Facetas


El Capitán América ya no puede pescar

LÍA MIRANDA BATISTA

28 de febrero de 2016 12:00 AM

Pese a las advertencias que había escuchado en la radio durante la madrugada de camino a las playas de La Tenaza y el fuerte oleaje de aquella mañana de febrero, el Capitán América alistó su bote de madera, tomó anzuelos, un balde pequeño, dos cuchillos, agua y una vara. Cruzó unas palabras con sus dos únicos tripulantes y se adentraron al mar.

Estaban a menos de siete millas de la orilla cuando una mareta volcó su embarcación y los hizo caer a las aguas cerca de una fila de espolones. El capitán América sintió miedo, los más de 50 años de experiencia en el oficio no le impidieron flaquear y pidió ayuda divina. Recordó las palabras de sus hijos que le decían “Papá no se vaya a meter al mar que vea que está picado”, murmuró una pequeña oración y esperó a que un grupo de compañeros que se encontraban en tierra se lanzaran para socorrerlos y los trajeran de vuelta a la orilla.

El 'Capitán América', cuyo nombre de pila es Fermín Gómez Acevedo, nació hace 64 años en un barrio de la periferia de Cartagena. Es pescador desde los 12 años y su cuerpo lo delata. Contextura delgada, piel negra bañada por el salitre y varias magulladuras y heridas dejan entrever que su oficio no ha sido fácil.

“A los 12 años mi papá me descubre pescando. Entonces se me acercó y me dijo que a partir de ese momento yo empezaría a pescar con él. Todo lo que ahora sé sobre la pesca lo aprendí gracias a él. Yo vivo de la pesca, todo lo que tengo es gracias a ella”, cuenta Fermín.

Faltando un cuarto para las nueve de la mañana, Fermín se reúne con varios de sus colegas a conversar sobre lo que ellos mismos denominan una -crisis-, pues ya completan más de 20 días sin pescar. Las condiciones climáticas asociadas al mar de leva que por estos días se sienten en la ciudad, les impiden salir a sus faenas diarias. El grupo de pescadores yace desesperado frente a la orilla de La Tenaza, playas en la convulsa avenida Santander, en el Centro Histórico. El calor los abraza y solo uno de ellos alcanza a tomar un poco de café que guarda entre su bote. Pasan los minutos. Callan. Sus ojos reflejan angustia y no dejan de mirar al furioso mar.

“Estamos pasando trabajo. Completamos 23 días sin pescar. Ahora como ya le avisan a uno que hay mar de leva a causa del frente frío, uno no sale a pescar porque uno va a arriesgar el pellejo y la embarcación. Entonces uno se sostiene con lo que pueda vender uno o empeñar, muchas veces son los mismos utensilios de nuestro trabajo para poder regresar con algo a casa”.

 Fermín hace parte del grupo de 50 pescadores de La Tenaza, la zona donde históricamente se han aglomerado para dedicarse a la pesca artesanal. A este lugar llegan turistas y nativos que quieren en sus mesas un pescado fresco y jugoso. Aunque integran una cooperativa, el Capitán frunce el ceño cuando le pregunto sobre los incentivos que han recibido por parte de los gobernantes de turno. Cambia el tono de voz y con la mirada casi que esquiva me dice “siempre dicen que nos van ayudar y nunca nos ayudan como se debe”.

“El problema es que nunca nos cumplen”, dice mientras mueve el dedo anular de su mano izquierda que deja ver una pequeña herida abierta que está a punto de sangrar.

“Hace como seis años el Distrito, a través de la Umata, nos regaló un par de botes, unos anzuelos y 20 metros de trasmallo. Desde ese entonces, no ha venido otra administración a dotarnos de implementos ni nada. Antes la oficina de Guardacostas mediante un concurso nos premiaban en diferentes categorías: el pescador con el pescado más grande, el más pequeño y así”, narra.

Hacia el mediodía se divisan a lo lejos tres embarcaciones pequeñas. Fermín junto a sus compañeros se levantan y se acercan a la orilla. Dan la sensación de que más que ayudar, quieren cerciorarse de que sus compañeros hayan regresado sanos y salvos y claro, con varios pescados en sus canoas.

"Ese mar está muy bravo", comenta Luis Carlos, quien como Fermín, ya completa toda una vida en el oficio de la pesca.
"Ellos son un par de arriesgados", agrega, mientras se adentra un poco más a la playa para empezar a descargar los utensilios de sus compañeros.

El capitán América relata entonces que en este lugar todos son una familia. Muchos ya vienen con la tradición desde sus ancestros, otros son acogidos y bautizados como parte de la hermandad. En conjunto batallan las mismas aguas.

Cuando cae la tarde, El Capitán se quita por un momento su capucha morada, que por cierto lleva bordado en inglés “Captain América”, se pone un suéter de color verde pálido y se despide del mar con mirada nostálgica.

"Yo creo que por ahora no volveré a pescar", dice mientras guarda una botella de agua y ubica varios remos en su embarcación.

Luis Carlos, el amigo y colega de Fermín, agrega que “cuando el mar nos deja pescar, sale uno con 10 o 15 kilos de corvinas, sierras y ronco amarillo, pero esta época de verano es muy dura, no podemos meternos al mar y los trasmallos ya no agarran es nada”.

Si las condiciones son óptimas, las ganancias de un pescador en La Tenaza oscilan según ellos, entre 50.000 y 60.000 pesos. Aunque destacan que durante el “tiempo de sierra” suelen aumentar.

“Para el mes de mayo, cuando el mar está más quieto y comienza a caer agua, llega el tiempo de la sierra. Pues uno se va para su casa con 70 mil y 80 mil pesos. Pero hoy no estamos pescando nada, nosotros nos venimos para acá es a echarle un ojo a los botes”, indicó Fermín.

PRESUNTOS INVASORES

En enero pasado, la Gerencia de Espacio Público y Movilidad realizó una inspección en compañía de funcionarios de la Secretaría del Interior y la Policía Nacional para retirar un pequeño cambuche que, según quejas de la ciudadanía, estaban formando en la zona estos pescadores. (Lea aquí: Cambuche de pescadores en la Avenida Santander será retirado)

Fermín a modo de explicación asegura: “tal y como dijimos ese día, esto no es un cambuche. Lo que armamos es una pequeña carpa para resguardarnos del sol, porque, aunque no estamos pescando sí tenemos que echarles el ojo a las embarcaciones”.

Ese día, Carolina Lenes, la nueva gerente de Espacio Público y Movilidad estableció unos acuerdos que procuraban eliminar el cambuche y la gestión de una labor social para mejorar las condiciones de los pescadores de esta zona de tal forma que puedan ejercer sus actividades sin estar en condiciones deplorables. 

Al cumplirse un mes de aquella visita de inspección, Carolina Lenes aseguró que “Ese día ellos nos comentaron sobre algunos compromisos a los que habían llegado con administraciones anteriores, entre las cuales, estaba suministrar unas embarcaciones o lanchas para hacer su trabajo. Nosotros queremos continuar con estos compromisos. Es uno de los puntos que tenemos priorizados para empezar a trabajar”.

NUEVOS VIENTOS

Desde la Unidad Municipal de Asistencia Técnica (Umata) de Cartagena, se adelantan programas y proyectos para atender y vincular al gremio de pescadores artesanales entre los cuales, se resalta el proyecto de inversión “Extensión rural para mejorar la producción y productividad de los pequeños y medianos productores del sector primario en el Distrito de Cartagena”.

Según explicó Gustavo Jiménez Sierra, director de la Umata, se espera que con la actualización de este proyecto, sean beneficiados los pescadores de La Tenaza. Jiménez Sierra reconoce que estos pescadores han sido atendidos de forma mínima en anteriores administraciones por lo que considera oportuno contribuir a mejorar sus condiciones.

“Hemos considerado la destinación de recursos para contribuir al desarrollo y fomento de los pescadores artesanales de La Tenaza, mediante capacitación, asistencia técnica, transferencia de tecnología, orientación psicosocial, fortalecimiento asociativo y entrega de insumos que les permitan implementar y llevar a cabo buenas prácticas para la pesca”.

Son las 6:10 de la mañana, llego a las playas de La Tenaza para encontrarme nuevamente con el Capitán América. En el lugar está Luis Carlos arreglando varias embarcaciones, un tuchinero se acerca cabizbajo y varios perros olfatean entre rocas y pequeños pedazos de madera. El Capitán se acerca y me dice que hoy tampoco entró a pescar. Llegó hacia las 4:30 de la mañana desde el barrio Olaya donde vive con su esposa y el menor de sus seis hijos, se pasa la mano por la frente y me dice con tono seguro:

“Creo que pescaré por allí para el mes de mayo o junio, ahora no puedo entrar al mar. Reconozco que estoy pasando trabajo y necesidad pero prefiero hacerle caso a mis hijos y no meterme al mar así tan bravo como está”.

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