Facetas


Jaime quiere encontrar un heredero antes de morir

LAURA ANAYA GARRIDO

05 de marzo de 2017 12:00 AM

Él mira mis ojos sin parpadear, me dice que está preparado para morir.

El cáncer que le diagnosticaron hace siete años, justo después de la muerte de su mamá, va acortando los días de Jaime Enrique Cortavarría González irremediablemente, y, aunque a veces la nostalgia entrecorte su voz y le agüe los ojos, él no tiene miedo. No existen arrepentimientos, solo un deseo: encontrar un heredero para su tesoro más preciado.

¿Tesoro? ¿Cuál tesoro? ¿Tendrá Jaime algunas joyas o piedras preciosas en su casa de Los Calamares? ¿O serán dólares? No.

Son un montón de letras, un poco de páginas amarillentas, incontables historias cotidianas que él devora domingo a domingo en El Universal y que luego transforma en recuerdos. Jaime colecciona Facetas. Y no solo Facetas, porque esta sección apenas tiene cuatro años, él lucha contra el comején y la humedad para resguardar cuadernillos completos de nuestro suplemento Dominical desde hace más de treinta años. He contado tres cajas con nuestras páginas sueltas y 17 libros empastados, el tomo más viejo data del 18 de febrero de 1986.

“Supremamente” cartagenero
Ahora estamos en la terraza de su casa. Nos abrazan la sombra y la frescura de los árboles de tamarindo que él mismo plantó hace décadas en ésta, la calle de La Lengua. Mientras manipula un pincel delgado con su mano derecha, me mira a los ojos y habla. Habla bastante, le gusta contar historias y entre oración y oración dice: “¿ya?”, como asegurándose de que se ha explicado bien.

Dice que su historia en este mundo comenzó en España porque allá nació su padre.

-¿Sí? -intervengo.

-Ajá, se llamaba Marcelino Cortavarría Lamadrid y era de Bilbao, norte de España. Imagínese que supuestamente él era de la ETA y salió de España huyendo del régimen de Francisco Franco. Franco no gustaba de los vascos, ¿ya?, él atacó un pueblo que se llama Güernica, lo bombardeó con unos aviones alemanes, ¿ya?, él lo bombardeó. Primero mi papá se fue a Cuba y de ahí cogió derechito para Cartagena, ¿ya?

¡Mi madre! El papá de Jaime militó en una organización terrorista nacionalista vasca que se proclama independentista, socialista y revolucionaria y que –gracias a Dios, pienso- está inactiva desde 2011 tras el anuncio del “cese de su actividad armada”. En todo caso, Marcelino llegó a Cartagena a principios del siglo pasado, por allá en la década de 1930, buscando dejar atrás la guerra civil que consumía a España. Y cómo es el destino, por esos días la señora Nina González Gamboa vino desde su natal Bogotá a conocer estas tierras heroicas y se encontró al apuesto europeo, Marcelino. Tanto se gustaron que terminaron juntos y con un hijo. Y así nació Jaime, aquel 14 de diciembre de 1947, en el Hospital Santa Clara.

“Nací en el Hospital Santa Clara, ahí, donde queda el hotel, ¿ya? Me bautizaron en la Catedral y me crié en el barrio Chambacú… Soy supremamente cattagenero –así, golpeao, lo dice-. Eso quiero que le digas, por favor, que soy más cartagenero que quién sabe qué y que ser de aquí es un orgullo. Es una proeza”, dice Jaime casi exaltado.

Cuenta que Chambacú se bautizó tres veces antes de ser Chambacú. Que primero se llamaba Esponja, luego Ospina Pérez y después Isla Elba. –Nunca supe por qué Elba, no recuerdo a ninguna Elba-  añade.

Llámese como se llamara, Jaime, el único monito del barrio, creció sin luz, sin agua potable, pero con muchos vecinitos, que eran mucho más que amigos. Eran los hermanos que la vida le regaló, porque sus padres solo lo concibieron a él.

Jaime creció y se mudó a la calle El Progreso de Torices en 1961 y a Los Calamares en 1984. Todo ese tiempo le alcanzó para estudiar bachillerato, presentarse en la Universidad de Cartagena en Medicina, no pasó, y se puso a trabajar en la Alcaldía y la Gobernación, como “secretario de equipos”, dirigía el uso de maquinaria pesada, como volquetas. También le alcanzó para engendrar nueve hijos, tres con doña Petrona Ríos Díaz, su esposa, y los demás por la calle.

¿Recuerda a don Marcelino, el papá de Jaime? Murió en 1971 y está sepultado en Manga. A él le heredó el amor por las letras. Marcelino era historiador, “pero por su cuenta –aclara Jaime- , me enseñaba la historia de los barcos que llegaban aquí, a Cartagena, cargados de esclavos”. 

Tanta fascinación por las letras lo llevó a enamorarse de nuestro Dominical “hace como cincuenta años”, agrega.

-¿Y por qué le gustan tanto nuestras páginas?

-Por las historias, ¿ya? Salen muchas historias buenas, de gente cartagenera, como yo.

-¿Cuáles son las que nunca olvida?

-Las de la explosión del mercado público de Getsemaní, ahí murió un poco de gente, y como tres amigos míos. También me acuerdo bastante de un avión que se cayó en el mar, por La Boquilla, que sobrevivió una niñita. Leo a Ivis Martínez, a Gustavo Tatis, a todos. Me gusta leer, pero ninguno de mis hijos heredó eso, por eso estoy buscando a alguien. Quiero que esto que he guardado tanto tiempo, le quede a las nuevas generaciones, a alguien que lo aprecie como yo. Que lo cuide.

Y Jaime quiere encontrar a ese heredero pronto. No lo dije en el primer párrafo, el cáncer que padece Jaime está en su próstata y lo descubrieron luego de una tristeza casi tan voraz como la misma enfermedad.
“Mi mamá, Nina, murió hace siete años y está enterrada en Jardines de Cartagena. Soy hijo único, ¿ya? Y su muerte me pegó, me pegó duro. Cuando ella se fue, me fui al tapiz, de tanta nostalgia, duré como dos años sin salir de la casa. Mientras mi mamá estaba viva, yo fui feliz. Cuando ella murió me descubrieron el cáncer, hipertensión, azúcar… uffff, mejor dicho, qué no tengo”.

Aquí su voz se quiebra. Sus ojos se enrojecen y humedecen un poco… no es por miedo, es la nostalgia.

“Y estoy enfermo, no duro mucho, ¿ya? La muerte algún día llega, hay que aceptarla. Estoy preparado, la estoy esperando, sí. La muerte no tiene hora... pás, pús, y ya, te moriste. Pero yo soy feliz, sé que vine al mundo fue a eso: a morir. Mi ciclo se acabó. Mi único deseo es que esos libros no se pierdan”.

***
En los archivos de Jaime, uno puede ver cómo ha cambiado El Universal, cómo desapareció el suplemento Dominical -él dice que lloró cuando supo que no publicaríamos más el Dominical-, cómo nació y creció Facetas. De nuestra edición pasada, me dice recuerda mucho la Faceta de Bernardo Caraballo, que escribió Erika Puerta Cervantes. Y yo deseo en silencio que nunca se le olvide ésta. Ojalá esta página compense así sea un poquito tanta fidelidad, tanto amor.

Gracias, señor Jaime.

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