Facetas


La esperanza viaja en barco

“Pregunta alguna nacionalidad, seguramente hay alguien de ese país aquí”, me dicen en el gran barco. Un alemán comanda una tripulación de culturas tan diversas como el mismo globo terráqueo: 400 personas. Puedes encontrarte fácilmente en la cubierta o en los corredores con algún coreano, un portugués, un mexicano, un tailandés, una srilanquésa, una italiana. Es un pequeño mundo que navega por todo el mundo, una babel flotante, es la librería más grande que surca los mares del planeta. Es el Logos Hope, construido en 1973, en Rendsburgo, Alemania.

“No es solo un barco, no es solo una librería, es nuestro hogar y hoy los recibimos en nuestro hogar”, expresa el timonel de esta aventura, el capitán Samuel Hills, un tipo alto de ojos claros. Todos aquí, en el barco, incluyendo al mismo capitán y su esposa, son voluntarios. Ninguno recibe salario, más que el de servir, educar, llevar conocimiento, ayuda y esperanza a donde quiera que vayan.

Pero cómo y por qué se embarca uno en una aventura como esta. Por ejemplo, Ruth Campo lo hizo para aprender sobre cómo ayudar más. Ella es del sur de Guatemala, Escuintral se llama su ciudad. Al terminar su licenciatura en trabajo social, en la capital, Ciudad de Guatemala, empezó a recorrer las ‘zonas rojas’ de su país. Y un día cualquiera encontró el amor. Él, Nathan Schmutz, había llegado de Suiza, venía de estudiar matemáticas y física, pero le hablaron sobre Guatemala y atravesó el océano Atlántico para hacer un voluntariado. Era un viaje temporal, en principio duraría seis meses, un poco más tal vez.

“Fui a Guatemala para apoyar la obra social que tiene la misma organización, Operación Movilización. Conocí a una persona del ministerio en Suiza, quería hacer algo bueno, tuve tiempo entre estudios y viajé. No conocía Guatemala, no sabía exactamente dónde quedaba, ni hablaba español en ese tiempo, pero me llamaron mucho la atención los proyectos para ayudar a los niños, a las madres solteras”, narra.

Experimentó que “las personas en Latinoamérica tienen un corazón muy grande”. “Recuerdo que perdí la maleta en el vuelo, entonces llegué con casi nada, pero no me faltaba nada, aunque no tenía mi maleta, la gente me ayudaba. Dan de lo que tienen para ayudar al que tiene menos. Esa fue mi primera experiencia realmente”, dice. Estuvo en un pueblito en la zona fronteriza con México, ayudando en una iglesia, luego un mes en un orfanato, pero la mayoría del tiempo se quedó en la capital, de voluntario.

Fue ayudando a niños de Guatemala que un día las miradas de Ruth y Nathan se cruzaron y floreció el amor que hoy los une. “Estuve a cargo de coordinar la ayuda social para estas familias de escasos recursos, entonces ahí nos conocimos”, cuenta Ruth, que ahora lleva el apellido Schmutz. Se casaron hace cuatro años.

Hace un año, esa sensibilidad y vocación por servir los llevaron a buscar opciones para trabajar con las comunidades “de una forma diferente”. “Queríamos capacitarnos más para avanzar mejor sobre cómo apoyar. Aquí, a bordo, hay un programa de entrenamientos, aplicamos y nos aceptaron. Por eso estuvimos aquí en el barco un año, recibiendo un entrenamiento sobre cómo apoyar y estamos planificando aplicarlo para el futuro”, comenta Nathan.

Y su esposa lo complementa: “Es una experiencia muy hermosa, visitar más de 14 islas en el Caribe. Pensamos que vamos a brindar ayuda o esperanza a las personas, pero ya, cuando estamos en esos lugares, son ellos quienes nos motivan a nosotros, quienes nos dan esperanza, son muchos recuerdos. En mi corazón está Curazao, trabajamos con 25 hombres con problemas de drogas y alcohol. El último día, cuando nos despedimos, todos estábamos llorando”.

“Algo que realmente tocó mi corazón fue la visita que hicimos a Haití, en agosto. Yo había visto pobreza en Guatemala, pero Haití realmente quebró mi corazón, pero ellos siguen adelante, luchando día a día, con la esperanza de que viene un día mejor”, recuerda Nathan.

En el barco, Ruth y Nathan hacen parte del ‘desfile de las naciones’, una muestra preparada para que los visitantes conozcan qué tan diversa es la tripulación. Ella se inició en el departamento de limpieza y ahora ayuda a organizar los libros. Él está al tanto de aspectos técnicos del barco.

“La vida en el barco es hermosa, poder conocer 388 culturas diferentes, aptitudes diferentes,  relacionarnos y tener esa amistad duradera, es lindo”, me dice la guatemalteca. El próximo puerto de la pareja será es Guatemala, donde bajarán del barco y regresarán a la vida citadina.

***
El Logos Hope atracó en Cartagena, en una misión que, por segunda vez en la historia (la primera fue en 1992), llega a La Heroica, siendo el barco-librería más grande del mundo, con más de 5 mil títulos exhibidos de temas diversos y de bajos precios, además del millón de libros que guardan en sus bodegas. Sus voluntarios están dispuestos y sus puertas están abiertas para que los cartageneros conozcan el mensaje de esperanza que llevan por el mundo.

Más sobre el Logos Hope
Según reseña la organización, los tripulantes de 60 nacionalidades tienen diversas profesiones y edades. Algunos viajan con sus propias familias y niños, que tienen colegio a bordo. A donde van no solo llevan el conocimiento de los libros, también brigadas médicas, medicamentos y lentes a comunidades necesitadas. El barco es operado por GBA Ships, organización alemana sin ánimo de lucro, que continúa el trabajo de los barcos hermanos: Logos, Doulos y Logos II. Entre todos han visitado más de 160 países, desde 1970. La palabra griega Logos es traducida como pensamiento, principio o discurso. En la Biblia es utilizada para referirse a Jesucristo.

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