Facetas


El boli, ¿un manjar costeño que pierde vigencia?

LÍA MIRANDA BATISTA

30 de septiembre de 2018 07:00 AM

Son las 2 de la tarde, la temperatura sobrepasa los 34 grados centígrados, sientes cómo el sol te pica, necesitas algo para refrescarte y entonces… aparece una gama de colores congelados ante tus ojos. Eliges tu favorito: el de corozo, lo tomas, sientes cómo tus dedos se congelan y al llevarlo a tu boca mmm… una ola de frescura al instante. Lo saboreas, sientes que vuelves a vivir y le sacas el ‘jugo’ a tu boli, chupándote hasta el plástico que lo envuelve.

El boli es tan popular como la empanada de huevo. Es tan rico que nadie se resiste a saborear uno y ha marcado la infancia de más de un costeño. Este clásico alimento, que no necesita muchos ingredientes para su preparación, está en peligro de extinción, o eso parece con la cantidad de productos ‘refrescantes’ que nos vende la publicidad.

Los caribeños lo sabemos, pero igual explicaré por si algún cachaco se antoja de leer esta Faceta: los bolis son jugos (ojalá de pulpa de fruta) congelados. Han existido desde siempre y muchas veces son (¿O eran?) preparados por nuestras abuelas para degustar tardes de juegos o aquel ‘antojito’ que disfrutábamos cuando éramos niños, a la salida del colegio.

Para el youtuber costeño Carlos José Suárez, el ‘Tocne’, el boli tiene el poder de devolverlo a su infancia. “Recuerdo ir a la tienda de ‘doña Cila’, cerca a mi casa, en el barrio La Pradera en Montería, y comprar, igual que mi hermana, primos y vecinos, bolis de corozo, de coco, de guayaba agria o de ‘kola’ con leche. Era un producto económico, accesible a todos nosotros, niños de un barrio estrato 2, cuando comprar una gaseosa era un lujo que no te dabas todos los días”.

Para el ‘Tocne’ la escasa producción de boli hoy puede obedecer a la industrialización y a los tratados de libre comercio, pues: “ahora los niños pupis comprarán helado de macadamia o frutos rojos”, dice él.

Pero, esperen un momento: antes de hablar de por qué el boli está ‘en vía de extinción’, respondamos una pregunta básica: ¿Cómo entró a hacer parte de la gastronomía del Caribe Colombiano? Nos responderá Karina Castro Pomares, ingeniera de alimentos de la Universidad de Cartagena.

“El boli nace como una opción refrescante en la Costa Caribe, pero este antojo alimentario no solo es propio de esta región, sino también de otros países de Latinoamérica. En países como Panamá, México y Venezuela preparan también este tipo de congelados. Efectivamente, con los años, el boli ha surtido una evolución con la industrialización de los alimentos y ante la demanda de conseguir algo fácil y rápido para comer, se han creado otro tipo de presentaciones de estos congelados”.

La ingeniera destaca que esta ‘legendaria chuchería’ contiene un gran aporte nutricional.

“Antes veíamos un consumo masivo de boli, pero ese boli que se preparaba de forma artesanal, es decir, ese jugo congelado que envasamos en una bolsa de plástico y que al estar hecho a base de fruta y una fuente acuosa (agua) tiene unos componentes que constituyen un gran aporte nutricional”, expone.

Castro Pomares enfatiza en que este producto casero y económico sí aporta a la demanda energética   que requiere el ser humano, pues es libre de conservantes y químicos.

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Fue tanto el auge del boli en los años noventa, por ejemplo, que la expresión “¿Hay boli?” recreó varias situaciones cómicas cuando de saludar se trataba y, aún está latente en el inconsciente colectivo de todo costeño.

“Todas esas vivencias de hace ya décadas con el boli, las fui incorporando en mis videos cuando empecé a ser youtuber con Viernes Zombie. Ahí fue donde volví a sacar a la luz esa frase de ‘Buenas, ¿hay boli?’, y diseñamos camisetas con esa frase y fueron las más pedidas por el público”, recuerda el ‘Tocne’

“Hay vida”

Helda Margarita Villafañe es una samaria radicada en Cartagena desde hace más de veinte años, es una orgullosa vendedora de bolis en el Centro Histórico que no escatima en alardear de ‘vender los mejores’ y sus clientes dan fe de ello.

“Me dedico a vender bolis desde hace siete años. Lo heredé de mi mamá. Y desde que salgo de mi casa con mi nevera de icopor repleta de boli (unos 200), todos los vendo”, cuenta.

La mujer ofrece una amplia variedad de sabores: guanábana, zapote, níspero, coco, corozo, maracuyá, melón, tamarindo, fresa, guayaba agria, ‘kola’ con leche, ron con pasas, aguacate, arequipe con pasas, galleta, maní y otros más ‘exóticos’ como milo, brownie, y bocadillo.

 

Es cierto, el boli que más se vende es el de corozo cuando el sol está caliente y le siguen el de guanábana y de coco, si lo que se necesita es endulzar el paladar.

Helda se pasea por el Centro pregonando sus bolis y tiene clientes de todos los estratos y edades.

“Hasta los extranjeros me compran. Una vez una joven peruana se animó a probar uno y quedó fascinada. Así que antes de partir a su país vino varias veces y probó todos los sabores pues me contaba que los extrañaría, pues en su país no se ve”, contó.

Habrá que hacerles un favor a las nuevas generaciones y enseñarles a apostar por este producto artesanal y casero. Tendremos que hacernos el favor de escoger al boli, para que no pierda vigencia y siga refrescando paladares en la región Caribe por los siglos de los siglos.

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