Facetas


La mujer que casi muere por el COVID-19 y por las mentiras de las redes

Esta es la segunda parte de la historia de Tatiana, la madre de dos hijos que luchaba por su vida desde una UCI y nos contaba a través de WhatsApp su drama con el COVID-19.

LAURA ANAYA GARRIDO

28 de junio de 2020 09:00 AM

Tatiana* no me lo quiso decir la primera vez, pero estuvo a punto de morir por una mentira de redes sociales. O quizá fue que no se lo pregunté en aquella primera entrevista, pero después, cuando ya ella podía respirar sin tanto esfuerzo y con menos miedo, sí me lo confesó.

Esta es la segunda parte de la historia de ella, una mujer a la que hemos decidido llamar Tatiana y no dar su nombre real, porque le da miedo que la estigmaticen y la ataquen: es mamá de dos niños, tiene treinta y pico de años y vive un barrio popular de Cartagena. Es una mujer a la que, lastimosamente, le tocó conocer la cara más cruda del COVID-19 y aprender de la peor manera que a punta de mentiras virtuales sí se puede morir cualquiera.

Tengo que decirle, señor lector, que la primera parte de esta historia se publicó el domingo, 14 de junio de 2020, con el título La segunda batalla por volver, pero no importa si no la leyó aquella vez.

Básicamente Tatiana se había contagiado de coronavirus, al parecer -porque el virus ya ha avanzado tanto que ni siquiera tiene certeza de dónde lo contrajo-, después ir a un supermercado con una amiga. Tres días más tarde, comenzó la molestia en la garganta, luego vino la tos, la fiebre, un cansancio sin nombre, diarreas y lo peor: dificultad para respirar. Tanto su esposo como su hija más pequeña, que tiene 6 años y padece una enfermedad rara desde que nació, comenzaron a padecer síntomas como fiebre y tos, pero el COVID-19 en ellos fue cosa de algunos días. En cambio nuestra Tatiana cada vez se sentía peor y con menos fuerzas, por eso decidió llamar a su EPS y por eso la hospitalizaron. Sus hijos la despidieron llorando, pero aferrados a la esperanza de verla volver y sí, regresó: después de días en una Unidad de Cuidados Intensivos, seguía cansada y con algo de miedo, pero esperanzada en un hecho que parece simple hasta que padeces COVID-19 grave: respirar bien. Pero la historia no terminaría ahí.

Tatiana pensó que ella y toda su familia le habían ganado ya al nuevo coronavirus, hasta que volvió la tos...

Mitos de redes que matan

Volvió la tos. Volvió el desespero. Arreció la fatiga. ¿Había vuelto el coronavirus a atacar?, pero si la segunda prueba dio negativo... ¡No puede ser!, Tatiana volvía a quedarse sin el aire, pero ahora no estaba tan convencida de llamar a la EPS. Aquello del supuesto cartel del COVID-19, todos los ciberusuarios que se atreven a comentar que a los hospitales les pagan por cada paciente con COVID-19 y que por eso a todo el mundo lo diagnostican con el virus o están dejando morir a la gente para decir que era COVID-19... todos le hicieron un daño tan grande a Tatiana, que ella todavía lo lamenta. “Es que en el Facebook dicen que cuando uno va a un hospital, aunque sea por otras cosas que no sean el virus, después, al día siguiente o a los días, dicen que murió de COVID-19. Eso del clan del COVID, tú sabes”, me dice ahora. “Desde el domingo 31 de mayo comencé a sentirme mal otra vez... empezó muy leve y al transcurrir de los días fue aumentando, hasta el sábado por la tarde, que sentía que no podía, pero me aguanté hasta el domingo por miedo a lo que ya te comenté”.

De manera que unos “simples” comentarios hicieron que se aguantara días sintiendo como si estuviera bajo el agua, sintiendo que el aire que todos respiramos estaba negado para ella, sintiendo que, por más que inhalara, el oxígeno no conseguía llegar a sus pulmones. Cuando pensó que ya se iba a morir, decidió agarrar el celular y llamar a la EPS de una buena vez. Ahora, su vida dependía de qué tan rápido llegara al hospital... “Tenía que llegar por mis propios medios”.

-¿Y qué hacían cuando paraban? ¿No era mejor llegar rápido?
-Lo hacíamos para que yo pudiera respirar mejor, porque por la brisa de la moto sentía ahogarme más.

¿Y cómo hiciste?

-Una vecina me prestó y llamé a un amigo (para) que me llevara hasta donde pudiera conseguir un taxi, pero nada, fue imposible y él me dijo que me podía llevar con cuidado. Yo acepté porque ya sentía que me asfixiaba, pero en el camino de la casa al hospital, le tocó parar varias veces porque yo sentía ahogarme.

¿Y qué hacían cuando paraban? ¿No era mejor llegar rápido?

-Lo hacíamos para que yo pudiera respirar mejor, porque por la brisa de la moto sentía ahogarme más.

Después de los quince o veinte minutos más largos de su vida, Tatiana por fin llegó al mismo hospital en el que había estado antes y por culpa de la misma enfermedad: COVID-19.

“Cuando llegamos, nos dejaron ingresar a Urgencias y él (amigo) llamó al médico que estaba de turno atendiendo a otra persona, y le explicó lo que yo sentía. Me dejaron esperando unos minutos, mientras terminaban con el otro paciente. Cuando me ingresaron, mi amigo se fue a continuar con su trabajo. Enseguida me canalizaron y me colocaron oxígeno y empezó la pulladera. Horas más tarde, me subieron a Cuidados Intermedios, pero estaba muy lleno y el médico decidió llevarme a una habitación cerca... ahí había estado la primera vez y ahí me monitoreaban. Me iban a ver cada dos o tres horas.

Cuéntame qué fue lo más difícil esta vez...

-Era muy difícil respirar.

¿Al fin qué te pasó, te contagiaste otra vez?

-No, fueron secuelas del virus. Me dio neumonía diez días nuevamente.

El final...

Un día después de nuestra primera publicación, Tatiana fue dada de alta y regresó a casa, finalmente el coronavirus sí la dejó cumplir la promesa de volver, la que le había hecho a sus dos pequeños.

La casa donde ella, su esposo y sus dos hijos viven es pequeña -solo tiene un cuarto y una sala pequeña- y como ella debía seguir aislada, lo que hicieron fue rodear una cama de sábanas y ahí permanecía ella. Limitada, sí, pero feliz de estar cerca de los seres que más ama en el planeta.

-Ya todos dimos negativo, pero aún tengo que cuidarme porque se me hace difícil respirar cuando camino. Mi esposo sigue cuidando de mis hijos y de mí -me dice.

Su esposo es vendedor ambulante. Han sido meses difíciles para Tatiana y su familia, pero no les ha faltado bocado gracias a la solidaridad de sus parientes y vecinos, que, incluso, hicieron rifas para llevarles comida. “Con lo que nos han ayudado, hemos economizado para que nos alcance un poquito más”, me decía hace algunos días. Ayer, me confirmó que su esposo ha salido desde el miércoles a vender sus frutas en la calle, al fin y al cabo, con o sin coronavirus, hay que comer. “Usa su tapabocas, la distancia social y se lava las manos”, me cuenta ella.

¿Pero saben?, este final no es “el” final. Por fortuna, esta historia continuará y ojalá que nunca más aparezca el coronavirus en ella.

*Nombre cambiado a solicitud de la fuente.

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