Facetas


El guardián de las alcantarillas

MELISSA MENDOZA TURIZO

14 de febrero de 2016 10:00 AM

El olor: nauseabundo. El trabajo: tétrico. Pero alguien tiene que hacerlo.

Hay un cuerpo extraño en la alcantarilla, parece un feto pero es un perro, a su lado la cabeza de un burro envuelta en un trapo. El agua arrastra otros desechos.

Leonardo Cantillo es el jefe de la cuadrilla que llega a Canapote en un enorme camión lleno de agua para extraer la podredumbre del barrio. Durante las dos horas que comparto con él y con su coequipero, Ulises, hacen el mantenimiento preventivo del alcantarillado. Remueven cerca de 500 kilos de residuos sólidos entre excrementos, animales muertos, trapos y arena. Todo proviene de los sectores aledaños a las faldas de La Popa y del mismo Cerro. “Hay ratas, gatos y como matan vacas, lo que más encontramos es un cuero raro que hiede”, confirma Leonardo. Lleva un casco, una mascarilla con filtros de carbono, un traje blanco desechable, tres tipos de guantes, botas y gafas protectoras.

SE INICIA LA LIMPIEZA
Lo primero que hace Leo, así le dicen, es alzar la tapa de la alcantarilla e introducir un “boom”, tubo que succiona el sucio de las cámaras y de las redes de agua. Enseguida nos azota el “aroma” a metano. Uso mi suéter para taparme la nariz.

Comienza la extracción y con ella la emisión de otros gases, huelen a huevo podrido. Leo introduce una manguera con agua para “purificar” y en media hora termina un primer tramo de 50 metros. Rocía antibacterial para limpiar el entorno, pero antes, aparte de nosotros, el único “ciudadano” presente en la limpieza es Caricias, el perro callejero que habita esa esquina de la carrera 17. Se ve que el animal esperaba por la cuadrilla para saciar su sed, bebe del agua buena que riega la manguera por fuera de la cámara, pero lo espanta el ruido del boom.

Leonardo suda, se quita la máscara y me cuenta que para él no hay un mejor empleo. Es verdad. Se nota el cariño que le pone a su tarea y dice: “todo trabajo tiene que hacerse con amor. Yo, por ejemplo, no me veo en otra cosa. Con esta actividad cuido a los ciudadanos, los ayudo a mantener su calidad de vida”. Sabe que protege la vida de mucha gente, de un millón de habitantes de Cartagena. Sabe que por su trabajo se previenen muchas enfermedades, sobre todo en los niños.

Sus buenas acciones también le cuestan sofocos. Hace siete meses, en La Quinta, Leo destapaba una tubería rebosada. Eran las tres de la tarde. Le robaron los implementos de seguridad, el bolso y el celular personal. “Es parte del quehacer diario”, agrega.

Se gana el pan de 6 a.m. a 2 p.m. o de 2 p.m. a 10 p.m. En cualquier turno hay ciudadanos agradecidos e inconformes. Claro, el agradecido o inconforme, a veces es él. Por ejemplo, se disgusta por la incesante costumbre de algunas personas de destapar la cámara cuando llueve. Las bolsas “menchas” y los trapos solitarios que antes de llover, van y vienen movidos por el viento, son los que atiborran la cloaca.

El colmo: en El Bosque, un día, a las 2 a. m., un vecino vio que el dueño de un puesto de fritos alzó la tapa de la alcantarilla y vertió todo el aceite desechable del día. Quizá desconocía que su acción es la que más congestiona el colector de esa zona. Lo han destapado ya dos veces en lo que va del mes. Caótico.

John Montoya Cañas, gerente de Aguas de Cartagena (ACUACAR), dice que la ciudad está en deuda con la cultura, con el cuidado de nuestro propio patrimonio.

La Popa, La Esperanza, El Bosque, todo Olaya Herrera y El Pozón, son las zonas más críticas.

AL MAR CARIBE
El agua con residuos que recogen en cada alcantarilla de la ciudad lo transportan en las tanquetas a la Estación de Bombeo de Aguas Residuales (EBAR).

Es curioso, dicha estación se llama Paraíso y queda en lo más recóndito de Villa Estrella.

En la ciudad, advierte Montoya, “se retiran 180 toneladas de lodo al mes, en el alcantarillado. Hay 1073,18 kilómetros de redes entre colectores, red primaria y secundaria y 62 kilómetros de impulsiones”.

La EBAR Paraíso, confirma el gerente, bombea vía terrestre hacia la Planta de tratamiento de Punta Canoa y de ahí van al mar Caribe a través del Emisario Submarino, a más de veinte metros de profundidad, luego de una limpieza primaria. El volumen de aguas residuales tratadas por ACUACAR en 2015 fue más de 33 millones de metros cúbicos, un millón más que el volumen dado en 2014. Aunque eso no representa un cambio significativo para la ciudad, en tanto que el sistema de desagües se conserva activo, sí vemos que los ciudadanos o fuimos más al baño, o echamos más basura al sumidero.
Dieciséis hombres, divididos en operadores I y II, limpian la mierda de toda Cartagena. Actúan con un mismo sentimiento. Sin asco. El discurso de “es mejor dar que recibir” lo vuelven tangible.

Su pago es de $1 millón 500 mil, pero no trabajan por plata. Es más por amor, por amor a su ciudad.


“Dar la felicidad y hacer el bien, he ahí nuestra ley, nuestra ancla de salvación, nuestro faro, nuestra razón de ser”, decía el escritor suizo Henri-Frédéric Amiel, en el siglo XIX. La premisa es más que cierta por estos días en Leo y en sus 15 compañeros.

En fin, no sé si me entristece más el olor, el destino de los animales de la calle o la absurda ausencia de cultura ciudadana de mis coterráneos y mía.

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