Facetas


El caño donde salió a flote una familia inusual

EL UNIVERSAL

29 de julio de 2018 12:00 AM

Por: Javier Francisco Hernández

“Antes los señores eran más fregados que ahora, no podían escuchar un cuento porque enseguida la obligaban a uno a casarse”, cuenta Maribel De Hoyos, sentada en una silla roja de plástico, bajo la sombra de una guadua inmensa. Ella nació a manos de una partera, en el caserío que está justo al frente, cruzando el caño que delimita la casa donde vive desde hace veinte años con sus cuatro hijos y su esposo, Enrique Gabriel Jiménez, a quien por alguna razón le dicen ‘Pacho’ sin que se llame Francisco.

“Pacho y yo duramos ocho meses hablando a escondidas antes de que se dieran cuenta”, dice Maribel entre risas. “Mi papá no quería que yo tuviera novio y mi mamá era cristiana, pasaban muy pendientes de mí, tanto así que yo dormía en medio de los dos; si iba a bañarme, mi mamá venía conmigo; si estaba en la iglesia orando, mi mamá me tenía cogida por el pelo. Yo no tenía libertad”.

Maribel cuenta que una noche luego de que su padre saliera a pescar y su madre se fuera a una vigilia —no sin antes pegarle por el chisme de que tenía novio—, se escapó. Había acordado encontrarse con Pacho debajo de un árbol de guarapero que quedaba en la orilla del lado contrario a la casa de ella. Pero justo cuando empezaba a remar en la canoa del tío que acababa de coger sin permiso, escuchó a su papá gritar: “Maribel, ¡nojoda!”.

Dejó la canoa en la orilla de su casa y salió corriendo, llevándose una puerta por delante. Cuando su papá la alcanzó, solo pudo agarrarla por la camisa, que se rasgó y dejó a Maribel solo con el sostén. A pesar de eso, siguió corriendo, hasta llegar a la casa de una prima, que la escondió debajo de una porcelana. Pero su papá la encontró, y luego de varios insultos, golpes y cachetadas, le dijo que tenía que casarse, que era una bandida.

“Yo le dije que cómo me iba a casar con un hombre que no sabía si estaba enamorado de mí, o yo de él. Entonces me tiró en la canoa y me trajo aquí, a la casa de Pacho”, dice ella, “vine con miedo, mi papá me entregó y duré viviendo con él una semana, pero luego me fui para San Marcos, donde trabajé durante tres meses como empleada de servicio”.

Mientras sigue contando la historia, sus cuatro hijos juegan en el caño, unos montados en la canoa y los otros en el agua. Iván tiene 15 años; Yeimi, la única niña, tiene 12; Adrián tiene 11; y Esnaider, 9. Todos van al colegio y saben leer y escribir, a diferencia de Pacho, que no fue ni un solo día, y Maribel, que aunque sabe leer y puede firmar su nombre, fue al colegio solo durante un mes.

“Un día, mientras trabajaba en San Marcos, a mi papá lo mordió una culebra y no tenía cómo pagarle al curandero. Entonces yo fui a donde Pacho para que me prestara la plata, y él me dijo que sí, pero si nos casábamos, si volvía a vivir con él de nuevo”, dice entre risas, desde que empezamos a hablar no ha parado de reír, “me tocó aceptar porque en ese tiempo la curada costaba 300 mil pesos. Al principio pasábamos peleando, demoré cinco años para tener el primer hijo, los médicos decían que yo era estéril. Pero desde ese día, todo se arregló, dejamos de pelear”.

Me cuenta que las peleas eran porque ella quería ir a fiestas —lo que no podía hacer cuando vivía con sus padres—, pero a Pacho no le gustaban las fiestas. “Pacho casi no va a fiestas, casi no toma”, dice Maribel, “tampoco es mujeriego, pero eso es algo bueno”. Ahora vive tranquila, apurada solo por tener listas las tres comidas, porque casi todo se cría o se cultiva aquí.

Mientras me embarco en la chalupa que me llevará de vuelta a San Marcos, me acuerdo de lo último que me dijo Maribel sobre su padre: “Ahora soy la única de los seis hijos que tiene, que está pendiente de él. Yo, que era a la que más celaba y a la que no le dejaba hacer nada, soy la que cuida de él. Él se preocupó por uno, ahora le toca a uno preocuparse por él”. El motor arranca y la familia de Pacho y Maribel se ve más lejos con cada segundo que pasa. Las nubes se reflejan en el caño y la vista llega hasta la línea fina de árboles donde cielo y tierra casi se encuentran. 

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