Facetas


El esparrin se baja del bus

JOHANA CORRALES

26 de octubre de 2014 12:02 AM

¿Alguna vez le ha pasado que usted está sobre el andén esperando su transporte y de repente aparece un tipo, a quien jamás ha visto, que quiere cogerlo por el brazo, hablarle a la cara, cual amigo, para convencerlo de que ese es el bus que debe tomar, aún cuando no lo sea?

A ese personaje le llaman “esparrin”, palabra derivada del vocablo inglés spar, que significa “pelear con un oponente”, aunque la Real Academia Española la define como “la persona con la que se entrena un boxeador para preparar un combate”. Sin embargo, en el lenguaje del transporte público cartagenero se usa para definir a la persona que ayuda al conductor del bus o la buseta. Por ese camino, la palabra se “españolizó” como “esparrin” y hasta generó el verbo “esparrear”, pero siempre con el sentido de ayuda o apoyo.

De manera que a un esparrin, por esparrear todo el día, le pagan entre 60 y 70 mil pesos diarios.

Su trabajo consiste en apoyar al conductor en las tareas que a éste se le hacen difíciles mientras está al volante: cobrar los pasajes, entregar el cambio y promocionar la ruta gritando lo más alto posible.

Sin embargo, hay un extra que tienen la mayoría de los que ejercen este oficio: ilusionar al pasajero con un asiento que no existe, decirle que la buseta va rápido y que la de atrás viene llena.

Una vez lo convence, usted pierde cualquier valor para el esparrin, quien lo primero que le dice (luego de haberlo engañado, porque no hay tal puesto) es pedirle que se corra cerca de la puerta de salida y que colabore haciendo dos filitas, obviando que al bus no le entra un alma más.

Lo más harto es cuando usted es mujer y tiene que soportar los piropos más extravagantes, sólo por el hecho de verse obligada a tomar ese medio de transporte.

A Samuel Ortiz Anaya lo conocí esparreando en una buseta del barrio Crespo, en el sector de Puerto Duro. Fue el único que accedió a conversar, pues ya les había rogado a otros cuatro que me explicaron, airadamente, que estaban trabajando, que se les iban los clientes y que lo mejor era que me fuera hasta el barrio El Pozón, donde está el turno (terminal). Allá sí podría encontrarlos más tranquilos.

Por fortuna, me fui tras la blanca sonrisa de Samuel, la cual (sin tener la mejor mordida, bordes, alargamiento o diseño) es la más agraciada que he visto. Estaba sudado, despeinado y en la faena de convencer a los pasajeros de que tomaran su buseta. Sin embargo, cada negativa no borraba la expresión alegre de su rostro.

- Quiero contar la historia de un esparrin. Todos me han dicho que no. ¿Me ayudas?

- Erdaaaaaaaaaaaa, mami. Súbete, pues.

Tiene 35 años, pero empezó a esparrear a los 10. Su tío tenía una buseta del barrio Los Caracoles y se lo llevaba para que lo ayudara a cobrar. Lleva 25 años en ese son y afirma que ama su trabajo.

“Mami, me encanta mi arte. ¿No ves que con esto mantengo a mi familia? Son cinco hijos con la misma. Bueno, y los que están por fuera. Los que uno no reconoce. Tú sabes cómo es”.

La frase ‘Tú sabes cómo es’ se repetirá a lo largo de estas líneas. Por alguna razón, Samuel daba por hecho que yo sabía lo que implica esa expresión. Pero no. Nunca supe.

Vive en El Pozón con su mujer y “cinco hijos oficiales”, como él los llama. Se levanta todos los días a las 4:00 de la madrugada. Son, por lo general, cuatro recorridos los que realiza. Sale del El Pozón, sigue por el barrio Olaya Herrera, llega a Crespo, continúa hasta el Centro Histórico y sube por el Mercado de Bazurto hasta retornar al punto de inicio.

Asegura que lo más difícil de su trabajo es cobrarles a los pasajeros, quienes casi siempre se esconden entre la multitud o pagan lo que desean.

“Cobrar es lo que menos me gusta. De cosa pagan mil barras (pesos) por el pasaje. Son muy pesaos”.

Él es quien administra el dinero que entra al bus. Trata de no pelear con los clientes, cuando no pagan el valor completo. Dice que esa es la orden del patrón. Parece que es él quien manda en la buseta y no el conductor, a quien cariñosamente llama “tío”, que equivale a “pana”, amigo.

- ¿Usted cómo sabe que Samuel no le roba?- le pregunto al conductor.

- De todas maneras -responde encogiendo los hombros-, si tumba, queda en familia.

En un día bueno recogen hasta 200 mil pesos, de los cuales, en promedio, el 35% es para Samuel, aparte del almuerzo y los refrigerios que compran durante la jornada.

Dice que todos los días le suceden shows (sucesos), en especial con los pasajeros. Justo en ese momento piden la parada un grupo de señoras mayores, iracundas, porque el bus viene muy lento desde que salió del Centro.

“¿Viste, mami? El pasajero de la ruta Crespo-Pozón es teso. Esas viejas son bien pesa´s”.

Se acuerda una vez que una habitante de la calle intentó atracar el bus. La mujer le puso un cuchillo a Samuel en el cuello y seguidamente le arrebató el bolso a un pasajero, quien, por impulso, le dio una patada que la mandó a la carretera.

Piden la parada y se baja una de las chicas que ocupó uno de los asientos delanteros. Samuel la contempla y le susurra al oído: “Estás bien linda, bebé”. Al ver que me lo quedo mirando se disculpa y me dice: “Erda, mami. Es que soy bien enamora’o. Tú sabes cómo es...”.

Su hora favorita es las 6:00 de la tarde, hora pico. Le encanta llenar de gente la buseta y quedarse en el estribo del bus, a punto de caer. La peor hora, según él, es las 11:00 de la mañana.

“A las 11:00, mami, esa es la hora del pesca’o. No hay casi pasajeros. Ese viaje es más malo. Lo chévere es que haya pasajeros a la lata (en demasía)”.

El reloj da las 4:00 de la tarde. A Samuel sólo le falta un viaje más y se podrá regresar a su casa, a compartir, con sus seres más queridos, lo que se hizo en el día. Durante todo el recorrido nada ha desdibujado su sonrisa: ni los trancones, ni el bus que viene haciéndole competencia atrás, ni el malhumor de los pasajeros, nada, pero nada, acaba con esa actitud tan bacana. Incluso, cuando se tira del bus para llevar la cartulina al reloj solar del Pie del Cerro, va riéndose.

Cuando vamos saliendo del Mercado de Bazurto me dice, a modo de consejo:
- Erdaaaaa, mamiiiiii. Yo que tú, me bajo aquí, porque ahora viene lo caliente. Tú sabes cómo es.
Obedezco de inmediato.

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