Estoy seguro, hasta podría jurarlo. Te tuvo que llamar la atención el Passage du Clos Bruneau que comunica la rue des Carmes con la rue des Écoles. No lo veo en tus textos pero ese callejón te obliga a husmear, porque quién sabe con qué te vas a encontrar. No tengo una pizca de tu talento pero apostaría que un colchón estropeado y ese olor a amoniaco serían suficientes para inventar una historia fascinante.
No hay forma de que no lo hayas atravesado una o varias veces. Porque pocos caminaron el distrito de La Sorbona como tú. Por ahí viviste en el 54 de la rue Mazarine o en la rue Pierre-Leroux, y tantas veces caminaste en movimientos azarosos, como tus personajes, como Oliveira, pensando en cómo se va la vida en un café. Me siento en La Gueuze de la rue Soufflot, imaginando y reflexionando si así, tomando una bière blonde au robinet, se me va la vida.
En el 50 de la rue des Lombards se siente el frío del mediodía. Mejor resguardarse. Abro el capítulo uno y encuentro que por esta misma calle atestada de bares y cafés Horacio Oliveira solía tomar vino mientras madame Léonie leía su mano, algo que le asustaba hacer con La Maga. El ambiente amerita oír Stack O’Lee Blues, el único disco que Julio Cortázar salvó de su impresionante colección de Jazz cuando viajó a París. El mismo que en versión de los Waring’s Pennsylvanians Oliveira le pide a Ronald, pues su solo de piano le parece “meritorio”.
Busquemos a La Maga. Podría estar en cualquier parte del Quartier Latin, caminado por el Boulevard Saint-Germain, o en el lado derecho del Sena, en el Quai de la Mégisserie; casi seguro en su lugar favorito, el Pont des Arts. ¿Quién no ha buscado a su Maga? ¿Cuántos no han recorrido la guía de París que resulta ser Rayuela, sin menciones de la Torre Eiffel, el Arco del Triunfo, los Campos Elíseos? Y qué mejor que Cortázar, a través de su obra, hable de esa ciudad. ¡Lo que hacemos por la idolatría! Nos gusta mirar por dónde caminaba, dónde vivía, dónde murió. A Cortázar también le pasaba con John Keats, poeta británico del Romanticismo o con Oscar Wilde. El mismo ritual aplica para cualquier tipo de idolatrados. El 28 de junio se cumplieron 55 años de la publicación de Rayuela, y no son pocos los que recorren la capital francesa con el libro bajo el brazo.
Pero París es el cielo de turistas y visitantes esporádicos y el cementerio de muchos soñadores, estudiantes y artistas, que no llegan y nunca llegarán a ‘triunfar’. Cortázar sí sobrevivió a París. Malvivió en la Ciudad Universitaria, en hoteles de mala muerte, en residencias de estudiantes, sin baños, con muy poca comida, y mala calefacción, y nunca pareció importarle. Disfrutó cada calle y cada esquina. Sobrevivía con trabajos que no quería ni le agradaban, principalmente como traductor de la Unesco. Todo con tal de alejarse de Buenos Aires. “Buenos Aires me asfixió y fue París precisamente lo que permitió que yo redescubriera una visión distinta de mi país y de Latinoamérica. París – Europa, mejor- me abrió un horizonte total, planetario, que yo no tenía desde Buenos Aires”, confesaría el escritor.
Miguel Dalmau, su biógrafo más polémico, y seguro quien más lo ha investigado, da cuenta de su vida oscura, de sus secretos, que familiares y fanáticos de su obra se han encargado de ocultar. No solo llegó a París porque se sentía embrujado por la ciudad, lo hizo escapando de su abuela, su madre y su hermana, que lo tenían explotado y por quienes debía velar. Lo hizo huyendo de los descamisados que tanto le fastidiaban en tiempos de Perón. Lo hizo huyendo de los sueños incestuosos que tenía con su hermana esquizofrénica. Lo hizo huyendo de trabajos de profesor que liquidaban su espíritu.
En París sobrevivió por años, y mientras seguía trabajando y visitando el mundo con su trabajo de traductor con las “Naciones (Des) Unidas”, como les decía, leía, escuchaba jazz, y sobre todo escribía, era un intelectual absoluto. Unos 10 años después de llegar a París, y de tener algún renombre en Latinoamérica por cuentos como Bestiario y Los Reyes, llegó su obra magna: Rayuela, aquel juego de niños cuyo objetivo es llegar al cielo. Se trataba de una antinovela, una idea revolucionaria donde el lector participaba de la obra y ésta se leía en desorden. “En síntesis, la línea argumental de Rayuela es la historia de un hombre que se busca en dos ciudades y al final se pierde en los confines de la locura”, aclara Dalmau en su biografía Julio Cortázar, el Cronopio fugitivo.
Contrario a sus apuestas, el libro no emocionó a gente adulta, sino a los jóvenes que en plena década de los sesenta buscaban otra realidad más auténtica y libre, más cercana, y con Rayuela encontraron un libro que no les decía qué hacer, sino que planteaba las mismas preguntas metafísicas que ellos se hacían. La novela, que llegó a ser un Best Seller, no resiste una sola interpretación, en sus líneas se abren galaxias de teorías que aún hoy son tema de debate. Dalmau explora ampliamente la idea de que Cortázar es el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, con un lado tímido, respetuoso, intelectual y otro con pasiones y conductas totalmente opuestas. Inicialmente Mr. Hyde solo se dejaba ver en sus oscuros y mágicos cuentos, y en Rayuela va tomando más fuerza. Los que lo conocían pensaban que era impensable que escribiera sobre la locura, el suicidio, menos que describiera una escena de sexo anal entre los protagonistas de la novela. Dalmau está seguro de que en sus escritos es donde se lee más claramente la psiquis del autor.
Y es que su obra fue transformándose y Cortázar fue teniendo más de Mr. Hyde que del Dr. Jekyll. Acomplejado por tener cara de niño y con más de 50 años, se sometió a un tratamiento hormonal (testosterona), que su guardia pretoriana siempre trató de mantener oculto. De un momento a otro el gigante empezó a lucir una espesa barba, dejó a su esposa para tener una sórdida relación con la lituana Ugné Karvelis, hablaba de drogas y compraba revistas pornográficas. Vargas Llosa, gran amigo de Cortázar, lo pondría en evidencia: “Se había dejado crecer el cabello, y tenía unas barbas rojizas e imponentes. Me hizo llevarlo a comprar revistas eróticas y hablaba de marihuana, de mujeres, de revolución, como antes de jazz y de fantasmas. Había siempre en él una simpatía cálida, esa falta total de pretensión y de las poses que casi inevitablemente vuelven insoportables a los escritores de éxito a partir de los cincuenta años, e incluso cabía decir que se había vuelto más fresco y juvenil, pero me costaba relacionarlo con el de antes”.
El bicho de la revolución también lo picó y terminó participando en los procesos de Chile, Cuba y Nicaragua. Fumaba marihuana y trataba de vivir al ritmo de un mundo cambiante. Era un adicto al sexo, y el tema de la violación ahora rondaba en sus textos. Con más de sesenta años vivía al límite: “en el fondo estoy solo, aunque de esa soledad hago una especie de laboratorio central del cual salen ramas en todas las direcciones, rubias, pelirrojas, Amsterdam, negras, Soho, altas, petisas, Oklahoma… en resumen todo lo que me pasa al alcance de esta sed”.
Luego de los años más locos tocaría aguas tranquilas, Carol Dunlop había llegado a su vida. Se sentía más enamorado que nunca de una mujer que podría ser su hija pero que lo rescataba de las turbulencias de Ugné. De la mano del socialista François Mitterrand, en 1981 por fin obtiene la nacionalidad francesa que tanto deseaba mientras recorre el mundo en una especie de vacaciones “idílicas” con su Osita. Todo perfecto hasta que la enfermedad se atravesó en sus vidas. Primero, Cortázar sufrió una fuerte hemorragia gástrica a causa de su abuso con las aspirinas, y recibió más de treinta litros de sangre. Su salud se deterioró cada vez más hasta que los exámenes arrojaron que padecía de leucemia y le quedaban pocos años de vida. Carol prefirió ocultárselo, así como le ocultó que ella tenía aplasia medular y también tenía sus días contados. En regular estado de salud alcanzaron a trabajar en un libro a cuatro manos, sobre un viaje en una furgoneta VW entre París y Marsella.
Un año más tarde la fotógrafa estadounidense moriría y el Gran Cronopio quedaría devastado. Algunas versiones, como la de la escritora Cristina Peri Rossi (muy amiga de la pareja), señalan que Cortázar tenía Sida, y la había contagiado a ella. Dalmau ahonda en el tema y asegura que se contagió en la trasfusión de sangre, pues en ese tiempo el Ministerio de Sanidad francés compraba grandes cantidades en África, foco inicial de la enfermedad. El escándalo fue tal que el tema terminó en los tribunales y con la destitución del ministro.
Aurora, su primera esposa, lo acompañaría hasta el final, 16 meses después de la muerte de Carol Dunlop. Luego de horas de agonía, Cortázar recibe una piadosa inyección en el Hospital Saint-Lazare. Tras unas “maniobras” ilegales, fue llevado a su casa en ambulancia, y por eso su acta de defunción está firmada en la Rue Martel.
París, siempre París, Julio Florencio Cortázar Descotte fue sepultado junto a Carol en el cementerio de Montparnasse, y posteriormente junto a su primera esposa, Aurora Bernárdez. Estos secretos pueden desanimar a algunos: relaciones incestuosas, tratamientos hormonales, adicción al sexo, poligamia, Sida… ¿Cuántos no han sido destruidos por menos? Yo renuncié a idolatrar pero aún hoy soñadores de todo el mundo visitan su tumba, dejan flores, mensajes, y libros dedicados. Allí permanece el recuerdo de un ídolo, sobre todo de un hombre que, como anota Dalmau, “tuvo el valor de soñar, de escribir, de amar, de ser libre y de enfrentarse a sus peores demonios”.
"CORTÁZAR ERA UN GIGANTE CON LOS PIES DE BARRO"
El Universal entrevistó al escritor español Miguel Dalmau, quien a pesar de muchas presiones de personas cercanas a Cortázar, y del rechazo de una editorial, publicó la biografía Julio Cortázar, el cronopio fugitivo. También ha publicado La balada de Oscar Wilde, La grieta, El reloj de Hitler y La noche del diablo.
¿Por qué su interés por hacer una biografía de Cortázar?
-Mi interés nace de la admiración. Cortázar fue uno de los renovadores de la prosa latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX, y sobre todo, un referente moral para la juventud de mi época.
Tengo entendido que fue un trabajo de tres años, ¿puede darme detalles sobre el proceso de investigación?
-En el caso de un escritor, hay que conocer a fondo su obra y también todo el corpus crítico y académico, si es posible, que ha generado esa obra. También asomarse a las entrevistas. En el caso de Cortázar, además, hay que incluir las miles de páginas de su espléndida correspondencia. También es interesante recurrir a obritas menores, escritas por estudiosos aficionados pero con capacidad de brindar una visión fuera de circuito. Por último, nunca está de más conversar con personas que lo conocieron personalmente.
¿Cuáles fueron las “novedades”, los temas que no se habían mencionado antes en otras biografías sobre Cortázar?
-Cada biografía es un retrato que arroja luz, que propone una mirada. La mayor parte de biografías de Cortázar no eran biografías al uso, sino estudios críticos de su obra, o a lo sumo semblanzas hechas desde una reverencia casi sagrada. Por eso aprecié mucho el trabajo de Montes Bradley. Siguiendo su línea, investigué la “prehistoria” de Cortázar, ese medio siglo de vida anterior al éxito, y expuse la relación entre episodios clave de su vida y su obra. Mi libro expone, pues, la génesis concreta de su literatura, tan real pese a su expresión fantástica. También ahondé en su lado oscuro, algo novedoso y que levantó muchas ampollas.
-Quisiera profundizar un poco más en los siguientes temas…
-Matriarcado: Cortázar creció sin padre y sin figuras masculinas de relieve, pero pasó los veinte primeros años de vida rodeado de mujeres: la madre, la abuela, la hermana, una tía y varias vecinas que acudían a una academia de señoritas que su madre había montado en la casa. Esto le marcó para siempre, y también despertó esa honda sensibilidad hacia lo femenino que caracteriza su obra.
-Incesto: En alguna carta Cortázar habla de cierta relación malsana con su hermana Ofelia y no duda en insinuar la sombra incestuosa. Según él, algunos de los cuentos de su primer libro estuvieron presididos por esa sombra, aunque debidamente camuflados. Pero no podemos ir más lejos ni conocemos el alcance exacto de ese vínculo. Quizá sólo eran sueños eróticos recurrentes.
-La Maga: Aunque es un personaje de ficción, parece claro que su figura está inspirada en Edith Aaron, una argentina de origen judío que conoció en el barco que le llevaba a Europa y con la que mantuvo un deslumbrante y caótico idilio en París. A grandes rasgos eso se reconstruye en Rayuela.
-Tratamiento hormonal: A causa de un tumor, Cortázar tuvo que ser intervenido quirúrgicamente y luego se sometió a un tratamiento hormonal en París. Eso desarrolló en él una virilidad juvenil cuando ya tenía más de cincuenta años. Le creció barba, por ejemplo, y despertó en él un interés exacerbado por la sexualidad.
-Violación: A mi juicio es un tema que interesó mucho a Cortázar en esa etapa de su vida. Lo he descubierto en su correspondencia y en algunas obras del momento, como Libro de Manuel, o los relatos Verano y el espléndido, El anillo de Moebius. Pero ese interés se refugió en la literatura para canalizarse y resolverse. Lo que un autor escribe no corresponde exactamente a la realidad sino a inquietudes o fantasías que nutren la imaginación creadora. ¿Podemos acusar de pedófilo a Nabokov por escribir Lolita?
-Sida: Cortázar murió de Sida. Un conocido médico catalán me lo contó. Pero no fue por transmisión sexual sino por haber recibido una transfusión de sangre contaminada, procedente de África, durante una operación de estómago que se le practicó en un hospital francés. Fue una fatalidad.
¿Qué imagen tenía antes y qué imagen tiene ahora de Cortázar?
-Una buena biografía siempre trae una mala noticia sobre el personaje. Por eso suelen ser polémicas entre los devotos de ese personaje. Descubrí que Cortázar era un gigante con los pies de barro, que era muy humano no sólo en esas extraordinarias virtudes, celebradas por todos, sino en sus limitaciones.
¿Cree que Cortázar perdió mucho tiempo en causas políticas que hubiera podido invertir en otra gran obra?
-No, no lo creo. Porque nunca dejó de escribir e incluso alguno de sus mejores cuentos pertenecen a la última época, aunque Vargas Llosa sostenga lo contrario. Lo que sí es cierto es que una obra como Rayuela, por ejemplo, exige dedicación completa. No puedes pensar en nada más y menos en cambiar el mundo. Pero, bueno, ya la escribió, ¿no? Hay muchas maneras de realizarse como escritor y como persona. La vida en cada momento nos permite elegir la mejor.
¿Qué cree que hubiera pasado con una biografía así si Cortázar estuviera vivo? ¿La gente reprobaría a Cortázar?
-Es muy difícil recomponer una existencia ajena si el personaje sigue entre nosotros. Se necesita una cierta distancia. Si Cortázar hubiera estado vivo, yo no le habría pintado del mismo modo. No habría ahondado tanto en el lado oscuro. Pero a partir de mi texto “desmitificador”, nadie hubiera podido reprobar nada a Cortázar, ni debe hacerlo ahora. Era una persona sumamente honesta, con un alma grande, y dedicó su vida a enfrentarse a sus propios demonios sin olvidarse de los demás. Eso siempre es admirable.
¿Qué opina de algunas críticas que ha recibido el libro? (que se basa en especulaciones, que carece de documentación sólida…)
-Bueno, todas las críticas son válidas y deben agradecerse. Pero sólo la reconstrucción minuciosa que hago de la casa de la infancia de Cortázar debería bastar para callar algunas bocas. Ésa es la prueba de que las críticas son muy útiles porque te descubren las carencias de aquellos que entran en tu libro con un cuchillo entre los dientes. En el caso de mi biografía me sirvió para descubrir que la mayoría de críticos no son “cronopios” sino “famas”, es decir, enemigos de la imaginación y prisioneros de unos esquemas mentales muy rígidos... Todo lo que detestaba Cortázar.
Han pasado tres años desde su publicación, ¿qué le agregaría, qué le quitaría?
-Tendría que volver a leerlo. Me figuro que puliría alguna frase o algún pasaje. Pero nunca me replantearía el estilo del cuadro ni mi actitud iconoclasta de “cronopio”. Eso sería traicionar al propio Cortázar e ignorar lo mucho y bueno que dejó para nosotros.
Para ver la versión impresa haga clic en la siguiente imagen
Comentarios ()