“Siempre recuerdo las palabras de la mujer más adorable del mundo, Rosa Emilia Benedetti de Alemán: ‘La alumna salió mejor que la maestra’”, dice Doris Chalela con una sonrisa esbozada en sus labios que permanece intacta desde su niñez.
Menuda y jovial, Doris inunda los espacios con su espíritu alegre y soñador, con carcajadas que contagian felicidad y relatos que celebran sus casi 80 años de vida, muchos de ellos inmersos en la sazón de su suculenta gastronomía.
“Con ella (Benedetti) aprendí a cocinar hace más de cuarenta años, y luego tuve la necesidad de sacar a mis tres hijos adelante”, admite con sosiego.
Parece que los años no han pasado por su memoria, pues recuerda con detalle el inicio de su tradición culinaria en abril de 1983, cuando fundó su restaurante de nombre homónimo... “Doris”.
Aun así, su fama ya había sido forjada en la intimidad de su hogar, mientras ofrecía banquetes y comidas para ocasiones especiales, con recetas únicas para propios y foráneos. Sin darse cuenta sus creaciones habían llamado la atención de la sociedad cartagenera, que la acercó al Club Naval.
“Los primeros que me ayudaron y me dieron la mano fueron los de la Base. En esa época el almirante Calderón Salazar, que era comandante de la Fuerza Naval del Atlántico, me propuso ser directora de banquetes del Club Naval, y así empecé. Siempre les estaré infinitamente agradecida”.
Trabajando al frente de la cocina del Club logró conquistar el paladar de personajes ilustres como el ex presidente Alfonso López Michelsen y el rey Juan Carlos, de España, quienes no dudaron en elogiar sus platos.
“Cuando Alfonso López fue elegido presidente por primera vez, vino a Cartagena. Se bajó en la Armada porque en ese tiempo no había casa de huéspedes y ellos le habían hablado de mí. Él quería que le mandara un pie de pollo y uno de coco, y se los hice. Gracias a eso, la segunda vez que volvió, me pido un banquete. A él le debo el prestigio, al expresidente”, asegura de manera enfática.
Ante la creciente demanda de pedidos y la estrechez de su casa, Doris se vio en la tarea de encontrar un espacio propicio para atender cada uno de ellos. Así abrió las puertas de su restaurante en la carrera 4a. de Bocagrande.
“Trabajé en mi casa hasta que llegó la oportunidad de hacerlo en grande, frente a la bahía, en la casa de tres niveles que era de Daniel Lemaitre”.
El legado culinario
De ascendencia libanesa, Doris es orgullosamente cartagenera.
“Adoro mi Cartagena, porque todos han sido divinos conmigo. Todos me ayudaron mucho”.
De hecho su mezcla es parte de su legado, de las combinaciones audaces que proponía en su cocina, algunas que hoy parecen de rutina.
“Fíjate que gracioso, hace 40 años yo comencé a cocinar langostinos en tamarindo, mandarina, maracuyá o con duraznos, algo que hoy admiro de todos los cocineros de Colombia, y a los cuales me inclino porque son maravillosos”.
Su sencillez se manifestaba en sus platos, cuyo secreto no era otro que dosis de dedicación cocinados en el fuego de la pasión por el oficio de hacer feliz, a otros, con su comida. No en vano decidió encargarse de cada detalle, de principio a fin, para llenar los corazones de sus invitados.
“Los platos prácticamente fueron inventados por mí. Yo cogí a un grupo de cocineras nativas y unos muchachos graduados del Sena, y les decía: ‘quiero que esto sepa así y se presente así”.
Su especialidad parece ser esa, cariño y devoción.
“Soy una mujer muy creyente y a ese restaurante le puse mucho amor”.
Días agridulces
“No vayas a creer que en mi vida todo fue fácil. He tenido una vida de altibajos, pero caer te enseña a vivir, a saber quién eres y quién está a tu lado. Eso me acerco más a la misericordia de Dios”.
Tal vez se refiere al momento en que tuvo que cerrar su restaurante, algo que no fue fácil pues de él dependían sus hijos y la obra social que realizaba con el padre Bernardo Vergara por los enfermos del VIH.
“Una persona que yo conocía, con quien tuve unas diferencias, llamó a los hoteles de parte del Ministerio de Salud. Decía que no mandaran a nadie al restaurante ‘Doris’ porque allá había Sida. Yo estaba acostumbrada a que todos los días llegaran buses con muchos turistas, y ahora me tocaba verlos pasar de largo, hasta que me vine a pique porque no tenía cómo sostener los gastos”.
Tres meses duró esta situación hasta que no hubo más opción que dejarlo todo a pesar de que Julio César Turbay amaba sus recetas o que el fallecido Álvaro Gómez le hubiese prometido que volvía de presidente.
Tampoco que Virgilio Barco, al terminar de almorzar le dijera: “Doris todo en su punto. Nada de más, nada de menos”. Ni que el rey de España Juan Carlos I haya pedido conocer al cocinero del banquete que le ofrecieron, y al verla le tomara las manos y se las besara en señal de agradecimiento.
Le tocó comenzar de nuevo, en otro lado y lejos de su Cartagena.
“Me fui a Bogotá, allá estaba mi hijo Hugo Armando. Logré abrir dos negocios de comida ejecutiva, tumba cuchara como les digo yo”.
De regreso a Cartagena
Pero Doris está cerca de renacer en Cartagena, junto a su gente.
“Volver a la ciudad 20 años después, y que la gente me recuerde, eso divino. Cuando yo llegué y me baje del avión, uno de conductores de taxi me dijo: ¡Doña Dorisss, regresó! ”, relata con emoción.
Su salud la ha traído de regreso y con ello sus ganas de retomar su vida en la ciudad, de reconectarse con sus amigos y conocidos. “Me enfermé mucho en Bogotá, pasaba 18 horas con oxígeno porque no podía respirar y el médico le recomendó a mi hijo que me trajera a un lugar al nivel del mar”.
Lo más importante es que está decidida a reabrir el restaurante, no sólo por el gusto que le produce cocinar, sino porque quiere dejar un poco de su herencia gastronómica en la ciudad.
“Todavía tengo madera para trabajar, estoy yendo al mercado y viendo locales para abrir de nuevo el restaurante. No puedo decir que va estar para diciembre porque ya me cogió el tiempo. Pero quiero abrir otra vez un ‘Doris’ con mis recetas tradicionales, para dejar algo que le recuerde a mis hijos que Cartagena es su casa”.
DATO
Lo que me gusta el médico no me lo deja comer, es increíble y se van a reír pero mi comida favorita es arroz blanco, carne molida, taja’ de plátano y huevo frito. Me muero por eso, es la comida que a uno le enseñan a comer desde chiquito y yo creo que eso tiene un valor único.
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