Facetas


El talismán extinto de Semana Santa

Rafael Moreno Hernández blande el cuchillo firmemente contra el arbusto. Esculca la corteza con la puntiaguda hoja filosa y, bingo, halla aquel pequeño sortilegio que en los próximos días pondrá a secar y perforará para convertir en un pequeño talismán.

Era Viernes Santo, el sol posaba su máximo esplendor sobre estas tierras y en las calles de Turbana extraían higas de las cortezas de los árboles, con la esperanza de que aquellos pequeños pedazos de madera servirían más adelante para aliviar algún padecimiento de los cuerpecitos de los bebés, de los niños, o para cegar al recurrente ‘mal de ojo’.

Según el diccionario de la Real Academia Española, la palabra higa se refiere a un “dije de azabache o coral, en forma de puño, que ponen a los niños con la idea de librarlos del mal de ojo”. Según la creencia en Turbana, en algunos pueblos de Bolívar y el Caribe colombiano, las higas debían extraerse de las cortezas de los árboles, de especies como el matarratón, el roble y el olivo. En especial, para que fueran efectivos, debían sacarse exactamente a las 12 del día del Viernes Santo.

Es una costumbre que se ha diluido en el tiempo hasta casi extinguirse. Esta tradición habla sobre el rosario de creencias supersticiosas de lo mágico y sobrenatural, creencias que existieron o existen en este y otros municipios.

Rafael hoy tiene 70 años, pero recuerda aquellas épocas en Turbana en que la Semana Santa era distinta a la de ahora, “más original”, dice. En las calles más bien reinaba el silencio propio de días fúnebres y de luto, en los que no se escuchaba música de los picós y en los que el pueblo se volcaba fervientemente a celebrar  procesiones y misas.

“Por ejemplo, yo recuerdo que, en nuestra comunidad, mis padres eran campesinos y ellos desde que llegaba el miércoles Santo, ya no tocaban a los animales para nada. Era una como por una especie de respeto. Les cortaban el monte para alimentarlos, pero no los montaban hasta el Domingo que terminara la Semana Santa. A los animales se les llevaba a tomar agua en el pozo sin siquiera ensillarlos”, explica.

Eran épocas en que los platos de bagre, arroz de frijolito, ensalada de ‘payaso’ y de dulces pasaban de una casa a otra, en una forma de compartir comunal, y los niños se divertían jugando ‘bolita de uñita’ (canicas) y trompo en las calles. Épocas en las que en algunos pueblos se creía en que las personas no debían bañarse en arroyos o riachuelos, o corrían el riesgo de presenciar apariciones de los ‘penantes’. Épocas en las que armaban talismanes con higas para curar el ‘mal de ojo’, que es otra creencia supersticiosa, pues ninguna ciencia ha comprobado que se le pueda hacer daño o mal a una persona con solo mirarla recelosamente.

“Tradicionalmente eran en otros tiempos, yo tenía como 14 años. Cuando llegaban las 12 del día del Viernes Santo, la mamás decían que fuéramos a sacar las higas. Nosotros salíamos corriendo y llegábamos a los árboles. Lo palos tenían en la corteza como especie de unas berruguitas y de ahí uno las sacaba con facilidad. Era algo oportuno en ese instante, son color café, como una especie de semilla, como de un centímetro, con la forma de un maní pequeño”, sostiene.

“El árbol que más considerábamos bendito era el olivo, ahí era donde más se buscaba aunque entre los otros también. A las 12 porque era una hora santa”, comenta Helena Lora, de 88 años y nacida en el municipio de San Jacinto.

Las higas extraídas de los tallos, sobre las que pensaban tenían poderes especiales, las convertían en collares. “Eso uno se lo ponía en el cuello o como una pulserita. Servía para los niños cuando estaban de meses se los ponían, se los pasaban por encima en forma de cruz y eso le ayudaba a mejorar la fiebre o lo que en ese momento tenían. Eso era bendito, los niños se sanaban al día siguiente. Ahora usted le pregunta a un niño para ir a sacar higas el viernes a mediodía y no saben qué es”, dice Rafael.

¿Será que algún bebé realmente se habrá curado con las higas?, él y varios en Turbana responden que sí. Y asegura que aquella costumbre de Semana Santa, provenía de sus ancestros. “Este territorio era de indígenas, quizá los familiares de uno la aprendieron de esa época y lo transmitieron de una generación a otra”.

Sin embargo, afirma que esa tradición, sobre aquella creencia extraña, “se ha perdido porque ya la gente no le presta tanta atención a la Semana Santa”. O porque, sencillamente, la gente cree menos en supersticiones.

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