Encontrar personajes como Griselda Salgado Zapata es un aliciente para seguir la lucha diaria que para muchos es la vida.
Y no es porque Griselda sea una artista de moda o una modelo famosa. Nada más alejado de la realidad. Es porque Griselda ama tanto su trabajo, humilde por donde se le mire, que debería ser puesta de ejemplo a todas esas personas que, teniéndolo todo, se la pasan quejando y llenando su entorno de todo lo negativo que pueda irradiar un ser humano.
Griselda no se queja ni se le ve brava a ninguna hora. Al contrario, en su rostro de mujer de 75 años siempre hay la expresión esa que conservan las personas que se sienten satisfechas del deber cumplido, muy a pesar del esfuerzo físico que se esté realizando.
Y es que el oficio de Griselda necesita su buena dosis de fuerza. Ella hace bollo limpio, esos que muchas personas suelen comer caliente, a cualquier hora del día, porque ella no descansa hasta que el último de sus productos quede en manos de un consumidor satisfecho y exigente.
San Juan Nepomuceno es uno de los municipios de los Montes de María donde la elaboración de productos como el bollo limpio suele mover la economía familiar. Y la costumbre es venderlos en la mañana para el desayuno o comidas posteriores, pero siempre se consiguen en las primeras horas de la mañana. Por eso la diferencia con los de Griselda.
“Frente al hospital”
Griselda nació en San Pedro Consolado, uno de los seis corregimientos de San Juan Nepomuceno.
A la edad de 15 años comenzó ese oficio, lo que quiere decir que lleva 60 años en la misma tarea, la que comenzó en una época cuando lo más cercano a un molino era un pilón, esos artefactos de madera donde muchas personas gastaban sus energías pilando el maíz para oficios como el de Griselda. Esto lo cuenta ella con una sonrisa, como si estuviera contando la mejor anécdota de su vida.
Hoy su historia es otra, porque ahora tiene molino eléctrico, aunque su esfuerzo y dedicación son los mismos.
La diferencia con otras “bolleras” es que ella no madruga. Su tarea comienza a las 5.30 de la mañana, pero puede terminar a las 7 de la noche, dependiendo de la demanda.
Su éxito es tal que en San Juan, al igual que en muchas partes de la Costa Caribe, la dirección se da por referencia de lugares. Por eso conseguir su casa es bastante fácil. Solo hay que decir, allá, frente al hospital.
Allí, en esa casa construida con el fruto de su trabajo y el de su compañero ya fallecido hace 18 años, Griselda atiende a todos por igual.
El secreto
Su gran secreto es su preocupación por vender un producto de excelente calidad. Por eso no le gusta vender bollos fríos, sino que en la medida en que la demanda crece, ella aumenta su producción.
Otro secreto es que no le fía a nadie. “No tengo ni un centavo en la calle”, dice, mientras envuelve un bollo en una hoja de palmas, en esa maniobra tan precisa que más parece un ritual. También dice, mientras jala una pita de un saco para amarrar el bollo, que ella misma maneja su plata y lleva su contabilidad.
Griselda, de figura menuda y hablar pausado, no sufre de ninguna enfermedad.
“No me duele nada… Ni gripa me da…” dice con una sonrisa la mujer humilde que trabaja 364 días del año. Solo deja de trabajar el 1° de enero. Pero no por eso se sienta. Ese día hace 100 pasteles que obsequia como regalo de Navidad a su clientela más fiel, los que son tan famosos como sus bollos, esos que hasta las fronteras patrias han traspasado para el deleite de su exigente clientela.
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