Escribo sobre Hannes Wallrafen, que atrapó la luz del Caribe en sus fotos, y siguió haciendo imágenes, más allá de perder la vista en un accidente.
Vino hace tantos años a Cartagena, con una libreta en la que tenía dibujadas las fotos que quería hacer, todas inspiradas en el autor de ‘Cien años de soledad’.
El espíritu de este artista holandés con un alma errante por el mundo, había dibujado en aquella libreta que me enseñó, una escena de peces flotando entre los árboles y una tortuga descuartizada cuyo corazón latía en una olla ardiente.
Había dibujado un caballo blanco saltando en una mesa pequeña, y un bloque de hielo del que llovían hojas secas. Al principio creí que era un desquiciado feliz, que me quería embarcar en una aventura descabellada y delirante: la de descifrar el mundo de Macondo en el rostro de la gente. Pero cuando vi la implacable belleza de sus dibujos y su claridad conceptual, supe que estaba ante un artista legítimo más allá de su cámara.
Hannes le mostró las fotos al genio de Macondo y él quedó fascinado. Creyó que en verdad, Hannes había descubierto a pie, por la luz del Caribe, ese mundo que el mago soñaba con sus palabras. Y ese mago hizo lo que pocas veces en la vida: escribirle un prólogo al libro que luego se publicó con el nombre de ‘Una jornada en Macondo’.
Han pasado tantos años y Hannes es, desde siempre, el consagrado fotógrafo de universos surreales que es capaz de fotografiar lo imposible de la belleza inasible del planeta.
El genio de Macondo escribió sobre lo que vio Hannes en el Caribe, pero que yo realmente vi en la libreta como un dibujo que él quería armar en la realidad:
“En su intensa exploración del Caribe vio muertos coronados de rosas, burros que hacían milagros, estatuas de nadie, moribundos eternos, imágenes en madera de santos asustados. Vio a un hombre que llevaba por delante una carretilla para cargar su propia potra. En el patio del convento de San Pedro Claver, en Cartagena de Indias, vio una mujer sentada en un mecedor de mimbre, y dos niñas que bailaban en torno a ella vestidas para la primera comunión. Vio en el mercado una tortuga entera cocinándose viva en una olla de agua hirviendo.
Yo tuve de niño esa misma visión, con una diferencia: la tortuga fue puesta a hervir descuartizada, y su corazón seguía latiendo en la olla. En el almuerzo, entre las presas ya aderezadas, el corazón seguía latiendo. Fue una de esas vivencias extremas que nunca me atreví a escribir por temor de que nadie las creyera”.
Pero Hannes había pintado todo antes de fotografiarlo y me dejó sobre la mesa del periódico una lista de cosas que necesitaba para sus fotos, que parecían en verdad, delirios creativos: un caballo blanco que luego vi saltar en una de sus fotos, una escena de niñas en Primera Comunión, cerca a las vísceras del matadero. Llamé a mi hermano Carlos y él se convirtió en uno de los guardianes de las aventuras visuales de Hannes. Iban tras la ilusión de un Macondo más extraño a medida que se aproximaban a la realidad.
Mi hermano no solo lo acompañó en su peregrinaje, sino que además posó para la fotografía en la que encarnaba a Florentino Ariza junto a Fermina Daza en la inmensa sala del caserón colonial del Marqués de Valdehoyos.
Un día decidí escribirle a Hannes para preguntarle por su vida, y me contó que en un accidente haciendo fotos, había perdido la vista. Me impactó saber de su tragedia personal, pero me impresionó el talante de su espíritu, haciendo videos desde la otra luz de su ceguera.
Las fotografías de Hannes son una lección de estética que rebasa todo racionalismo: en sus imágenes todo levita, flota, vuela, y nos lleva a los abismos de la belleza suprema.
Un artista verdadero es capaz de desafiar los vientos adversos y las tragedias de la existencia. Hannes Wallrafen es una prueba de ello. Ahora hace videos sonoros y sensoriales.
Creó la Fundación Fotobeheer Hannes Wallrafen, cuyos ingresos destina a proyectos de jóvenes artistas. Él me preguntó por gente en Cartagena que ya forma parte de la memoria, como Antonio Reston Bitar, ese ser quijotesco que posó para la portada de su libro, haciendo de presidente al que le llueven serpentinas. El arte está más allá del tiempo. Hannes sigue entre nosotros.
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