Facetas


De la lavandera y otros oficios que se extinguen

LAURA ANAYA GARRIDO

06 de mayo de 2018 12:15 AM

La tecnología llegó para cambiarnos la vida, o dígame usted si imagina sus días sin un teléfono, sin WhatsApp ni redes sociales, sin televisión o sin una nevera que fabrique el hielo con el que se refresca de tanto calor.

Parece que lo que muchas películas futuristas vaticinaron (Yo robot, Inteligencia artificial, Ex Machina, El hombre bicentenario, Ready player one, por mencionar solo algunos filmes) ha ido ocurriendo gradualmente. No hay tantos robots entre nosotros aún, pero sí lavadoras, ascensores y máquinas que han reemplazado la mano del hombre, y tecnologías que han terminado por rezagar oficios. Aquí, algunos de ellos.

 

Ascensorista y dos veces Santos
Le dicen Mañe, pero el nombre de su registro civil es Manuel Santos Santos Vargas.

¿Dos veces Santos? -le pregunté-.
-Sí, Santos nombre y Santos apellido.

Él es ascensorista del edificio Andian hace 31 años. Cuando me hablaron del edificio, pensé que me iba a encontrar con un señor sentado en una silla, de esos que simplemente oprimen los botones para pasar de un piso al otro, pero no, él ni se sienta. La cosa funciona más o menos así: digamos que alguien está en el piso más alto del Andian, el 7, y tiene que bajar al primero. Esa persona pincha el botón 1 y en una especie de tabla dentro del ascensor, el número 7 se ilumina con una luz roja. Mañe, que está en el primer piso, mira el tablerito y ve el 7 encendido, cierra las dos puertas metálicas del ascensor con la mano izquierda y con la derecha comienza a mover una manivela, la de la velocidad. En segundos, el ascensor está en el piso 6 y, como Mañe sabe que se está acercando a su ‘destino’, baja la velocidad hasta detenerse en el piso 7 y abrir las dos puertas. El ‘pasajero’ entra, el ascensorista vuelve a cerrar las dos puertas, acciona la manivela y baja al piso 1.

Todo parecía chillar o a veces crujir, se me templaban los dientes, pero Mañe estaba como si nada, como si el mundo estuviera en un silencio profundo y sobrecogedor, como el calor que por ratos hace en el ascensor y que es perfectamente comprensible: allí no hay aire acondicionado, sino un ventilador.

Entre pasajero y pasajero, se me ocurrió preguntar: ¿Cómo llegaste acá?
-Mi papá es mecánico de ascensores y cuando estaba pequeño yo venía a acompañarlo. Estaba estudiando y me dedicaba a ayudarle a mi papá, y en eso él me dijo: “hay unas vacaciones, ¿las quieres hacer?”. Yo dije, bueno, ven yo las hago, como ya yo sabía el oficio, vine. Eran 18 días de vacaciones y duré cinco meses, el administrador me estuvo diciendo que era muy recortada la nómina y que solo pagaban el mínimo, y yo le dije: “docto, a eso no le pare bolas”.

Pero la verdad es que Mañe no quería ser ascensorista toda la vida. Más bien le gustaban los sistemas, la misma tecnología que hoy lo ha convertido en trabajador de un oficio ‘en vía de extinción’. Él mismo asegura que el del Andian fue el primer ascensor de Cartagena y que es el último así, tan mecánico, que queda en la ciudad. “En Cartagena ya han modernizado todos los ascensores, antes estaba el de Colseguros, el del Ganem, el del Seguro Social (ahora Hotel Movich)”, dice, y me cuenta que, según sus cálculos, abre y cierra diariamente unas 1.200 veces las puertas de su ascensor. Quién sabe cuántas veces más lo hará, quién sabe cuántos años más sobrevivirán los ascensores del Andian a la tecnología.

La señora que lava a mano
Nelsy Castro Valdovino dice que no hay lavadora que lave mejor que unas manos laboriosas. Estamos en 2018 y ella aún ofrece a sus clientas el servicio de lavar la ropa a mano limpia, restregar, oler y volver a restregar y finalmente enjuagar y colgar cada prenda.

Tiene 41 años y dos hijas, y llegó a Cartagena hace once años a trabajar en casas de familia -como ella explica-. “Tuve a mi primera niña y no conseguía trabajo en mi pueblo, Callejón (un corregimiento de Sincelejo), y una amiga me dijo que me viniera para acá, que seguro conseguía trabajo y vea, aquí estoy”, cuenta.

Y ahora, con tanta lavadora, ¿sí es rentable ser lavandera? Pues Nelsy dice que sí, que cobra unos 35 mil pesos por día, dependiendo del cliente y del número de piezas, y que gracias a este oficio ha sacado a sus dos pequeñas adelante.

Podrías usar siempre lavadora, ¿por qué prefieres lavar a mano?
-Pues yo pienso que, aunque haya lavadora, uno le echa una cepilladita a la ropa y queda mucho mejor. La lavadora sola, a un jean, a un pantalón que esté bien sucio, no me lo va a lavar bien y además a mí me gusta lavar, mi marido dice que yo lavo a la hora que sea.

¿Reemplazarán las lavadoras al ser humano?
-Yo sí creo, pero también sé que lavar a mano es mejor.

 

Óscar, el médico de los relojes
Nunca se me olvida que hace unos meses, en una entrevista, le pregunté al chef Jorge Rausch por qué no usaba reloj y él me respondió: “Para qué, si el celular ya trae la hora”.
Y es cierto, llevar un reloj ya no es tan necesario como antes y, si bien todavía mucha gente lo usa, ya no se están ‘fabricando’ relojeros.

Óscar Acero Cárdenas es, precisamente, relojero. “En mi casa no tengo ningún colega, pero a mí siempre me llamó la atención la relojería. Terminé el bachillerato y no seguí nada, estaba dando vueltas y vueltas, y un día me cogieron en la casa y me dijeron: ‘Bueno, hace algo o usted verá’, y por hacer algo rápido y ganar plata me metí al SENA a estudiar metalmecánica, así se llamaba el curso”, me explica desde su negocio, en Bocagrande.

El señor Óscar nació en Bogotá hace 66 años y llegó a Cartagena por primera vez hace 40, entonces ya trabajaba como relojero, así que es toda una autoridad para decirme qué tanto ha afectado la tecnología al negocio de los relojes.

“Le digo que sí ha afectado, ya no es la cantidad de gente de antes que compra relojes, pero hoy sí siguen comprando relojes de alta gama y aún los cuidan mucho, así que mi negocio va bien. Los teléfonos no han desplazado a los relojes por completo todavía, pero lo que sí veo es que los relojeros están desapareciendo. Ya no hay ese curso en el SENA, no hay academia, no hay quien enseñe, ya los relojeros le enseñan empíricamente a sus hijos y hasta ahí”, me explica.

Óscar dice que mientras tenga fuerzas atenderá a sus clientes. A mí me parece que es como un médico que, incluso, visita a sus ‘pacientes’. Se levanta a las 4 o 5 de la madrugada, trabaja un rato en el taller de su casa, en Torices, de ahí sale a conseguir repuestos y más tarde visita a sus clientes. “A veces hay detalles, que un puntero no sirve, que cualquier cosa, y yo voy a las casas a ver los relojes”, cuenta. Su día continúa en su taller de Bocagrande, ¿y saben para qué usa los domingos y festivos? Para encerrarse en sus talleres y arreglar solo los relojes más delicados, los más finos.
Su hijo, que también se llama Óscar, es ingeniero y por estos días pasa en el negocio porque está desempleado. Óscar papá se esmera en enseñarle su arte, con la esperanza de no dejarlo extinguir, por ahora.

Todavía venden CD
Qué casualidad. Entré al local, lo primero que vi fue que vendían CD originales a dos mil pesos, y enseguida escuché un cliente de la tienda decir que dos mil pesos cuesta el solo estuche, pero que ajá, tocaba venderlos así para competir con la tecnología, y es verdad. Es más, en estos tiempos de Spotify, YouTube y todas esas plataformas digitales, uno pensaría que no sobrevive ninguna tienda de discos o acetatos en la ciudad, pero sí, en el Centro Histórico queda una: Discos Cartagena.

“La verdad es que todavía hay personas que conservan el espíritu de lo original, de la buena música, del buen sonido y el buen video, y esas personas todavía se acercan a comprar, ya no es la cantidad de antes, pero todavía hay gente que prefiere el CD antes que un streaming o una memoria, el sonido nunca será igual”, me dijo el dueño del negocio, Óscar Quemba.

Él se ha dedicado a comerciar música, libros y accesorios de sonido desde hace treinta años, y todavía recuerda los tiempos gloriosos de Diomedes Díaz, donde no existía YouTube, ni Deezer.

“Cuando Diomedes sacaba un disco, tocaba llamar a nuestros proveedores y apartar los CD con días de anticipación. Incluso, nos íbamos para Barranquilla el día anterior al lanzamiento para alcanzar a comprar los discos y traerlos tempranito a la tienda, era la sensación”, recuerda. Y ahora, cuando el éxito se mide en millones de reproducciones, ¿cuántos años de vida le quedarán a los CD?

Busco un café internet
Alguien me dijo que los café internet que tanto boom vivieron en la primera década del milenio también se estaban extinguiendo, entonces me puse a (sobra: a la tarea de) buscar uno al que siempre asistía en Nuevo Bosque en mi época del colegio, ¡no había ni rastro! Recorrimos varias calles de La Campiña, Los Calamares y no encontramos nada, hasta que llegamos a Almirante Colón. Ahí estaba el negocio de Óscar Ladesma Puello: Xplora Internet. Había una sola clienta en los cinco computadores habilitados en la sala. “Lo que pasa es que tú tienes que ir a la par de la tecnología, muchos negocios de internet se han acabado porque la gente en su casa tiene internet, sin embargo, siempre habrá visitantes o estudiantes que no tienen a la mano un computador y lo necesitan; a ellos hay que ofrecerles internet y más, impresiones, recargas y más. En los diez años que lleva el negocio, se ha sentido el bajón, pero hemos podido mantenernos porque también imprimimos, recargamos, vendemos tarjetas (de telefonía celular)”, dice.

Mientras Óscar llama por teléfono a su esposa para confirmar la fecha en que comenzó el negocio (1 de agosto de 2007), yo pienso que cada vez es más fácil acceder a internet desde la casa, desde el celular, y que en muchos lugares hay wifi. Intento recordar cuándo fue la última vez que acudí a un café internet… Y no puedo.

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