Facetas


El “ejemplo” de Los Pacos

*Roberto podría escribir un libro contando todas las veces que ha visto los ojos de la muerte.

Aquel día de 2010, por ejemplo, se enfrascó en una pelea callejera con uno de sus tantos enemigos (si algo cosechan los pandilleros son enemigos).

Él, armado con un machete y una rabia descomunal, no lo sabía pero estaba en el lugar equivocado: su contendor le salió con un revólver y le pegó un balazo en la espalda. Es como si aquel tiro hubiera sido tan poderoso como para sacudir el mundo entero: Roberto dejó de sentir sus piernas, se derrumbó sobre su sangre y cayó, mientras la multitud que apoyaba a su enemigo lo rodeaba para golpearlo con palos, piedras, sillas… Tanto dolor lo noqueó. Cuando volvió a abrir los ojos y se encontró en una camilla del puesto de salud de La Candelaria. De ahí, lo pasaron a la Clínica Crecer, lo operaron e increíblemente volvió a caminar.

Difícilmente se olvidará de aquella otra pelea, en 2015, cuando le salió un “pinto” y le disparó. La bala le entró por la espalda, lo atravesó y salió por la barriga. Duró cinco días en el hospital y cuando salió volvió a pelear, a veces a pedradas, a veces a machete o a cuchillo… No le importaba la vida.

Y qué decir del siguiente lío… Él y sus amigos tenían muchas ganas de beber, pero tan poquita plata que no alcanzaba ni para una botella, así que buscaron la salida fácil: “cada uno tenía su metal (navaja), cogimos una buseta y la desvalijamos. Cargamos con todo”.
Siempre, después de cada gran susto venía una promesa mayor: no más.

“No voy a pelear más, ya está bueno”, pero la cercanía a la muerte no parecía suficiente para dejar de una vez por todas su “cargo”: era el líder de la pandilla Los Pacos, célebres en el sector El Pueblito de Boston por atracos, riñas y más. ¿Existe algo más poderoso que el miedo a la muerte, algo que cambie a la gente? Sí: el amor. Dice Roberto que hace seis meses, y gracias a sus dos hijos, decidió dejar atrás el lastre de la violencia común cartagenera. O, por lo menos, intentarlo.

Roberto ha empezado una nueva guerra, ahora contra los demonios que solían manipular su vida. Me cuenta que ahora tiene un empleo y ya no pelea, pero qué ironía: estamos en la misma esquina de Boston donde solía reunirse con sus compañeros del “boro” (grupo). Y nos acompañan esos mismos amigos, Los Pacos.

En este lugar hablan sobre qué será de sus vidas y recuerdan al último muerto que hubo en la zona: un conocido de ellos, asesinado el fin de semana. El motivo: una riña por $25 mil de una boleta de un paseo al que no fue.
Miro al menor de Los Pacos, es un adolescente de apenas 15 años. Lleva gorro, bermudas, camiseta negra y una cadena dorada con una piedra verde redonda, que imita una esmeralda, brilla en su pecho. Tiene los dientes amarillentos y los ojos rojos y opacos, como varios de sus amigos. “Ahora el que manda soy yo. Soy el jefe. Yo lo heredé a él. Robo y todo porque yo también tengo mi hija. Tiene un año, ya tú sabes. Por eso es que uno no quiere hacer lo malo pero si toca... toca. Quiero trabajar, ganar plata, en estos momentos estoy ofendido también”, afirma.

Sí: Roberto dejó el liderato de Los Pacos y su retiro no significó el fin de la pandilla, pero es una “inspiración” en el barrio. Después de la resocialización, ahora tiene trabajo, barre las calles de Cartagena y, en cierta forma, en el barrio dicen que se ha convertido en una especie de ejemplo para sus excompañeros, a quienes todavía frecuenta.

“Cuando vengo del trabajo muchos me piden que les haga la vuelta para meterlos a trabajar como yo, pero nada, yo no tengo capacidad para eso. Ya quisiera yo ayudarlos. Soy el único de todos que ha conseguido trabajo”, comenta. Y justifica en sus dos hijos la decisión de dejar el tenebroso mundo de las peleas, al que entró a los ocho años.

“Yo andaba peleando y robando. A todo el mundo clavaba antes. Ya no, ahora hasta me da miedo pelear, porque tengo mis hijos, de 2 años y de 9 meses. En ese proceso de resocialización fui cambiando, mi mente no es la misma. Yo pedí apoyo, que me ayudaran.

Hasta hace seis meses me llamaron y me ayudaron para comenzar a trabajar en una empresa de barrendero. Entro a las 6 de la mañana y salgo a las 2 de la tarde”, cuenta.
Roberto y yo seguimos charlando en una esquina de Boston con diez Pacos, aunque aseguran ser más de 20. Algunos hablan sobre las oportunidades e intentan justificarse diciendo que están en la pandilla porque “no tienen más nada” que hacer.

“Todos somos una sola persona aquí. Ahora la vaina está quieta, pero a veces se pone caliente. Nosotros queremos trabajar, así sea barriendo. Tengo un poco de años de estar peleando. Desde que uno coge edad, uno coge calle, se pone a imitar a todos los demás. Yo sí he estudiado, llegué hasta siete, yo quisiera ser Sijín. Esto está muy descarrilado, en cambio como Sijín te ven con respeto”, expresa otro de los Pacos, de 20 años.

“Roberto es como un ejemplo para el resto de muchachos de que sí se puede lograr algo. Llevamos mucho tiempo luchado para que ellos puedan despegar y salir adelante. Han sido capacitados en comida rápida, estampado y peluquería. Han participado en jornadas de fútbol. La mayoría tiene ya hijos, no quieren estar en esquinas”, replica Rosalía Chico, miembro de la Junta de Acción Comunal de Boston.

***
Es hora de partir. Y mientras camino de regreso al periódico, un Paco me dice: “Ey, men, ayúdame. En serio. Yo quiero vender pantalonetas, he visto a unos muchachos que lo hacen en el mercado, yo quiero hacer lo mismo, vender pantalonetas”. Es un tenue grito de auxilio de uno de los Pacos, que minutos antes recordaba entre risas una de sus fechorías.
*Nombre cambiado por petición de la fuente.

 

El sector El Pueblito, de Boston, tiene ese nombre porque, cuando comenzó a levantarse, sus primeros habitantes eran desplazados de diferentes pueblos de la costa Caribe. Es cercano a La Candelaria, donde  hubo el muerto del fin de semana, quien era primo de Roberto.

EL DESARME
Se avecina un desarme en las calles de Cartagena. Jóvenes integrantes de pandillas depondrán armas, borrarán líneas imaginarias y con ellas extinguirán una guerra sin sentido que ha dejado decenas de muertos en las barriadas de La Heroica, manchando con sangre a familias enteras. La Secretaría de Interior del Distrito anunció que, luego de año y medio de concertar, en los próximos dos meses 100 pandilleros se desarmarán a cambio de oportunidades laborales. Entre ellos hay jóvenes en riesgo de Los Pacos, quienes se han capacitado y recibirían unidades productivas de peluquería, estampado y puestos de cocina.

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