Facetas


El Recital de las Lágrimas

VICTOR HUGO MORA MENDOZA

13 de noviembre de 2016 07:00 AM

La marioneta

Aquí estoy librando miles de batallas internas y desangrándome gota a gota con cada arrepentimiento que como una pica atraviesan cada parte de mi cuerpo.

Y aun así, como una marioneta mi cuerpo se mueve y como un niño de madera que extraña volver a ser de carne y hueso, miro al horizonte intentando dibujar un hada azul entre las nubes para rogarle que cumpla el deseo por el que lloro a cada instante.

-Víctor, es hora -me sorprende una voz neutral a mi espalda sacándome de mi obnubilación.

Giro la cabeza sobre mi hombro y con la mirada aún perdida en la eternidad asiento para que se retire. Un ave rapaz se sacude el agua de las plumas en el alféizar mientras tomo un último sorbo de agua y aprecio las gotas de rocío acariciando la ventana.

El show debe continuar, fuerzo la sonrisa que mejor puedo y salgo de nuevo al escenario que está atestado de una inmensa cantidad de personas apoyándome. Alcanzo a divisar a los de la primera fila y los reconozco. Son familia, amigos y personas que recuerdo claramente.

La batalla con los demonios

Más al fondo diviso otra multitud amorfa que se retuerce como un cúmulo de demonios ávidos de tomar posesión y sembrar un apocalíptico terror. Intento ignorarlos, pero la presión es tan grande que hasta siento temblar la mano de los ángeles de mármol blanco que adornan los extremos del escenario, como si intentaran levantar sus espadas para proteger el show. No me sorprende la presencia de esa fuerza oscura, siempre ha estado ahí, pero en mis días de gloria nunca fue tan fuerte.

El problema de la felicidad es que es hermana de la soberbia y mientras tú te regocijas en las mieles y placeres de la alegría, la soberbia toma control de ti por la espalda y sin darte cuenta empiezas a articular frases del tipo “¿Qué puede salir mal?”, “Todo está perfecto en mi vida”, “¿Para qué me estreso si lo tengo todo?” y aunque las miles de historias que has escuchado te adviertan a gritos del peligro, tu inconsciente las asimila sutilmente como un veneno que se esparce a cuentagotas en tu torrente sanguíneo. Cuando te das cuenta que has caído en la trampa de darlo todo por sentado...ya es demasiado tarde para que cualquier antídoto funcione.

Para el momento en que se drene casi toda la preocupación de tu vida, la soberbia abre de una patada la puerta de tu corazón, chasqueando sus huesudos dedos para absorber tu felicidad y es ahí, en tu momento más vulnerable, dónde todos los demonios salen como guerreros en un caballo de Troya para apuñalarte sin piedad tantas veces y tan rápido que no logras asimilar ni siquiera el dolor. Así fue como mis demonios me derrotaron.

Ausencia, muerte, envidia, egoísmo, miedo, ira y cualquier relativo del lenguaje han sido nuestros mejores intentos para describirlos, pero lo cierto es que la naturaleza de estos seres va más allá de una categorización mortal. Su existencia tiene un objetivo y son ellos los encargados del “trabajo sucio” de darle sentido a la vida. Su misión es recordarnos que estamos en un mundo finito, que nada nos pertenece y que solo la fortaleza del alma nos permitirá alcanzar la gloria, el nirvana, el valhalla, Reino de los Cielos o como quieras llamarlo.

Está en nosotros tenerlos bajo control durante toda la vida y no descuidar ningún flanco con la única arma que la vida nos ha otorgado: la voluntad. Es un arma impalpable que se fortalece con el tiempo y la experiencia. Ellos tendrán espadas de dolor y tristeza que literalmente atravesarán tu corazón, lanzas y picas que te mantendrán alejado de tus seres queridos, flechas cuya punta de fuego es encendida con tus remordimientos y escudos reforzados con traiciones para esconder y proteger a los mortales contaminados que avanzan a tu espalda como muertos vivientes.

Ascenso

Hoy tocaba un musical, pero no cualquier musical. Era una obra difícil de aprender y difícil de entonar. Se trataba de un monologo de lágrimas cargadas de tristeza, dolor, culpas y redención.

Me acerqué al Spotlight  y mientras cerraba los ojos para concentrarme en mis cuerdas bucales, percibí el aroma peligroso y seductor de las miradas de orgullo de personas con sentimientos son transparentes y nobles, pero también reconocí la putrefacta esencia en las miradas de juicio que me asaltaron desde la penumbra. 

La nota Do (C) que emanó acompañada de una tímida vocal desde mis labios ganó volumen y empezó a vibrar en los hilos que me ataban pero que me hacían mover. La ansiedad intentó apoderarse de mi como uno de los demonios, pero como un sacerdote experto seguí entonando la melodía para no caer en la tentación de cederle terreno al miedo.

Las lágrimas brotaron como el torrente de una cascada desde las nubes sombrías de mis ojos. Mi director se llevó las manos a la cabeza y perdió la fe de que mi promesa de no echarlo a perder se cumpliera. Sin embargo, como un milagro divino la entonación fue correcta y constante y no hubo quiebre en la voz que mostrara indicios de una desastrosa desafinación.

La multitud aplaudía y rugía en emoción. Sin poder hacer venia sentí como mi cuerpo se elevaba entre una danza de lágrimas como un alma raptada en el día del juicio final.

Una figura luminosa y femenina se materializó en el techo pintado con musas.

-Déjame besarte una vez más – dije con la voz entrecortada y en ese momento la luz brilló con más intensidad y me envolvió deteniendo mi ascenso. Como una pluma atrapada por el viento volví a caer  al escenario. Ahí estaba de nuevo, acariciando frenéticamente el anillo con su nombre en mi dedo anular y buscando en la mirada alegre e infantil de mi hijo  las misiones que debo completar antes de reunirme en un beso eterno con ella.

A mi amada esposa y madre de mi hijo, Edith Johana Cisneros Ferrer. Espérame para vivir la eternidad que nos prometimos. Dejaré todo listo aquí para nuestro encuentro y seré paciente.

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