incendios para enfrentarse a un nuevo día en el que ni siquiera saben lo que les deparará, pero llegan a cumplir su turno con la certeza que al día siguiente al volver a casa seguramente encontrarán un: “mamá, papá, eres mi héroe, cuando sea grande yo también quiero ser bombero como tú”. Y no hay mejor recompensa.
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