Facetas


Entrevista sobre el último guerrillero

Jorge Rojas Rodríguez estudió su infancia con Rodrigo Londoño, “Timochenko”. Fueron vecinos, nacieron  el mismo año de 1959, con una diferencia de siete meses. Los dos se fueron de la casa por conflictos con su padre. El de Jorge era conservador, y el de Rodrigo Londoño, comunista. Se volvieron a encontrar cuarenta años después, luego de la firma de paz en La Habana. Se sentaron a conversar doce horas en diciembre de 2016, a reanudar el último abrazo desde que él siendo muy joven decidió irse a la guerrilla, y él trataba de convencerlo  de la ineficacia del  camino armado. De ese encuentro surge el libro “Timochenko, el último guerrrillero”, que se presentó en Filbo 2017, publicado por Ediciones B.

Dialogamos con el autor, para conocer los orígenes de su libro.

¿Cómo conociste a Rodrigo Londoño Echeverri, “Timochenko”, y qué recuerdas de su personalidad y carácter?
-En 1976 Rodrigo Londoño y yo estudiábamos en el mismo colegio, el Instituto Quimbaya en el departamento del Quindío. Rodrigo venía de La Tebaida huyendo de su casa por violencia y maltrato que le propinaba su papá, que era comunista. A mí me habían echado de la casa por mis ideas revolucionarias (mi papá era tremendamente conservador). Así que compartimos una habitación en la llamada “casa del pueblo” y nos dedicamos a la lucha estudiantil hasta cuando Rodrigo decidió irse a la guerrilla. Hablamos largamente sobre su decisión traté de persuadirlo para que no se fuera. Al final tomamos caminos distintos, él en las Farc y yo dedicado al periodismo, los derechos humanos y la paz. Éramos adolescentes, pensábamos cambiar el mundo de represión e injusticias que padecíamos. Estábamos muy influenciados por el golpe militar en Chile y por la revolución cubana.  Rodrigo era muy inteligente, avezado en matemáticas, lector incansable, tímido y muy convencido de sus decisiones.

¿Qué recuerdas de aquellos días?
-Rodrigo hacía segundo bachillerato, yo hacía sexto. Difundíamos y vendíamos un  periódico que se llamaba Voz Proletaria, pintábamos consignas en las paredes y apoyábamos a los campesinos sin tierra. Hacíamos teatro y leíamos mucha literatura.   El 3 de abril de 1976, en una asamblea de militantes y en medio del silencio y el asombro, Rodrigo salió rumbo a la guerrilla. No lo volví a ver hasta 2016 (cuarenta años después) cuando llegó a la Habana para conducir a las Farc a la firma del Acuerdo Final.

¿Qué queda de aquel ser que conociste en la infancia y qué pervive en su actitud actual?
-Cuatro décadas de confrontación, guerra y clandestinidad “templan el acero”. Del joven que partió a la guerrilla quedó la convicción y la capacidad de entrega. Del hombre que se propuso hacer política sin armas y formar un acuerdo para terminar el conflicto quedó la capacidad para afrontar con cabeza fría los momentos más difíciles de la negociación. Por supuesto que es un hombre que dirigió una guerrilla que es coprotagonista de una época de violencia que dejó muchos muertos y mucho dolor. Tendrá que responder a la justicia especial de paz por los delitos que le atribuyen y por  los que ha sido condenado. Aún así, el país y el mundo deben saber quién es Timochenko, qué  lo motivó a ir a la guerra, cómo logró llevar a la guerrilla más antigua del mundo a pactar la paz.

¿Qué fue lo más impactante de su diálogo con él?
-Timochenko se había negado a dar entrevistas en profundidad. No le gusta hablar en primera persona. Guarda muchos secretos, algunos de los cuales los revela en el libro. No se considera guerrero, no quieren que lo recuerden como guerrillero, ni siquiera como un hombre que firmó un acuerdo de paz, prefiere que se le identifique como revolucionario, como el rebelde que fue desde su infancia hasta hoy.  Me impactó la historia tenaz de su única hija, la convicción con la que afirma que no tiene bienes, que no tiene dinero, que ni siquiera sabe dónde va a vivir en unos meses, su visión y pertenencia al colectivo, su pasión por los perros y su tono paisa, que se hizo más lento con los años.

¿Qué crees que falta para que la firma histórica de la paz en La Habana, sea un desarme integral de todos los grupos armados?
-El Acuerdo Final le pone fin a un largo conflicto armado en Colombia pero no significa la paz.  Tiene el gran mérito de acabar una guerra pero entraña el gran peligro de la irrupción de nuevas violencias rurales asociadas al narcotráfico.  Si el Estado no logra copar los territorios que abandonaron las Farc y cumplir con los derechos  sociales pactados en el Acuerdo, si el Estado no asegura alternativas de subsistencia real para las miles de familia que cultivan coca y no avanza en restitución y  redistribución de a la tierra, vamos a contemplar la irrupción de nuevas formas de violencia rural. El Acuerdo no lleva 4 meses y su implementación es muy precaria y está amenazada por la corrupción y por quienes quieren “revocar” el pacto suscrito. Es una paz frágil que tenemos que defender.

¿Qué experiencias históricas del continente y del mundo, cree que Colombia puede replicar, o qué camino distinto y autónomo debe emprender?
-Irlanda enseña un camino exitoso de reconciliación, El Salvador marca un camino de superación de un conflicto armado y el peligro de la irrupción de violencias urbanas, Sudáfrica entraña el gran valor de la verdad como eje de construcción de paz.  El común denominador es superar la injusticia, la desigualdad y la falta de democracia. Una democracia profunda en términos políticos y redistributiva en términos económicos es la base para una paz sostenible y duradera.

¿Hacia dónde se  encaminan hoy los movimientos de izquierda que tuvieron en medio de su ideología, brazos armados?
-La lucha armada es un anacronismo en términos de acción política, tanto como las formas restringidas de democracia que aún prevalecen en Colombia. El reto es profundizar esa democracia. El Acuerdo Final puede ayudar, pero se requiere de nuevos sujetos sociales y políticos con mentalidad renovadora, reconocer la diversidad y respetar las diferencias, asumir qué hay nuevas ciudadanías, reafirmar nuevas causas vitales para la sociedad como el cambio climático. La izquierda debe superar no solo la lucha armada, también debe proyectarse como una fuerza progresista del siglo XXI y el camino no es la economía fósil que une modelos económicos fracasados en Venezuela o en Colombia. La pregunta es si el nuevo partido  de las Farc representará esa nueva izquierda progresista o reproducirá los esquemas de la vieja izquierda. Todo pasa por superar la eterna división y la idea de ser siempre oposición y no opción real de poder. En la capital del país ya fue posible con Bogotá Humana.

¿Qué fue lo más complicado de escribir un libro sobre el último guerrillero?
-La falta de información sobre las Farc. Hay una matriz de propaganda sobre esa guerrilla que sesga cualquier análisis. No se trata de mostrar bondades que chocan con la realidad  de una guerra cruenta no tampoco reproduce mentiras y estereotipos producto de la propaganda y el sesgo mediático.  Por eso busqué la correspondencia secreta de Marulanda y Jacobo Arenas, entrevisté en profundidad a Timochenko, recorrí las zonas de la guerra para hablar con la gente, me reuní con otros líderes de la Farc, consulté con amigos y adversarios del proceso para sopesar esta realidad del país reciente en “Último Guerrillero”.  Tal vez lo más complicado fue redescubrir mi propia historia, saber que en el primer combate de Marulanda en Génova en 1950 se enfrentó con un grupo armado conservador que lo derrotó militarmente, en la cabeza de ese grupo estaba mi padre.  Por esa confrontación, meses después fue víctima de un atentado que lo dejó gravemente herido. Soy hijo de esa violencia y hago parte de la generación  del estado de sitio.

¿Qué matices humanos y conceptuales descubrió en este encuentro con su amigo de infancia?
-La guerra es un desgarramiento que produce dolor y genera odios entre quienes se enfrentan. Reconocer al otro como adversario y no como enemigo, entender qué hay un espacio para la dignidad humana es muy revelador. Lo escuché del general Mora cuando recién inició las conversaciones en La Habana y me lo dijo Timochenko en la entrevista: esta guerra tiene que acabarse.  Timochenko revela que sus estudios de medicina le sirvieron para salvar la vida de trece militares heridos en combate, salvar la vida del adversario al que se combate a muerte. “De Marulanda aprendí que no se trata de más muertos en el combate sino de la acción política y sus efectos” me dijo Timochenko.

¿Cómo restaurar una sociedad fragmentada, cómo conjugar el perdón entre víctimas y victimarios, y ascender hacia una nación igualitaria?
-Si la guerra contribuyó a fragmentar la sociedad, la construcción de la paz debería consolidar  una sociedad democrática. El perdón requiere de la verdad que hoy todavía quieren ocultar porque hay poderosos intereses detrás del conflicto armado. Todo depende del nivel de participación de la sociedad en la construcción de La Paz, de los nuevos sujetos políticos y sociales que requiere la transformación de la sociedad. Los odios deben quedar en el pasado

Epílogo
Jorge Rojas es  un lector empedernido de literatura que tiene entre sus admiraciones eclécticas, a Vargas Llosa, “una literatura poderosa en términos de descifrar enigmas de nuestro pasado y razones del presente que nos agobian, de un gran escritor que se quedó paralizado en el tiempo neoliberal. Y Borges, con su más bella poesía que trasciende las fronteras invisibles de la otredad, la alteralidad y la identidad”. Para él su  sueño de país es “aquel que pueda albergar a su gente en torno a la diversidad y la vida, que se pueda habitar y disfrutar sin miedo, que proteja y respete el agua, la tierra, el aire, un país con más Macondos que eleven la magia al lugar de la fantasía y menos vorágines que nos sumerjan en la violencia”.
Su lugar ideal es “una ciudad con mar y sin lluvia, con nombre de fruta que sabe a milagro: Lima”.

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