Facetas


El arribo que se convirtió en encuentro

GUSTAVO TATIS GUERRA

11 de diciembre de 2011 12:01 AM

El arribo de los árabes en Colombia desde el siglo XIX ha generado estudios sistemáticos y profundos como el que acaba de presentar en Cartagena, la historiadora Pilar Vargas Arana, autora del libro Pequeño equipaje, grandes ilusiones: La migración árabe a Colombia, 338 páginas publicadas en 20011 por Taurus, Aguilar.Este valioso aporte fue una de las sorpresas del reciente Congreso Árabe en Cartagena. Recuerda la autora que “descendientes de árabes son ilustres científicos de la talla de Salomón Hakim; genetistas de la importancia de Emilio Yunis; pintores tan consagrados como David Manzur; diseñadores reconocidos como Hernán Bajar, Amalín de Hazbún y su hija Judy; fotógrafos laureados como Abdú Eljaiek; actores galardonados como Alí Humar; escritores como Luis Fayad; cineastas tan creativos como Felipe Aljure; periodistas como Yamid Amat, Juan Gossaín y Julio Sánchez Cristo, y ni de qué decir de nuestra trabajo, cultura, devoción y ciencia a una Colombia que, si bien no los recibió con amor en un comienzo, los acogió después con afecto y respeto, en una actitud que los árabes han retribuido con infinito servicio e inagotable amor”.
A la lista anterior, habría que agregar el aporte insoslayable y definitivo de poetas de origen árabe, pero nacidos en el Caribe colombiano: Raúl Gómez Jattin (1945-1997), Giovanni Quessep (1939) y Jorge García Usta (1960-2005).  La poesía de Giovanni Quessep es una de las más sublimes contribuciones a la lírica continental. Y qué decir de Raúl Gómez Jattin, cuya obra sigue maravillando a los lectores del país y del mundo, por su lectura doble del universo humano del Sinú y la historia universal. También la obra poética y ensayística de García Usta, y su poemario ejemplar: El reino errante, uno de los mejores poemarios publicados en el Caribe colombiano y el país. Ese libro integra el espíritu investigativo de García Usta, uno de los pioneros en la región en la indagación de la presencia y orígenes árabes en Colombia.
La propuesta de Vargas Arana es que los estudios tienen hoy nuevos desafíos por ahondar: Uno de ellos es “el desarrollo de la comunidad árabe musulmana en el país- específicamente la de Maicao-, la controvertida participación de los descendientes de sirios, libaneses y palestinos en la política colombiana, y el aporte de los descendientes de árabes entre 1980 y 2010 al desarrollo social y cultural de la nación”. Su investigación  es ambiciosa y panorámica: El viaje a Colombia de los primeros migrantes, Los árabes en Colombia: del rechazo a la aceptación; Presencia árabe en la economía y en la política colombianas y un análisis de la cultura árabe. Uno de los aspectos profundizados  es el encuentro entre la gastronomía árabe y la colombiana. El escritor Juan Gossaín ha dicho una frase sabia: “Soy el hijo legítimo de un quibbe con una arepa de huevo”. Es tal ese matrimonio cultural, que en una mesa de fritos en Cereté, un nativo dijo: “Es tan bueno el quibbe, que hasta a los turcos les gusta”.
Yamid Amat en el prólogo del libro de Vargas Arana subraya en uno de las opiniones lamentables y racistas de  Luis López de Meza, cuando se refirió a la amenaza de la influencia árabe, asiática y africana en Colombia. Su  torpeza conceptual lo llevó a decir que el país necesitaba de “infusión de sangre blanca, bien escogida”, de inmigrantes nórdicos, alemanes y galos.
A pesar de las diferencias religiosas y culturales, lo que ha unido a árabes y colombianos, ha sido precisamente el sentido y valoración de la familia.  Inmigrantes árabes, cristianos y musulmanes, hoy están sentados en la misma mesa, compartiendo sabores y saberes de dos culturas. Reunir en casa a toda la parentela a comer y celebrar es una de esas costumbres que los árabes continuaron en Colombia. El proverbio árabe se ha intentado practicar entre nosotros: Un amigo es un hermano que se equivocó de vientre.  Hoy  la nación colombiana es hija de esos mestizajes: de lo africano, árabe, asiático, europeo y americano. Basta sacudir el árbol de los ancestros para encontrarnos con los frutos blancos, negros y amarillos. El arcoíris no tiene predilección por uno de sus colores. Es solo bello porque es múltiple. Como el canto del zenzontle.


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