Facetas


Johnny, también hay ángeles en la calle

JULIE PARRA BENÍTEZ

17 de diciembre de 2017 07:48 AM

“Mi papá me obligaba a pedir limosnas. Desde que lo hice por primera vez y se dio cuenta de que era rentable, nunca más dejó de mandarme. Ya no quería ir a trabajar. Él era alcohólico y nunca me llevó al colegio. Ni siquiera me registró como su hijo. Solo sabía que me llamaba Johnny y que, supuestamente, mi mamá había muerto en una finca durante el parto. De mis hermanos supe que uno estaba con mi abuela y la otra estaba con una tía.

Estábamos en Riohacha (La Guajira) y un día cualquiera él decidió que nos iríamos a Cartagena. Allá sucedió lo mismo: me mandó a las playas de Bocagrande a pedir dinero para luego quitármelo. Un día me aburrí y me quedé en los alrededores de un reconocido hotel con un grupo de niños y jóvenes de la calle.

Del hotel siempre nos echaban, incluso, un vigilante me pegó varias veces, decía que no podíamos estar cerca, pero nosotros lo hacíamos para acercarnos a los turistas, ganarnos su amistad y que nos dieran comida y dinero. Así pasaron muchos meses y de tanto hablar con estadounidenses y canadienses aprendí muchas palabras en inglés, se me hacía muy fácil. No volví a saber más de mi papá hasta que regresó un día cualquiera. No sé qué me dio cuando lo vi. Pensé que me iba a pegar, pero lo único que hizo fue pedirme la plata que tenía y volvió a desaparecer”.

***

Parecía que el destino de Johnny Ledesma estaba marcado por la desventura desde que nació. Desde muy pequeño le tocó aprender a cuidarse por sí solo. En la calle conoció el desprecio de algunos y la bondad de muchos otros. Encontró ángeles entre los huéspedes del hotel, las palenqueras que aportaban para que él comiera, y hasta un odontólogo que lo atendía gratis. Reconoce que fue muy afortunado.

Entre tantas anécdotas, Johnny recuerda que en uno de los repentinos y fugaces regresos de su padre, él lo convenció de volver a La Guajira para después de unos días pedirle que se regresara a Cartagena nuevamente.

Con solo nueve años, agarró un bus equivocado que lo llevó hasta Maicao. En medio de su confusión, lo subieron a un bus de turistas venezolanos que venía hacia Cartagena. Regresó al mismo sitio de Bocagrande para sobrevivir como lo había hecho por más de dos años, como si la vida misma se empeñara en mantenerlo en ese lugar.

Cierto día, sus compañeros de lucha estaban contentos porque había llegado ‘el señor Richard’ al hotel. Johnny no lo conocía, solo sabía que era de Estados Unidos y que tenía fama de ayudar a los muchachos.

El día que se conocieron, hace unos 30 años, el “gringo” le regaló cinco mil pesos para que comprara comida y al día siguiente, ocurrió algo inusual. “El señor Richard me iba a dar dinero nuevamente, pero como aún me quedaba de lo que me había dado antes, le dije que no y le expliqué. Eso lo sorprendió”.

Johnny no imaginó que ese gesto de honestidad le cambiaría la vida para siempre. Desde entonces empezó a recibir la ayuda del señor Richard Hood, cada vez que venía de su país a trabajar con una empresa de televisión por cable.

Así pasaron varios años hasta que Johnny se convirtió en mayor de edad. “Como yo sabía un poco de inglés, el señor Richard me pidió que lo ayudara a traducirle algunas cosas a los trabajadores y me pagaba 10 mil pesos”.

De Johnny no volvieron a saber ni sus amigos de la calle ni en el hotel. Hace cerca de 10 años volvió y encontró al mismo vigilante. “Cuando me vio, me dijo: ‘tu cara se me hace conocida, ¿tú eres Johnny?’, y empezó justificar su manera de tratarme, me explicó que era su trabajo y hasta me pidió una gorrita”. Ese día no era el mismo “gamincito” que mendigaba a los huéspedes, ese día era uno de los huéspedes. Después de tanto tiempo, quiso regresar a ese hotel para recordar su pasado, las cosas buenas que vivió y demostrarle a la vida que no guarda rencores.

Durante su estadía, se rencontró con otros empleados que siempre le ayudaron y con algunos de sus viejos amigos, que hoy alquilan carpas o tienen algún negocio en la playa. En el hotel aún conservaban fotos de aquel niñito sonriente que se ganaba el cariño de los turistas y no se dejaba vencer por el miedo ni la maldad.

Johnny fue adoptado por ‘el señor Richard’ y viajó a San Luis, Misuri, en Estados Unidos. Allá perfeccionó su inglés  y aunque no todo fue color de rosas y pasó muchas dificultades, consiguió su ciudadanía norteamericana y se enamoró de una colombiana con la que hoy tiene dos hijos, consiguió un buen trabajo y agradece a ese ángel, lejos ya de este mundo, que le enseñó a leer, a escribir y le mostró que aunque a veces no tuviera con qué comer, sí tenía alas. Cada golpe de la vida es una oportunidad para levantarse nuevamente, y para volar.

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