Facetas


El puerto tiene nostalgia de Rodolfo De La Vega

GUSTAVO TATIS GUERRA

28 de julio de 2013 12:01 AM

Parecía un capitán  embestido por la nostalgia. Una nostalgia que fluía dentro y fuera del puerto de Cartagena de Indias, y nos devolvía los secretos de una ciudad menos aturdida por el ímpetu del mundo, embellecida por la cotidianidad de los pequeños milagros de esquina.
Rodolfo De La Vega nació en Ancón el 3 de enero de 1925, que en aquel entonces integraba el paisaje de la Zona del Canal de Panamá. Pero desde sus tres años vivió en Cartagena de Indias, la ciudad donde acaba de partir. Su padre, don Henrique De La Vega era el Ministro Plenipotenciario en Panamá. Todos sus recuerdos estaban sembrados al pie del mar Caribe.
Su apertura al mundo portuario empezó en 1945 en algunas agencias navieras del puerto local. En 1947 trabajó en el Terminal Marítimo de Cartagena, en el Departamento de Facturación del Ministerio de Obras Públicas. Fue aforador de la Aduana Nacional. En 1960 se puso al servicio de agencias marítimas y la gestión aduanera. Su conocimiento fue compartido en Barranquilla, Cartagena, Buenaventura, Turbo. Trabajó en el área de operaciones del Terminal Marítimo de Cartagena hasta 1988, fecha en que se jubiló. Pero continuó vinculado a su pasión  por el destino del puerto como representante legal de Pilotos Limitada, compañía privada de pilotaje portuario, y desde 1993, como asesor de la Sociedad Portuaria. Desde entonces se vinculó a otras de sus pasiones: escribir sobre el puerto y recordar personajes y situaciones cotidianas de Cartagena de Indias, muchas de esas historias vinculadas a su experiencia portuaria. Uno de sus rasgos destacados era su sentido del humor. En una de sus columnas evocó el impacto que le provocó conocer a sus nueve años la inauguración del Terminal Marítimo de Cartagena en 1934, acompañado de su cuñado Alberto Lecompte, quien había trabajado en la construcción del terminal.
Su mirada se fijó en la bodega 3 donde se exhibía una exposición de la industria nacional. Lo sorprendió una máquina para hacer confites envueltos, de la fábrica de Mister H. Tyrer. Pero lo más insólito fue ver a un muñeco que levantaba el brazo derecho mientras se bebía una Kola Román. La gaseosa descendía por la garganta del muñeco y circulaba por los brazos y las vísceras, y luego se retornaba para llenar la botella. Era como una Kola Román eterna.
Otro de sus recuerdos fue el viaje de las goletas que iban de Cartagena de Indias a San Andrés llevando los jabones y perfumes de la empresa de Daniel Lemaitre. La compañía despachaba su Agua de Alhucema, Menticol y Bay Rum.  El pedido aumentaba de manera descomunal. Lemaitre y Lecompte, los propietarios de la empresa, estaban sorprendidos. Y enviaron al archipiélago a uno de sus agentes viajeros para que indagara por el alto consumo de la loción Bay Rum, a final de año. De vuelta a Cartagena, el agente viajero le dijo a sus jefes que la loción no se la echaban en el cuerpo ni en la ropa, sino que “lo cabecean y se lo beben”. Luego de  ser declarado puerto de libre comercio internacional, nadie volvió a pedir el Bay Rum. Los más sofisticados licores del mundo entraron allí.
Pero entre anécdotas, Rodolfo De La Vega construía a su manera una visión de la historia local y agudizaba su memoria sobre el porvenir del puerto. Sus columnas en el diario El Universal eran una suma jocosa y divertida de la Cartagena de su infancia y juventud,  pero también eran un registro sentimental y crítico de la ciudad industrial y de la otra ciudad pequeña y sin ínfulas que ya perdimos.
En la presentación de su libro “Crónicas portuarias” (1990-2010), Rodolfo De La Vega entregó una suma de estos recuerdos en el tiempo. En ese acto, Alfonso Salas Trujillo, evocó al niño que vio llegar en hidroavión a Carlos Gardel a Cartagena, y al niño sorprendido que viajó en el tren de Cartagena rumbo a Calamar. Y al caballero de guayabera cuya memoria fue esencial para descubrir los secretos del puerto cartagenero.
Ahora que ha partido con la serenidad de los hombres sabios, con la paciencia de quien entre labios guardó siempre una historia para compartir, con la devoción de quien miró en profundidad los colores y la lógica misteriosa del mar, es prudente decirlo en la justa dimensión de su ser: el puerto de Cartagena tiene nostalgia de Rodolfo De La Vega.

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