Facetas


Gabo tiene quien le escriba

JOHANA CORRALES

07 de junio de 2015 12:00 AM

Gustavo Tatis es quizá uno de los tipos más geniales que conozco.

Es Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Estuvo otras tres veces nominado para ese mismo galardón. Ganó el Premio de Periodismo Álvaro Cepeda Samudio y el Premio Nacional de Periodismo de la agencia Colprensa, con una entrevista que le hizo a Gabriel García Márquez.

Como esos, ha tenido cualquier cantidad de reconocimientos por sus poemas y cuentos infantiles. Adora la pintura. Tanto, que puede llegar trasnochado a la redacción de este diario, porque se levantó en la madrugada a pintar una mecedora: después de todo, cuando la inspiración llega, llega.

Nació en Sahagún (Córdoba). Comenzó a trabajar como editor de la página cultural de El Universal en 1984, pero solo hasta 1997 recibió el título formal de comunicador social, gracias a una convocatoria que hizo la Universidad Jorge Tadeo Lozano de profesionalizar a los periodistas empíricos de la ciudad.

Trabajó en RCN Radio, pero cree que lo echaron porque la mayoría de las noticias que producía eran culturales, y tenía que haber más equilibrio y variedad en la información. 

Es un genio (aunque se incomoda cada vez que se lo digo). Con él se puede hablar de la escritora más importante de la primera mitad del siglo XX, Virginia Woolf, hasta de la telenovela Avenida Brasil. Tenía una fascinación por los nombres de los personajes de esa producción. Podíamos durar horas charlando sobre Tifón, Carmina, Monalisa y Herculano.

Para él no hay preguntas estúpidas, ni interlocutores lo suficientemente bobos para ignorar. Es de los pocos intelectuales (aunque odia el término) que no se ha comido el cuento del ego y, con una amplia sonrisa, es capaz de resolver, no importa lo que esté haciendo, el interrogante más inusual que se le haga.

Siempre tiene calor y siempre llega sudado a la redacción. Siempre tiene un pie en el periódico, aunque esté al otro extremo de la ciudad. Siempre tiene temas y personajes sobre los cuales escribir, y es el único que se enoja cuando le quitan la página cultural (si no tienes página, te puedes ir de una para tu casa).

Siempre tiene a alguien pendiente para entrevistar, y vive con un miedo terrible a que se muera alguna celebridad local, antes de retratarla: “Johanita, se está muriendo la gente que nunca se había muerto”. Me dice a cada rato, y es inevitable que me ría.

Siempre lo están llamando al celular. Contesta todos los números: desde el abuelo que nadie conoce y está escribiendo un poema, hasta el mismísimo Gabo para ponerle una tarea, como revisar los periódicos del 26 de octubre de 1949, hacer una foto de la portada y una lista sobre los hechos que aparecieron en primera plana, información que utilizó, tiempo después, el Nobel para el prólogo de su novela Del amor y otros demonios.

Pero también le pidió que le describiera cómo creía que era su casa en Aracataca. Tatis escribió en una hoja que se la imaginaba llena de niños y niñas pintando, jugando. Hoy cree que eso fue premonición de lo que iba a suceder, porque finalmente la casa en ruinas se convirtió más que en un museo, en un centro cultural.

Así mismo, le dio una serie de pueblos que debía recorrer, si quería retratarlo bien. Entre ellos, quería que viera un letrero enorme que decía Macondo, que era una hacienda bananera. Tatis fue hasta el lugar y no encontró el cartel. Cansado del viaje, le preguntó a un campesino qué había pasado con él y este le contó que cuando la United Fruit Company se acabó, vendieron la finca y el nuevo dueño quitó el letrero. Tatis le relató a Gabo lo que había oído. Y esa información fue publicada en su libro Vivir para contarla

GABO AL CUADRADO
Tatis parece que supiera más de García Márquez que de sí. Acaba de escribir dos libros sobre el Nobel: La llave secreta de Melquíades y La rosa amarilla del prestidigitador. El primero, que ya está publicado, es una indagación sobre los orígenes del escritor de Aracataca y su familia. El título tiene que ver conque en el libro se revelan algunos secretos, tanto de la vida del escritor como de su obra literaria.

Escogió a Melquíades para el título, por ser el personaje mágico de Cien años de soledad. Es el hombre que no muere. Es el único que desafía la muerte. Cuando ya todo el mundo sabe que Melquíades ha muerto en Singapur, reaparece en Macondo con una dentadura nueva, rejuvenecido. Es uno de los personajes más fascinantes de esa novela.

“García Márquez me contó un secreto, esto es no es ninguna vanidad, y fue que el origen de Melquíades es Nostradamus, quien era un clarividente que podía ver lo que iba a ocurrir tres o cuatro siglos después”, dice Tatis.

A lo largo de las páginas se explica que Gabo no escribió Cien años de soledad solo, sino que tenía una legión, un ejército de seres humanos que lo acompañaban y que trabajaban para él, incluso, sin que ellos supieran. Buscaba a los que sabían de las guerras civiles, las guerras federales, los que sabían sobre alquimia y ciencia.

“La llave secreta de Melquíades, aunque los editores digan que es una biografía, es una serie de crónicas enlazadas que abarcan la vida de García Márquez desde antes de nacer hasta que escribe Cien años de soledad. Es decir, desde 1927 hasta 1967”.

Por otra parte, La rosa amarilla del prestidigitador toma ese nombre, porque, según Gustavo, García Márquez, en el año 66, decía que él lo que quería era ser un mago o un prestidigitador. Un prestidigitador es el que hace trucos con las manos, y el nobel se sentía un hombre que hacía transmutación de la realidad, realizaba mezclas y producía, o descubría, otras formas de comprender la realidad.

Este segundo libro no es una continuación del primero. Es mucho más íntimo, porque contiene el primer encuentro que tuvo el autor con García Márquez, con Luisa Santiaga, la madre; y con el padre del Nobel, Gabriel Eligio García Martínez.

Ese encuentro fue -como casi todo lo que le ocurre a Tatis- insólito. Cuando tenía 19 años fue a cobrar la pensión de su abuela, en la Tesorería de la Gobernación de Bolívar. En eso dijeron el nombre de la vieja:

-Escolástica Flórez de Guerra- gritó un funcionario.
-Soy yo- respondió Gustavo Tatis.

Todos se echaron a reír. Un señor bonachón, de camisa azul celeste, se le acercó a Tatis y le preguntó qué relación tenía con Escolástica. Tatis le dijo que era su abuela, se hizo el despistado y le preguntó quién era él.

-Soy Gabriel García Martínez-dijo el desconocido.
-¿Usted es el papá de Gabo?- preguntó Tatis.
-No, yo soy Gabo. Soy el papá de Gabito.

Intercambiaron teléfonos y a los pocos días el papá de Gabo lo invitó a su casa en Santa Rosa del Norte. Le leyó fragmentos de una novela que estaba escribiendo sobre los amores con Luisa Santiaga, su esposa. El hermano de Tatis, quien lo acompañó, le hizo varias fotos de ese encuentro inolvidable.

Gustavo le manifestó al papá de Gabo su interés por conocer a su hijo, quien de casualidad estaba en el pueblo de Arjona visitando a sus suegros, los padres de Mercedes Barcha. García Martínez le hizo un mapa en una servilleta.

Fue con un amigo, sobrino de Cecilia Porras, una pintora que admiraba profundamente Gabo. Sin embargo, cuando llegaron al pueblo y vieron a García Márquez vestido de blanco, y con unas botas negras, en una mecedora, se llenaron de miedo.

“Le dimos la vuelta a la manzana tres veces, nos tomamos una gaseosa y yo decía: ' sería una estupidez haber hecho este viaje desde Cartagena hasta Arjona y decir que no llegamos porque nos dio pena'. Así que tomé la decisión de llegar en medio de esas personas mayores”.

-Buenas tardes-dijeron enérgicos.
(Silencio, y todos se voltearon)
-¿Quiénes son ustedes?-preguntó Gabo.
-Maestro, mi deseo era conocerlo. Ya nos podemos ir- respondió Tatis, y estrechó su mano.
-¿Cómo que se van a ir?

Y les sacaron unas mecedoras, les ofrecieron whisky y los invitaron a cenar pastel con casabe. Hablaron tanto que no se percataron que ya había anochecido. Se despidieron, porque no iban a encontrar bus de regreso.

-Es que uno habla con usted, maestro, y le nacen raíces- dijo Tatis.
-Raíces, no. Te van a crecer los brazos ahora que estés en la carretera buscando bus.

Y así fue, no encontraban en qué regresarse para Cartagena. Pero estaban tan felices que nada les parecía terrible. Se sentían levitando, delirando en medio de la nada. Hasta que pasó un camión que, por caridad, los trajo hasta la ciudad.

Como ese, hubo muchísimos otros encuentros, unos más casuales que otros. Como una vez que fueron al mismo restaurante y Tatis, por no querer ser imprudente, dudaba si saludarlo o no.

-No joda, ¿no me vas a saludar?- le gritó García Márquez frente a todos.

Cuando Tatis terminó la primera entrevista formal que tuvo con el Nobel, este le dijo: “Mira, Gustavo, te he dado información para un libro”. Pero se equivocó: fueron dos. 

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