Facetas


El diamante ya no brilla

JOHANA CORRALES

16 de diciembre de 2012 12:01 AM

Pasó el 29 de noviembre y para muchos fue una fecha más sin sentido en el calendario.
Sin embargo, ese día se cumplió el aniversario 65 de la inauguración del  Estadio 11 de Noviembre, una obra que estuvo a cargo de los arquitectos Gabriel Solano, Jorge Gaitán Cortés, Álvaro Ortega y Carlos Santacruz, con el cálculo estructural del ingeniero Guillermo González Zuleta, que en 1948 ganó el Premio Nacional de Ingeniería.
En principio se llamó "Mariano Ospina Pérez", en honor al presidente que puso al pueblo cartagenero a elegir entre tener estadio o el alcantarillado de la ciudad. Los aficionados escogieron la construcción del estadio, llamado después "Estadio 11 de Noviembre", que tuvo un costo de 900 mil pesos.
Desde su inauguración el Once de Noviembre ha sido escenario de muchas  hazañas de la pelota caliente como la obtención del Campeonato Mundial del año de 1947, cuando un jueves 20 de diciembre, hace también 65 años, la novena beisbolera de Colombia, conformada por cartageneros, se consagró Campeón superando a la novena de Puerto Rico por 5 carreras por 0, con una magistral actuación del lanzador derecho Carlos 'Petaca' Rodríguez.
La nostalgia de esa época gloriosa la sienten hoy muchos aficionados que no entienden que pasó con el béisbol y con la afición hoy ausente de las gradas del viejo estadio.
Esos recuerdos tampoco se irán de la memoria de trabajadores y vendedores de comida en el coloso novembrino que recuerdan hoy cómo han cambiado los tiempos en que la pelota caliente movilizaba a toda la ciudad.
“El fútbol y la televisión jodieron todo. Se perdió el amor al béisbol. Lo mismo pasó con el boxeo. Esa época no vuelve, niña”, me dice Orlando Hernández, quien hace 40 años vende salchichones.
Orlando dice que en el estadio pasó los mejores años de su vida pues todos los aficionados compraban sus exquisitos salchichones, preparados con sal, limón, salsa de tomate y picante,  acompañados con galletas de soda.
El estadio, solamente en las tribunas, podía albergar hasta 15 mil espectadores sentados, la mitad de ellos bajo cubierta. Dice Orlando que muchas veces le vociferaban groserías, porque, ante la multitud de personas, se le hacía imposible llegar a todos los puestos a vender.
En un día bueno podía vender de 15 a 20 salchichones enteros. Con los ingresos, logró pagarle los estudios a sus seis hijos, entre ellos al periodista Harrison Hernández.
Fueron múltiples las anécdotas que le ocurrieron. La que más recuerda sucedió en  1980, cuando, en un partido, los patrocinadores no querían que alguien diferente a sus empleados vendiera dentro del estadio.
Orlando no podía perder esa venta, de manera que consiguió una soga lo suficientemente larga como para ser lanzada desde lo más alto de la gradería hasta el exterior del escenario.
Uno de sus amigos, quien ya estaba dentro, le lanzó la soga; y Orlando le amarró los salchichones y el paquete de galletas de soda, de modo que cuando ingresó al recinto lo hizo como un asistente más. Desde ese momento, cuando sabía que había partido, no olvidaba llevar la cuerda.
Recuerda a grandes beisbolistas de la talla de Glen Davis, Macnelly, y otros locales como Abel Leal, “el Ñato” Ramírez, “el Ñato” Velázquez y Marcial del Valle.
Ya no va al estadio. Siente que es una pérdida de tiempo. No hay público suficiente que compre sus productos.
“Llego,  la gente me llama y creo que es para comprarme, pero es para saludarme y abrazarme, porque tienen mucho tiempo que no me ven. Eso está acabado”, dice.

Su segundo hogar
Otro de los que ha pasado mucho tiempo ligado al estadio es Domingo Vanegas, más conocido como “Mingo”, quien desde el 5 de marzo de 1976 se ha dedica al mantenimiento y trazado del área de juego.
Cuenta que entró a trabajar al estadio por recomendación política hace 36 años; y, desde ese momento, se enamoró de su oficio.
“Considero que el Estadio 11 de Noviembre es mi segundo hogar. Le tengo un gran afecto y estoy pensando cuando me toque retirarme. Le tengo mucho amor a este deporte, porque es la única disciplina que estoy viendo desde niño”, dice Mingo, de 71 años de edad.
Asegura que hay tres culpables específicos que han ocasionado que el béisbol no sea el mismo de hace años atrás.
“Cuando entré a trabajar aquí, el béisbol era el único deporte que se veía en Cartagena. Desafortunadamente, ha ido decreciendo la afición. El béisbol tiene un enemigo número uno, el fútbol”.
Los otros dos factores han sido la inseguridad que hay alrededor del estadio. Los partidos cada vez los hacen más tarde. También afirma que la posibilidad de ver los partidos de grandes ligas por TV Cable ha hecho que la gente no se interese por el béisbol local.
“A este campeonato, el de la Liga Colombiana de Béisbol Profesional, es donde más están viniendo. Las personas de 60 años no pagan; las damas y los niños, tampoco pagan; todo el que venga con un recibo del gas al día, también ingresa gratis. Es decir, el que no viene a ver béisbol ahora es porque no quiere”, explica.
Su recuerdo más recurrente fue la inauguración del estadio: el 29 de noviembre de 1947, cuando se realizó la novena serie mundial, con el primer partido entre los equipos de Venezuela y Costa Rica.
“Mingo” tenía 11 años y recuerda el ambiente de fiesta que se vivía en el templo deportivo. Al día siguiente, jugaba Colombia con Guatemala y el aguacero que cayó fue tan fuerte que se tuvo que suspender el partido.
“Mi vida es el béisbol, y considero que el estadio es mi segundo hogar. Tengo mi familia y todo, pero me encanta estar aquí”, puntualiza.

El abuelo
Me sugiere “Mingo” que a otra de las personas que debería entrevistar es a Gerardo, un abuelo en condición de discapacidad, quien llegó primero que todos ellos a trabajar al estadio.
Gerardo Jiménez es un viejito encantador. No entiende siquiera que estamos en medio de una entrevista, pero él tiene toda la disposición para colaborarme. Lleva más de cincuenta años vendiendo gaseosas en el estadio.
Cuenta que una señora de nombre Blanca de Becerra, se convirtió en una especie de hada madrina para él pues lo puso a estudiar en el colegio y le regaló una silla de ruedas.
Desgraciadamente, la silla le empeoró su problema renal. Gerardo no sabía qué hacer, no podía seguir arrastrándose en el piso, porque en la escuela no le permitían el ingreso estando sucio. De modo que se ideó una especie de carrito para deslizarse de un lugar a otro.
Afirma que no extraña tanto a la hinchada que asistía a los partidos, porque siempre que veía la multitud sentía que lo iban a pisar y no se atrevía a salir de las escaleras.
Lo que sí le hace falta es la antigua infraestructura del "Coloso Novembrino".    
“Ufff, tenía miedo de que me pisaran, porque siempre estaba en la mitad y me tumbaba el pelotón de gente. No cabía la gente (señala el pasillo). En ese tiempo los pasillos eran muy amplios. Ahora siento esto muy estricto. Lo han puesto más bonito con la remodelación, pero antes a uno le pegaba la brisa y no había mosquitos ni nada”.
Coincide con “Mingo” en que la inseguridad del sector es una de las razones que han hecho que la gente no quiera ir a ver a sus ídolos al estadio.

Faltan narradores
Cuando me dispongo a salir del escenario, veo, al final del pasillo, al personaje que fui buscando, el famoso vendedor de butifarras del estadio, Néstor Ramón Nieto de Alba.
Desde hace 42 años vende, según él, “las mejores butifarras de Cartagena”.  Llegó a vender al estadio de béisbol, paralelo a la fecha en que inauguraron el de fútbol, que entonces se llamaba “Pedro de Heredia”.
Sus butifarras son hechas a base de carne de res y de cerdo. Él mismo las prepara, envuelve y distribuye.
Dice que lo que más extraña de la época de oro del béisbol es la afluencia de gente que permanecía en el lugar.
“Extraño a la gente, el personal, principalmente. Cuando venía en esa época y traía una olla gigante como ésta (señala su olla), no duraba ni 20 minutos. Me compraban de 10 mil y 5 mil”, dice.
Atribuye el fracaso de la pelota caliente a la falta de buenos narradores y comentaristas deportivos como el gran Napoleón Perea, Melanio Porto, Carmelo Hernández Palencia y Luis Alberto Payares Villa.
“Cuando yo tenía 35 años, venir al estadio era el plan más lindo que había en Cartagena. Escuchar a esos grandes del comentario deportivo era lo que le daba movimiento al béisbol.  Ya la gente no se motiva, ahora vienen 10 ó 12 personas. Nada más las familias de los jugadores”, precisa el vendedor.
En esa época viajaba casi todos los días de Barranquilla a Cartagena. Ahora sólo viene cuando hay partido, generalmente los miércoles y sábado.
Ya no vende lo mismo. Pero lo peor sucede cuando viene y se entera que cancelaron el partido por motivos de lluvia. La sensación de tener que volver con la olla llena a casa es lo peor de su trabajo.   
“Ya me acostumbré a venir. Aquí están todos mis amigos, aun cuando no venda lo mismo. No me puedo ir del estadio”, concluye.

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