Facetas


De la vida que tuviste

RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ P.

24 de septiembre de 2017 02:47 PM

Es viernes.

Son las 7:30 de la noche. Al lado del pianista y presentador de televisión, Jimmy Salcedo, está sentado un señor de más o menos 60 años de edad. Luce una chaqueta negra, bigote cenizo y cabello del mismo color. Todavía la televisión es en blanco y negro. (¿O sería que en mi casa estábamos atrasados?).

Bueno, no importa.
El asunto es que, unos minutos después, el invitado a “El show de Jimmy” empieza a producirme risa. Pero no una risa de burla sino de asombro, sencillamente porque nunca había visto a alguien vocalizando onomatopeyas de tambores; y ese señor lo hace de una manera tan formidable que me dan ganas de pararme a bailar.

Una de esas onomatopeyas tiene que ver con cierta canción que llevaba años escuchando en las emisoras cartageneras de finales de los años 60. Esa canción, siempre que la oigo, me hace recordar el barrio Santa María, donde nací. Y no sé exactamente por qué me lo recuerda. A lo mejor alguien la cantaba o la bailaba en el piso de tierra de la casa de mi tía Isabelita. O quizás porque sonaba en los picós o en los transistores que montaban en las repisas de las salas y cocinas.

“Te olvidé”, ese lamento, ese chandé, esa trompeta demoledora, me siguen trayendo las imágenes del sol muriendo por los lados de Marbella, que desde Santa María se veía con toda su espectacularidad por entre las siluetas de los cocoteros.

Pero volvamos a la sala de mi casa, en el barrio El Socorro.
El viejito que está al lado de Jimmy Salcedo se llama Antonio María Peñaloza Cervantes. Es trompetista y compositor. El pianista lo presenta como si todo el universo supiera de quién se trata. Y a lo mejor el universo lo sabe, menos yo, que apenas me estoy adentrando tímidamente en las discusiones musicales.
Pero vuelvo y me asombro: ¿ese viejito es el autor de la melodía que tanto me acongoja?¡Qué vaina genial! Si supiera que su canción me destroza, porque a estas alturas ya murió la tía Isabelita, vendieron su casa y los crepúsculos de Marbella se están ahogando tras una jungla de edificios que construyen los maniáticos del dinero rápido.

Me devuelvo.

Jimmy hace una pausa y aparece una orquesta interpretando “Te olvidé”. Vuelve a conversar con el viejito. Hace otra pausa y la misma orquesta aparece ejecutando la canción “Media vaca”, pero esta vez con la participación del viejito, quien, ataviado con lentes, lee un decreto inverosímil, que también produce risa: “¡Mátese media vaca!”

Se acaba el programa.
Transcurren varios años, pero no se me olvida la imagen del viejito. Llego a Barranquilla a principios de los años 90 y pregunto por él. Estoy tratando de ser periodista, y se me ocurre que a lo mejor podría entrevistarlo no sé ni para qué, ni qué le voy a preguntar. O sí sé: lo que quiero es que me diga por qué su canción se empecina en hacerme recordar a Santa María y a la tía Isabelita. Ojalá se pueda.

Sigo preguntando por él, y un periodista veterano me dice: --“¡Mierda! ¿Y tú para qué quieres hablar con ese viejo?”.
Todavía no lo tengo claro, pero le armo un embuste:

--Es que el profesor deeeeee... (¿de qué vaina será?)... de Redacción nos encargó un reportaje con tema libre.
--¿Y en qué semestre estás?
--En primero
--No joda, ¿y ya estás viendo Redacción?
--No, no es Redacción. Es... Introducción a los Medios.
--Ah, bueno, ese viejo es bastante cascarrabias, es como amargado.
El periodista veterano manejaba ese anecdotario tremendista, porque unos años atrás, entrevistando a Peñaloza, trató de controvertirlo y el viejito le soltó una pregunta inesperada:
--¿Usted es músico?
--No.
--Entonces, cállese y déjeme hablar.
Después me contó que una alumna de Peñaloza, quien para entonces era docente de la Escuela de Bellas Artes, salió llorando del salón donde el célebre músico le estaba dando instrucciones de canto.
--Párese en la mitad del patio de la escuela y grite 20 veces la palabra “aguacate” –le ordenó a la muchacha--
--¿Y eso para qué?--preguntó ella--
--Porque para lo único que serviría la voz suya sería para vender aguacates.
El periodista se despide prometiendo que conseguirá el número telefónico de Peñaloza. Y cumple su promesa. En cuanto puedo, marco el número. Una voz femenina me informa que no está, que lo llame en la tarde. Pasan dos horas, después del almuerzo, y vuelvo a marcar el número. Una voz otoñal, pero férrea, contesta al otro lado:
--Aló.
--¿Con quién tengo el gusto?
--Con Antonio.
--Eh... ¿cómo está, maestro?
--Bien. ¿Quién habla?
Nerviosamente me identifico y le menciono lo de la facultad de Periodismo.
--Ajá, ¿y qué es lo que quiere?
--Que me dé una entrevista para hacer una tarea que me pusieron.
--Pero será mañana, porque ya tengo la tarde ocupada.
--¿Dónde?
--Lléguese a la Calle Murillo con 44. Nos encontramos en la esquina de los cinemas.
***
Son las 4 de la tarde. Estoy con un condiscípulo que aspira a convertirse en reportero gráfico. Supongo que será este su primer reportaje, porque recién compró la cámara en una casa de empeño.

De pronto, vemos cómo en una casa de la acera de enfrente se abre una puerta azul. De ahí sale un viejito de poca estatura, pero de andar veloz. Es el maestro Peñaloza, quien de inmediato nos reconoce. Supongo que fue por la cámara recién comprada.

Nos invita a una fuente de soda al lado de los teatros, y fue así como nos enteramos de que había nacido en Aracataca (Magdalena) un pocotón de años atrás. Tenía 12 años cuando le tocó ver los primeros muertos de su vida. Eran los campesinos que cayeron en la famosa “Masacre de la bananeras”.
Nos dijo lo que siempre contó en todas partes: que “Te olvidé” surgió de un poema que escribió un español narrador de la hípica en Bogotá, llamado Mariano San Ildefonso. Para entonces, Peñaloza vivía en esa ciudad, donde fue contactado por José María “El Curro” Fuentes, quien acababa de abrir un estudio fonográfico y deseaban inaugurarlo publicando un Long Play de ritmos del Caribe colombiano.

Para esa misión contactó a Peñaloza, quien sería el encargado de escoger el repertorio e invitar a los músicos. Ya la grabación estaba concluyendo, cuando el eximio trompetista se acordó de los poemas de San Ildefonso.
Esa noche se puso a revisarlos y el único que le llamó la atención fue “Te olvidé”, al que le mutiló algunas cosas y le mejoró otras tantas hasta que quedó como salió al público.
Pero su grabación no fue tan fácil, empezando porque al Curro Fuentes no le gustaba. Opinaba que era una canción demasiado larga (“más larga que el himno nacional”) y que lo más probable era que no le agradara a nadie. Pero Peñaloza insistió hasta que el Curro Fuentes dio su visto bueno, pero muy a su manera: “¡Carajo! –dijo-- tú sí eres terco. Bueno, qué carajo, graba esa porquería”.

El marco musical de la canción fue ejecutado por un conjunto panameño que aportó la batería y el piano, mientras que Peñaloza hizo lo propio con su trompeta, para adornar el canto del vallenatero Alberto Fernández. La canción se grabó, dicen que en ritmo de chandé o en ritmo de garabato. De hecho, también la conocen como “La danza del garabato”. Ahora se le considera el “El himno nacional de los carnavales de Barranquilla”, y ostenta una serie de versiones que, a mi modo de escuchar, no superan la interpretación original.

A Peñaloza le complacía decir que “esa canción gustó, gusta y seguirá gustando, porque es el anverso y el reverso de la vida”.

Esa tarde, el aprendiz de reportero gráfico me hizo caer en la cuenta de que se necesitaba una foto en la que Peñaloza apareciera sosteniendo un instrumento, pero el maestro nos sugirió encontrarnos al día siguiente en Bellas Artes, donde podríamos escoger el artefacto que quisiéramos.
Así lo hicimos. Llegamos a las 2 de la tarde. Peñaloza nos esperaba en la plaza interna del recinto, donde un joven practicaba orgullosamente con una trompeta.

El estudiante, al ver a Peñaloza, lo saludó con inocultable efusión:
--¡Maestro! ¡Qué gusto verlo!
--¡Qué maestro ni qué carajo!--increpó Peñaloza--¿Usted cree que si yo fuera maestro suyo, estuviera tocando esa trompeta así como la toca?
Entramos a un salón donde lo esperaban unos 20 niños armados de guitarras, tomó una y posó para nosotros sin mayores pretensiones artísticas.
Antes de irnos le preguntamos que si tenía más producciones discográficas grabadas, “porque lo único que siempre escuchamos es ‘Te olvidé’”.
--Tengo muchas –respondió--, pero si ustedes quieren un país más desinformado que Colombia, ave María.
Nos despedimos. Él se internó en su semillero de futuros instrumentistas y nosotros subimos y bajamos calles todavía festejando el episodio del joven trompetista en la placita de Bellas Artes.

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