Facetas


Kazuko sobrevivió a dos bombas atómicas

AFP

08 de agosto de 2010 12:01 AM

Tres días después de lanzada la primera bomba atómica estadounidense sobre Hiroshima, la pequeña Kazuko Uragashira, de 6 años, y sus padres huían a bordo de un tren el horno en el que se había convertido la ciudad devastada la mañana del 6 de agosto de 1945. Tras haber sobrevivido en forma milagrosa al infierno nuclear, la familia estaba impaciente por llegar a la casa de un tío que vivía en Nagasaki. Ignoraban entonces que los esperaba una nueva cita con el destino. Kazuko recuerda que estaba sentada en la banqueta de un vagón con sus piernas quemadas por la radiación cuando el tren se detuvo repentinamente en un túnel en la entrada de Nagasaki luego de un viaje de 300 km hacia el oeste. Eran poco más de las 11H00 de ese 9 de agosto. La segunda bomba atómica de la historia acababa de ser lanzada por el ejército estadounidense sobre Nagasaki. “Era nuevamente el infierno”, relata Ugarshira 65 años después. Mientras que el tren avanzaba con dificultad en esa carnicería, la niña descubrió a los sobrevivientes, con la piel en fusión que se desprendía por lonjas de los cuerpos mutilados. “Recuerdo aún el olor a carne carbonizada y los gritos de los moribundos reclamando beber... No lo olvidaré jamás”, dice. Uragashira, que actualmente reside en una isla frente a Nagasaki, forma parte de los raros “niju hibakusha” aún con vida, esas personas que vivieron el infierno de los dos bombardeos atómicos de la Segunda Guerra Mundial. “Tuve suerte, ya que muchos otros murieron en forma instantánea. Pero me gustaría entender porqué una cosa tan horrible me sucedió dos veces”, interroga. Unas 140.000 personas murieron por el bombardeo de Hiroshima, ya sea por la explosión o por los efectos de las quemaduras y la radiación, y más de 70.000 luego de la bomba que cayó en Nagasaki. Se estima que fueron unas 150 las personas que, como Uragashira, estuvieron expuestas a los dos estallidos. El director de cine Hidetaka Inazuka grabó los testimonios de estos “niju hibakusha”, cuyo promedio de edad es de 75 años, para conservar sus recuerdos. Cuando muchos estadounidenses continúan pensando que las bombas atómicas eran necesarias para acelerar el fin de la guerra, Inazuka, como numerosos japoneses, estima que esos ataques -o al menos el de Nagasaki- fueron injustificados ya que Japón estaba por capitular. “Hiroshima fue totalmente destruida, lo que debería haber sido suficiente”, subraya. “Debemos estudiar con cuidado las razones por las que fueron lanzadas en las dos ciudades”, añade. Muchos “hibakusha” -sobrevivientes de un ataque atómico- guardaron silencio durante muchos años por temor a ser ellos mismos o sus descendientes discriminados, pero comienzan hoy a contar sus dolorosos recuerdos. “Nunca había dicho que era una 'hibakusha' porque pensaba que nadie querría casarse conmigo”, dice Misako Katani de 80 años que también sobrevivió a los dos bombardeos. “Había cadáveres por todas partes en la ciudad”, cuenta sobre Hiroshima. “Algunos eran sólo esqueletos, otros estaban hinchados por la lluvia negra”, recuerda. También recuerda las cenizas de su hermana de 14 años, que conservaron la forma de su cuerpo en la casa familiar carbonizada en donde yacían igualmente los restos de su madre. El padre de Katani le había encargado a la joven transportar las cenizas a la tumba familiar en Nagasaki. El segundo estallido nuclear la dejó en coma por tres días y le hizo perder todos los cabellos. “Las bombas atómicas destruyeron mi vida”, confía. Estados Unidos jamás se disculpó con Japón por las víctimas de estos bombardeos.

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