Facetas


La comunión de la melodía

CAROLINA COVELLI

15 de enero de 2017 08:11 AM

Luces en el escenario, todo listo para la función, quienes ingresan murmuran en voz baja con emoción “sé ve bien”, “está bonito”. ¡Bienvenidos sean todos! Saludos y agradecimientos. Silencio, los músicos están listos, todo comienza con el tenue sonido del oboe marcando la pauta de afinación. Nueve piezas, “La Lontananza”, de Domenico Modugno; “L’accordeoniste”, de Michel Emer; “Milord”, de George Moustaki y un popurrí del maestro Lucho Bermúdez, entre otras, se suceden en la sacristía.

Aplausos, los músicos se ponen de pie, los asistentes sonríen y comienzan a salir.

¿Te gustó el concierto?

-“Estuvo increíble, nunca imaginé ver algo como esto en mi pueblo”, responde Joel Díaz, de 19 años.

¿Sentiste algo al ver tocando al maestro que te dio clase esta mañana?

-“Quedé sorprendido al escucharlo, sabía que era bueno pero no es lo mismo verlo en la clase que aquí, haciendo lo que sabe. Sentí mucho orgullo de haber sido su estudiante”, dice Leider Castro, de 17.

Esa escena de la iglesia de Santa Catalina parece repetirse en cada pueblo a donde llega la magia de la música clásica: El Carmen de Bolívar, Mompox y Magangué…la música viaja. La magia viaja.

Para el Cartagena Festival Internacional de música, esta gira por cuatro municipios tuvo un significado especial. En otras ocasiones habían dispuesto escenarios fuera de las murallas cartageneras, pero nunca de manera sistemática, estructurada, y con un enfoque pedagógico que acogió a jóvenes talentos en clases magistrales para impulsar su formación profesional.

Cada mañana, durante cinco días, el Quinteto de maderas del conservatorio Adolfo Mejía, compuesto por Jessica Arenas (Oboe), Guillermo Yalanda (Fagot), José Luís Montes (Corno Francés), Jesús Castro  (Flautista) e Iván Mancera (Clarinete), en compañía de dos artistas italianos, Massimo Morganti (Trombón) y Achille Succi (Saxofón), se dispusieron a compartir consejos, responder dudas y animar a sus aprendices para no rendirse en el arduo camino de la música.

Con expectantes miradas ávidas de conocimiento comenzaban las clases, mientras fragmentos de porro, bullerengue y vallenato inundaban el ambiente. “Una vez más, pero ahora controlen el volumen”, “eso es, no descuides la postura de tus manos”.

La música no conoce de idiomas ni fronteras, por eso el que los maestros italianos no dominaran por completo el español, no inquietó a sus estudiantes, quienes se esforzaban por entender las palabras y ejecutar los ejercicios propuestos.

-¿Quiénes de ustedes saben leer partituras?

Esta pregunta del maestro Morganti encontró una inesperada respuesta, unas cuantas manos se levantaron con orgullo mientras la mayoría permanecían estáticas.

-“¿Practican a oído entonces?, es increíble”, comentó sorprendido, “a su edad no hubiese sido capaz de llegar tan lejos de esta manera. En verdad tienen talento”

Carcajadas, algunos chistes y la férrea convicción de tomar en manos sus instrumentos

-“Casi todos nos sabemos el himno de Carmen de Bolívar, podemos tocarlo para usted”

Las graves notas de los trombones emergen con fuerza, acompañadas del agudo sonido de las trompetas. El maestro sonríe y a medida que asimila la música decide unirse a los chicos, quienes a pesar de su corta experiencia y las limitaciones en su proceso de aprendizaje lograron sorprendernos a todos. Nunca había escuchado nada tan hermoso como esa pieza interpretada en una pequeña escuela del municipio de Mompox, por seis jóvenes aprendices y un maestro italiano que se compenetraron al unísono.

Llegó la hora del concierto final, veo rostros conocidos en las bancas, los estudiantes que poco antes se encontraban riendo, practicando y aprendiendo de quienes ahora brillan en el escenario. Aplausos, fotografías, todos quieren llevarse un recuerdo de lo que sucedió esa noche.

Desde el segundo piso de la sacristía  me pregunto si alguien se imagina lo que hizo falta para estar aquí, las horas de viaje en carretera, el sudor de quienes corriendo contra el tiempo hicieron posible que por un momento, las iglesias se convirtieran en grandes escenarios. 

Me acerco al productor  y pregunto:

-¿Vale la pena? Cuando las personas hablen de este evento nadie sabrá que fueron ustedes.

Sonríe, va a responder, pero en ese momento se acerca un hombre mayor. “Muchas gracias, ustedes son los artistas detrás del telón” dice antes de salir tomado de la mano de un niño.

Al mirar al equipo de producción, en su semblante cansado pero tranquilo comprendo que esa es la razón. Aun cuando el público no es consciente, con su aplauso ovaciona no solamente a quienes están en el escenario, sino a los artistas que en la sombra, donde no pueden ser vistos, crean parte de la magia.

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