Facetas


El embolador que creció con el Joe y trabajó para Carlos Vives

Conoce los secretos más íntimos de sus clientes. Para Nicolás cualquier declaración es como una confesión sacerdotal. No sabe sus nombres pero los reconoce a metros por sus voces, pese a que ya le falla la vista.

Cuatro de la tarde de un martes y la sombra del palito de caucho, junto a la Torre del Reloj, atrae al tuchinero, al vendedor de minutos, de bolas de tamarindo, patacón con queso y jugo de chontaduro con borojó. Los bailarines y cantantes también tienen su espacio.

En el aire se siente la humedad de la brisa caribeña. Alrededor hay tres arboles pequeños donde se posan las mariamulatas. De vez en cuando aparecen palomas. Por momentos se ve el suelo de concreto lleno de hojas, pero los mismos trabajadores de ahí lo limpian.

Y ahí, bajo la generosa sombra, está sentado Nicolás Díaz Cañate. Pocos saben de su nombre de pila, siempre le han dicho “Lewis”, por aquello del cariño. Él dice que el mismísimo Dios le embetunó la piel con un negro azabache, mide unos dos metros y tiene un ligero parecido a Kid Pambelé -pienso-.

Está sentado en un banquillo de madera viejo y al frente hay dos elementos valiosos: su caja de embetunar y el taburete para la clientela..ojo, este no es cualquier silla: tiene dos cojines, uno a rayas azules y blancas y otro blanco liso. ¿Para qué cojines? Al cliente hay que darle los cinco minutos más cómodos de su día. Esa caja de embetunar la ha cambiado más de diez veces. Él mismo las hace.

Usa pantalón de dril, camiseta verde con listas blancas, zapatos apaches, tiene las manos grandes y se le marcan las venas. Conforme ha pasado el tiempo se le han puesto más gruesas. Es calvo.

Todavía tiene ese acento negro que lo enorgullece. Es de San Basilio de Palenque y llegó en 1969 al barrio Nariño, en Cartagena. “Cuando me dicen ‘adiós negro’, yo contesto: ‘negro, con sabor y sabrosura’”, expresa muerto de la risa. Como buen morenazo, le pone sazón a su hablar. Es como si echara a cada palabra un poquito del condimento que usan las matronas de su tierra para guisar carne.

Empieza a contarme cómo han sido más de cuarenta años limpiando zapatos a los cartageneros y llega Wilson a embolarse, uno de sus clientes fieles, quien enseguida me dice: “esto es lo mejor que hay aquí. Cuando ‘Lewis’ no está prefiero irme con los zapatos sucios”.

Mientras le pone líquido para despercudir a los zapatos de cuero, “Lewis” cuenta que creció junto al legendario Joe Arroyo. Desde los diez años comenzaron a estudiar juntos en el colegio. Habla del artista como un joven tímido, de pocas palabras. Recuerda que jugaban trompo, bolita de uña y volaban barriletes.

“El Joe era bueno volando barriletes y para hacerlos, mucho mejor. En ese momento el fútbol no era un deporte acogido en esa invasión, ni en Cartagena”, relata. Como buen estudiante, según “Lewis”, le gustaban las matemáticas y el español, y era uno de los mejores en las clases.

Continúa untando betún a los zapatos de su cliente y me dice: “le echo una base al caucho de la parte de abajo para que el zapato se conserve”…pero no deja de lado su historia con Joe Arroyo. Cuando el cantante creció, se veían esporádicamente y ya nada era igual. Joe se fue de Cartagena y desafortunadamente cayó en las drogas. “Porque él era un muchacho muy juicioso, lo que de pronto lo dañó a fueron las compañías. Hoy tuviéramos la misma edad”, precisa.

Para terminar con Wilson, pasa un trapo de costado a costado. Es el toque de brillo final, su cliente satisfecho le da dos mil pesos y, orondo, se va.

VIVA PALENQUE, VIVA PAMPELÉ
Antonio Cervantes “Kid Pambelé” se sentó con sus zapatos de charol blanco uno de los tantos jueves que trajo el 1973 y gustoso Lewis los emboló. A Happy Lora también lo recibió en su negocio.

Muchos años más tarde, en 2008, se sentó en su taburete Carlos Vives. Ambos comparten el amor por el boxeo y no pararon de hablar del cariño de Vives hacia los boxeadores cartageneros. Pero el cariño más profundo de Vives, según le confesó, lo sentía por Palenque.

En esa ocasión, el samario le habló de “La Fantástica”, la canción que grabaría en honor a Cartagena y en la que mencionaría a Pambelé.

Si de políticos hablamos: Miguel Navas Meisel, Dumek Turbay, Manolo Duque y Carlos Díaz Redondo se han sentado en el trono de “Lewis”.

No se levanta de su banquillo en los cuarenta minutos que hablamos. Se le ve cansado pero mantiene su sonrisa. Estira los brazos y me dice a las cinco de la tarde: “Ya por hoy me hice la liga”.

Recoge sus cajas y sillón, los guarda, toma la escoba y barre la mugre que por la tarde cayó.

“Lewis” es un hombre satisfecho. Lo dice y lo demuestra. Todo el que pasa por el palito de caucho y cruza cerca de “Lewis” lo saluda o le pregunta cualquier dirección. Él saluda sin estigmas, es cariñoso, cordial y ayuda en lo que puede a la gente. Reconoce que su más grande defecto es, a veces, pasarse de “cervecitas”.

Fue cargador de bultos, albañil, limpia vidrios y carpintero. Pero su verdadera vocación es la de embolador. De su oficio, del que gana unos cincuenta mil pesos diarios, solo lo pensionará la muerte. 

CONFIANZA LEGÍTIMA

La gerente de la oficina de Espacio Público, Carolina Lenes, explica que los catorce emboladores del Palito de Caucho gozan del principio de Confianza legítima, bajo el que una persona vulnerable, después de cierto tiempo ocupándolo, puede seguir usando el espacio público para conseguir el mínimo vital. “Para el caso de todos ellos, que cumplen allí más de cuarenta años de trabajo aplica este principio. Además porque ya son una representación cultural del Corralito de Piedra”, explica Lenes.

HAY CATORCE

Eloy Tejedor, Joaquín Cassiani, Carlos Herrera, Armando Álvarez, Julián Herazo, José Bolívar, David Ortega, Antonio Falces, PabloValdez, José Guerrero, Alberto Sarabia, Justo Reyes, Nicolás Díaz, Daniel caballero y Ángel Custodio (fallecido), son los catorce emboladores del "palito de caucho".

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