Facetas


Hoy cuadros, mañana también

REDACCIÓN CULTURAL

20 de abril de 2014 12:11 AM

No es difícil creer que ese niño que huyó de su casa en Medellín rumbo a Cartagena, sea él.

“La tierra fría me enferma”, dice. Con apenas catorce años quiso conocer el mar; cuando vino por primera vez ya tenía nítida esa sed marina, “donde haya mar estoy feliz” y da por hecho todo lo que tiene que sentir. Sed que sería constante en sus ansias futuras. A pesar de sus lentes circunstanciales (pues al parecer se los puso para ver mejor unos pliegos que recorta) se ve muy claro el oleaje activo de la mirada del viajero, el hambre por rodear la superficie de la tierra, así sea un poco. Le digo que quiero registrar su trabajo de… pero antes que yo concluya la frase, él ya me ha dicho lo que es: comerciante de arte.

Su voz de antioqueño nato no es vencida por el peso de la penumbra, ni mucho menos por el viento que hoy no encuentra barreras desde el mar.

Seis años tiene de vender como artesano en las inmediaciones del Museo Naval. Lienzos, heliografías, pinturas y demás formas que inundan con mensajes concéntricos su espacio en una de las esquinas amuralladas. Su experiencia ha sido la pretérita forma de un anhelo, de un gusto: “yo siempre quise trabajar con arte así sea vendiéndolo (…) si yo pudiera hacerlos (cuadros), ya lo haría”. Podría sonar jactancioso, pero el dejo de su voz se ralentiza y apaga un poco revelando en realidad el sentido de su afirmación. Ahora sólo vuelve a recortar pliegos, que en el centro ocupan replicas de dibujos icónicos de la ciudad y del país. Calculo unos cien a setenta y cinco pliegos, mientras él desborda las heliografías (replicas) y las pone a un lado diciendo que hace seis años la gente temía pasar por allí, porque sólo había gamines, mierda y poca luz. Anotación que le que saca una emoción implícita de indignación con el cuidado que se le da a la ciudad.

Esta tierra caliente a la que lo ha arrastrado sus ganas, le dio sus pruebas iniciales cuando vino por primera vez. A los catorce años, forrado en terquedad o capricho, quiso quedarse en la ciudad y para eso vendió cigarrillos por las playas de Bocagrande, Castillogrande, Laguito. Así podía pagarse el lugar donde dormía. “A los pocos meses me aburrí y me regresé”, dice mientras sonríe, conmoviéndose y burlándose del niño que ve en sus recuerdos. “Pero volví y ya fue como desde los catorce a los veinticinco que vine y me fui varias veces”, todo por ver el mar y solazarse como otro pez enamorado que no quiere ni puede secarse. “En uno de esos viajes yo ya tenía una tía que vivía en Getsemaní y ahí hacía tinto para vender”. Lleva más de treinta pliegos desde que lo he visto, y la rutina no le resta movimiento ni eficacia, y todo podría ser disparado con especial sentido cuando afirma, después de hablar sobre los reveses de la vida, “mientras haya vida y salud, estamos ganados” y hace palpable el horizonte que dibuja con la pequeña tijera que utiliza.

Jaime cree que las concepciones sobre los artesanos han contraído un serio estigma, pues asume que la gente usualmente piensa que los artesanos son “hippies” que no atienden sino a la fiesta, el vicio y sus desmanes, y no contemplan otras facciones más recíprocas en su conducta, pues para él “hoy en día trabajan para su familia”, agrega como padre de cuatro hijos e inquilino de una casa arrendada.

Galería La Ronda

A propósito del trabajo, Jaime se ve muy complacido. Aire que desprenden aquellos que logran encontrar un oficio que aman. En general, afirma, que las temporadas turísticas no se sienten como antes, “antes uno esperaba la temporada con ganas, ahora llegan las personas, se ponen cerca y sólo es pura preguntadera”. Muchas veces el extranjero es el que llega con firmeza a pedir descuentos, mientras el colombiano o el nativo, compran al precio que les es dado. “Hay de todo. He pasado hasta cuatro días sin vender nada, como otros compañeros de aquí, sin embargo siempre mi señor celestial le ayuda a uno, y llegan”. Y al llegar un vendedor de tinto me dice: “este es el mejor vendedor de tinto de la calle”. El otro atina un silencio que percibo ancestral y digno.

De los sueños que ha sembrado ya hace tiempo, está el de tener una galería. Incluso su correo electrónico, que me ha dado generosa y rápidamente, tiene titulado entre sus signos: Galería La Ronda, en mención de la calle en la que trabaja. Y al hablar sobre las replicas, y en este aspecto trato de no encauzarlo a que parezca ilícito, porque estoy de acuerdo con eso. Me afirma que vende los cuadros con ofrenda para que aquellos que no pueden tener la exclusividad de una obra original y aprecien con pasión la belleza estética de su composición, tengan un replica. Siempre hablando abiertamente de cuál es réplica y cuál no. “Mi Dios todo lo hizo para que todos disfrutemos de todo”, sonríe con la mirada compacta y noble. Qué aburrido sería que un cuadro de Botero sólo lo pueda tener un magnate inglés, y nadie encarnarse en la realidad –la propia realidad de una aparente patria- que grita.

A mi curiosidad sobre por qué está tan ligado a la religión y sus anotaciones que terminan en agradecimientos con ella, me responde: “Cuando yo vendía cuadros por las playas, caminando, había regresado a Cartagena separado. Bebía mucho. Que la fiesta que el cigarrillo que lo otro, y un amigo siempre me invitaba a una iglesia. Y ya desesperado fui, y me entregué a la palabra. Pero debe haber una verdadera entrega ¿si me entiendes?, dejé todos esos vicios y ya para ese mismo tiempo me asenté aquí, a vender arte hermano”.

Cuenta, cómo después estuvo con la mujer con quien está ahora, la cual le apadrinó los dos hijos, completando sus cuatro. “Ella también tenía el hogar destruido por todo, por la bebida…”. Entraron a la iglesia a la que Jaime no duda en invitarme, sin presión ni intimación, con un pequeño comentario o idea que chifla y ya. Pienso que seguramente no lo reconocería antes.  

Que Einstein y Picasso, en lienzos, miren a los transeúntes o que barcos amaguen su partida para siempre o que pintores les dejen alguna obra para que la venda. Y ahí en ese clima convulso de ribetes artísticos e instantes, está él sentado en un banquito, recortando los bordes de una réplica; casi calvo, con lentes y vital. Un cuadro que no competiría, pero que queda.

Un hombre moreno llega hacia él con nuevos rollos de pinturas, acompañado por un cierto Juan Valdez sombrío.

Jaime: “¡Eh Ave María este negro sí es querido! ¿Cómo está la vaina por ahí? ¿Si hay público o qué?
Juan Valdez lúgubre: “Usted sabe que la gente viene tarde papá”.

 

Por: Alejandro García García - Especial para El Universal

Se ha producido un error al procesar la plantilla.
Invocation of method 'get' in  class [Ljava.lang.String; threw exception java.lang.ArrayIndexOutOfBoundsException at VM_global_iter.vm[line 2204, column 56]
1##----TEMPLATE-EU-01-V-LDJSON----
 
2   
 
3#printArticleJsonLd()
 

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS