A veces los periodistas hacemos preguntas de las que ya conocemos su respuesta. Preguntamos por si acaso, por si de pronto nos dicen algo diferente de lo que esperamos escuchar. Me pasó recientemente en Ámsterdam mientras cenaba con un par de holandeses.
“¿Aquí ha habido robo de bicicletas, a mano armada, mientras el ciclista va manejando?”, dije. La carcajada que soltaron ambos era la respuesta que me imaginaba. “No, pero como la dejes mal parqueada puedes no encontrarla, o encontrarla en uno de los canales de la ciudad, porque algunos jóvenes sin oficio se les da por tirarlas cuando están borrachos”, respondió uno.
Al día siguiente alquilé una. No sabía qué rumbo coger, y no pedaleaba desde el año pasado que acompañé a mi hija a una ciclovía en la calle ancha del barrio.
Cinco grados de temperatura, pero el sol clemente, muchas pero muchas bicicletas más a mi alrededor. La mona sin una gota de sudor en su frente; el viejito iba despacio, tratando de mantener el equilibrio; un niño abrigado hasta los dientes emulando a Tom Domoulin; y yo, arranqué...
En Países Bajos, que tiene 17 millones de habitantes, 13,5 millones son usuarios de bicicletas (hay 22,8 millones de bicicletas). Un canal, una calle, una iglesia, el semáforo en rojo. Me detengo y tomo una foto de la Westerkerk (la Iglesia del Oeste), que tiene una imponente torre de 85 metros de alto y un carillón con 50 campanas.
Verde. Pedaleando llegué hasta la terraza de la casa de Anne Frank, la misma donde, durante la Segunda Guerra Mundial, se escondió de los nazis y escribió su famoso diario. Es un museo renovado que tiene una nueva entrada al Westermarkt, donde está su estatua, y más espacio para recepciones educativas.
La bicicleta tiene dos llaves, un seguro para que las llantas no anden y otro para amarrarla en el parqueadero que te encuentras casi que en cada esquina. De todas maneras en el alquiler pagué tres euros más por un seguro antirrobo. Ajá, uno nunca sabe. Holanda tiene más de 35.000 km de ciclorrutas, además de los estacionamientos de bicicletas, la infraestructura ciclística incluye semáforos, puentes, túneles y sistemas inteligentes de tráfico.
Iba sin casco y sin chaleco, como todos los demás. Aquí el uso de la bicicleta es mucho mayor que la del automóvil. Pasé por la esquina Brouwesghracht-Princesngracht, donde las casas están inclinadas, como atraídas por el pulcro canal. Mucho más adelante el olor a marihuana (no todos fuman) venía del Vondelpark, el parque más famoso de Ámsterdam. Cuarenta y siete hectáreas, puro verde, para descansar y tomar aire un rato. Rodeado por restaurantes en los que provoca tomarse un café, sobre todo cuando el frío bloquea los dedos de tus manos para frenar a tiempo.
Museumsplein. Me aparecía en el Google Maps del celular que ese sitio estaba muy cerca. Allí la gente patinaba sobre una pista de hielo improvisada, y más al fondo turistas de todas partes se suben sobre las letras “I amsterdam” para sacarse un foto; otros entraban a alguno de los tres grandes museos: el Rijksmuseum, que tiene una colección de grandes pintores del Siglo de Oro neerlandés como Rembrandt, Vermeer, entre otros; el Museo Stedelijk, de Arte Moderno, leí que alberga 90 mil piezas desde 1870; o al Museo de van Gogh, inaugurado en 1973, ahora con más de 200 pinturas y unos 400 dibujos y cartas guardadas del señor Vincent. El sol se esconde rápido. Parece de noche, aún hay energías para pedalear. De vez en cuando quedo solo en medio de una calle apretada, pero recuerdo la carcajada de los holandeses en la cena y me tranquilizo. La APP me sugiere que vaya hasta El Bloenmarkt, el parque de las flores más famoso de Ámsterdam, sin embargo, prefiero desviarme al Barrio Rojo, ese del que tanto me hablaron unos colegas antes del viaje. Nada nuevo de lo contado: bares, sex shop, prostitutas y más prostitutas ofreciendo sexo detrás de una puerta con ventana transparente que deja ver sus cuerpos semidesnudos. Y justo al frente del pecado, una iglesia, la Oude Kerk, el edificio más antiguo de la ciudad: me persigno.
Miro el reloj, se hace tarde, debo volver al hotel, pero antes tengo que devolver la bicicleta.
Otra ciudad de Países Bajos que le da la importancia a la bicicleta es Eindhoven. El ingeniero Bas Braakman, coordinador municipal de bicicleta, explica: “La bicicleta es fundamental para nuestros habitantes, es parte de la cultura holandesa”.
Allí hay 230 mil habitantes para 300 mil bicicletas. Tiene 330 km de ciclovías y 125 km de ciclobandas. El Hovenring, la rotonda de cicloviario suspendida en la provincia de Bravante Spetentrional es un claro ejemplo de pensar en el futuro.
“Para nosotros es más cómodo viajar en bicicleta, más rápido y no cuesta nada el estacionamiento. Aspiramos a ser la ciudad más cicloinclusiva. Contamos con el 42 % de los viajes cortos en bicicleta y la idea es llegar a 50 % en 2020”, añade.
La inversión es de 5 millones de euros cada año. Tienen 6.200 estacionamientos gratis para bicicletas en el centro y 5.500 más en la estación del tren. “Invertimos también en educación vial, empezamos con los niños desde que están en primaria a que conozcan la mejor y más sana forma de transportarse”, concluye Braakman.
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