Facetas


El día que balearon al padre Luis

JULIE PARRA BENÍTEZ

10 de julio de 2016 12:00 AM

Lunes. Cinco de marzo de 2012. Es de mañana.

El padre Luis Gómez Yepes recoge sus cosas, guardadas religiosamente en cajas de cartón. Se va de la iglesia Espíritu Santo, que está en Las Gaviotas, a descansar. Ya son 78 años a sus espaldas y, además, está enfermo. Diabetes. No es que esté cansado de servir a Dios, sino que todos los ciclos se cumplen y hoy prepara su última misa, la del miércoles, en esta parroquia que lo ha escuchado los últimos veinticinco años.

Un hombre, que sabe de la generosidad del padre, le ha pedido que le dé trabajo o le ayude con una limosna para menguar un poco su absurda pobreza. El sacerdote le responde que podría ayudarle con la mudanza y así ganar algo.

-¿Por dónde empezamos, padre?-pregunta el hombre. Luis Carlos le muestra las cajas de cartón para guardar sus pertenencias, que deben trasladar a la casa del barrio Ternera donde se mudará. Alcanzan a empacar algunas cosas, llega mediodía y el sacerdote le da veinte mil pesos a su ayudante para que almuerce.

Ahora son las dos y cuarenta y cinco. El improvisado asistente regresa, aparentemente a terminar su labor, y entra a la sala del despacho cural.

El padre pretende terminar la mudanza pronto, pero en su despacho hay algunos feligreses esperándolo, así que decide aplazar el trasteo para el día siguiente.
-Hijo, seguimos mañana porque hay gente esperándome en el despacho- dice el cura.
Entonces aquel “pobre” tipo, ávido de ayuda, saca un revólver y le apunta al padre Luis.
-¡Quédese quieto y deme la plata!-le grita-.
-No tengo dinero- replica el cura, asustado, tirado en el suelo y contemplando de cerca el rostro de la muerte.

El siervo, convertido ahora en un temible delincuente, arremete contra el presbítero. Le da “cachazos” en una ceja y en la boca, mientras sigue exigiendo dinero. Hurga uno de sus bolsillos y le arrebata 300 mil pesos. Dispara. La bala atraviesa el hombro derecho del párroco. Mientras él se desangra, el bandido huye con su botín, sin sospechar que en el otro bolsillo de su pantalón Luis Carlos guardaba un millón de pesos para pagar el arriendo de su futuro hogar.

La plata es lo de menos ahora, lo importante es salvar al cura. Sus feligreses, que escucharon el balazo, lo socorren, llevándolo al Hospital Naval. El padre sobrevive. Y del ladrón sabrá Dios, porque la Policía no tiene ni idea. (Lea aquí: Balean a sacerdote, al parecer en medio de un atraco)

***

Cuatro años después de aquel sangriento episodio, Luis Carlos se ve tranquilo. En una mecedora, en la terraza de la casa en la que vive y donde lo acompaña una pareja de esposos, cuenta su historia. Está preparado para la muerte -dice-. Tiene ochenta años, cincuenta como sacerdote. Luis Carlos Gómez Yepes está tan sereno como la leve brisa que da vueltas en medio del insoportable calor de esta tarde.

Le agobia la soledad. Quizá por eso, pese a estar pensionado, prefiere seguir trabajando como profesor junto a las monjas de María Auxiliadora y La Anunciación. Nació en Yolombó, Antioquia, allá dejó a su extensa familia, sus padres (ambos fallecidos), sus nueve hermanos, sobrinos y primos, cuando emprendió su labor con la iglesia Católica, esa por la que se inclinó siendo un niño de 13 años.

“Lo más difícil de ser sacerdote, para mí, es la soledad, es lo más duro que hay. Es muy duro cuando llegas a la casa y no tienes con quien conversar, sino que toca ver televisión o leer, pero a veces uno se cansa, yo he leído mucho en la vida”, dice.

En el año 1968, dos años después de ordenarse como sacerdote, llegó a La Heroica y se quedó. Aquí quiere pasar su vejez, trabajando, como siempre lo ha hecho, y al lado de una gran familia de fieles, exalumnos y amigos que lo aprecian. Durante cuarenta años dictó clases en Comfenalco y veintinueve estuvo al frente de la capilla de la Base Naval. La prueba de todo su esfuerzo en cada labor que emprendía está plasmada en 27 placas que conserva en una pared de su casa.

“Un día alguien me preguntó que para qué servía esa pendejada (las placas), pero esa persona no entendía que ese es el testimonio de haber actuado con moral y buena conducta y me lo entregaron como reconocimiento y agradecimiento”.

En Cartagena empezó su tarea con la iglesia San Lorenzo, en el barrio Piedra de Bolívar. En un lote baldío debía construir la parroquia para la comunidad.

“Además de la parroquia de la Piedra de Bolívar, me tocó la misma labor en la San Miguel Arcángel, en Olaya Herrera; la Santa María Goretti, en Las Delicias; y por último en la Espíritu Santo, en Las Gaviotas, donde estuve por 25 años”.

Víctima de la maldad
Mientras toma un sorbo de té frío y recuerda uno de los episodios más amargos, el día que lo balearon en la iglesia de Las Gaviotas, dice: “El dinero solo trae problemas. Yo no tengo ni un chivo porque todo lo comparto con la gente. Nunca aprendí a ahorrar, porque no me gusta ver a la gente con hambre. No tengo nada, solo tengo un carro porque necesito movilizarme. A raíz de los atracos regalé a mis hermanas los anillos y prendas que tenía para no tener problemas con nadie. Ya me han atracado muchas veces y no quiero que se repita”.

La de marzo de 2012 no fue la única vez que los ladrones se ensañaron contra él. En el año 2000 y 2005 también fue víctima de atracos, sin embargo, nunca pasó por su mente dejar esta ciudad que lo enamoró por su gente noble.

Los vecinos de este barrio de Cartagena describen al sacerdote como un hombre noble y generoso. Él, por su parte, se refiere a ellos como “la gente más querida y colaboradora” que ha conocido. Fueron 25 años en los que compartieron y levantaron con esfuerzo su iglesia.

“Cuando salí de Las Gaviotas me propusieron que me fuera para Medellín, pero no quise, yo de Cartagena no me voy, aquí todo el mundo me quiere y me conoce... aquí la gente me quiere mucho. Yo me quedo aquí trabajando hasta el día de mi muerte”.

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