Facetas


La angustia de una búsqueda sin fin

Esta mañana, Ruth preparó el desayuno y la costumbre le jugó una mala pasada.

-Lo llamé: ¡Heider, ven a comer!

Un leve silencio sepulcral se apoderó de toda la casa y ese silencio le recordó que su hijo ya no está. Se ha ido.

Mientras tanto, su esposo, Eduis, la escuchó desde la habitación. Se alistaba para el décimo día de búsqueda. Era decisivo. Hoy usarían una cámara subacuática.

Desde que Heider Díaz Sandón desapareció en el mar, frente a las costas de Crespo, su cadáver no ha salido a flote. Por eso, su padre creyó, y está convencido, que podría encontrarse atascado entre las rocas.

Esta décima mañana de búsqueda, Eduis se fue esperanzado en que la filmadora submarina podría servir en algo, ayudarlos en su angustia. Sin embargo, el mismo vasto océano le saldría al paso.

Antes, ya había recorrido cada día aquella playa, esperando respuestas a sus súplicas, o mejor dicho, a su único deseo.

“Me iba a las 4 de la madrugada a buscar en las playas, hasta la tarde. Le decía: ‘Dios mío, gracias por haberme regalado un hijo por 22 años, pero devuélvemelo para darle cristiana sepultura’. Ahí duraba hasta que llegaban los de Guardacostas”, se explica.

Él y todos siguen esperando.

***
El día que lo vieron por última vez, Heider acompañaba a la playa a unos amigos recién llegados de Venezuela.

Los extranjeros no se atrevieron a auxiliarlo porque no sabían nadar. Miraron sus brazos perderse en el agua mientras él pedía socorro. Nadaba en una zona peligrosa no apta para bañistas, cerca del Túnel de Crespo.

Desde ese 15 de enero, en la casa Díaz Sandón, habitan la incertidumbre y el dolor. Hay angustia por una búsqueda que tal vez, al final, no tendrá fin.

“Un amigo pescador que prestó el servicio conmigo me dijo: ‘Díaz Carta, si no ha salido, lo más posible es que el cuerpo esté atrapado entre en los espolones’. Los pescadores llegaron al tercer día, han tirado trasmallo de espolón en espolón y nada”, se lamenta Eduis.

A Ruth, por su parte, la presencia de su hijo todavía le hace eco por todos los rincones de la casa. Lo ve ayudándola en los quehaceres, arreglando celulares, en el computador. Lo ve bailando, diciendo alguno de sus tantos dichos.

En estos días, por su dolor, ella prefirió estar en casa, mientras su familia, pescadores y Guardacostas buscaban en el mar.

“Él tenía muchos amigos, por medio de eso del baile. Bailaba desde pequeño. Ha sido desastroso esto, la verdad me acuesto y no duermo pensado, creyendo que es una mentira”, me dice y su voz se entrecorta.

Heider danzó con el grupo Ekobios, ahora bailaba con Swing Latino y, en ocasiones, coordinaba prácticas coreográficas para las Escuelas Profesionales Salesianas, en cuyas aulas estudió bachillerato. Le apasionaba la tecnología. En su séptimo semestre de ingeniería de sistemas ya tenía planeado seguir estudiando una vez se graduara. “Decía que iba a ser profesor, que él iba era a mandar”, anota su padre.

En el cuarto día de búsqueda, ese mismo montón de amigos y varios de sus familiares, marcharon para pedir a las autoridades marítimas que buscaran al muchacho exhaustivamente. La caminata fue multitudinaria, tanto como la misa celebrada después en la playa, tras los nueve días de su desaparición.

“Estoy seguro que si hubiera sido el hijo de alguien de plata, ya lo hubieran encontrado el mismo día en que se perdió, pero como es el hijo de Eduis Díaz...”, se lamenta el papá del bailarín.

Mar furioso
Eduis Díaz se lanzó sobre los espolones en un instante en que el mar parecía quieto. Quizá, en un impulso desesperado, quiso maniobrar él mismo aquella cámara submarina con la que buscaban a su hijo. Pero, tan pronto saltó a las piedras, las mismas olas se tornaron violentas, lo zarandearon.

El océano lo golpeó tan duro que “casi hay otra tragedia”, me cuenta. Tan fuerte que dejó dolor en su cuerpo. El mar lo obligó a ponerse a salvo y a que abandonara la misión de rescate. Le duelen los brazos y le arden los raspones en el pie izquierdo. Son las heridas del último intento por hallar a Heider.

La búsqueda de esta mañana del décimo día, comenzó a eso de las 8, con la cámara acuática. “Ya esto es lo último, esa cámara la estábamos esperando, la prestó una empresa privada, con los operarios que la manejan, para ayudar. No creo que vayan más”, asegura Eduis.

¿Qué sucedió?
- Los muchachos no se atrevían a bajar en los espolones para maniobrar el tubo de la cámara en el lugar donde yo quería. Por eso, yo mismo me atreví a hacerlo. En un momento, el mar se aplacó y bajé en las piedras para meter la cámara por ahí.

¿Sirvió la cámara?
-No pudimos hacer nada en las piedras porque la verdad es que las olas no nos dejaron. Vino la ola y me alzó como si fuera un volcán. Esa ola me reventó, me dijeron que soltara la cámara y salí.

Eduis regresó a casa a descansar un poco y a curarse las heridas de su pie. Dice que lo que queda es tratar de superar el dolor de las otras heridas, las del alma. Esas sanan lento y dejan cicatrices que duran para toda la vida.

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