Facetas


La intolerancia y el alcohol siguen cobrando víctimas

ANDRÉS PINZÓN SINUCO

12 de julio de 2015 12:00 AM

Veintiséis homicidios en junio y veintisiete en mayo, arrojan un panorama sangriento y desolador.

El contador de víctimas mortales parece haberse disparado nuevamente en la ciudad.

Prestamistas, soldadores, lancheros, estudiantes, pensionados, comerciantes e indigentes, encontraron la fatídica hora en el pasado mes, por hablar solo de junio. De esas 26 personas, 18 fueron crímenes perpetrados con arma de fuego, 7 con arma blanca, y uno más con objeto contundente: una piedra. A este último, Jorge Luis Villa Castro, 32 años, lo encontraron muerto, el 15 de junio, en la parte trasera de la Villa Olímpica, en el barrio Olaya Herrera. Tenía una herida en la frente. Miembros del CTI de la Fiscalía, hallaron cerca de su cuerpo un brillo labial, un preservativo, y una lata de cerveza. El culpable, o los culpables del hecho, siguen libres. No hay capturas.

En junio también se cometieron dos crímenes dobles, entre el 21 y el 22, en El Reposo y Olaya Herrera.

Y la situación se torna mucho más preocupante si se tiene en cuenta que solamente entre la tarde del domingo 5 de julio y la mañana del lunes 6, cinco personas más perdieron su vida brutalmente. ¿Qué está pasando? Lo de siempre: intolerancia y alcohol, una mezcla desafortunada.

 

***

El mismo lunes 15 de junio, pero a las 5:30 de la tarde, Carmelo Pitalúa Carrillo llegó en moto a la calle El Diamante, en el barrio Mirador de la Bahía, como casi siempre. Llegó acompañado por un muchacho desconocido, moreno y alto.

Se estacionaron frente a una casa. Carmelo sacó sus llaves, abrió y ambos entraron. Primero organizaron el lugar, luego barrieron y al terminar cerraron las puertas.

De pronto, comenzó a escucharse una discusión fuerte. Los vecinos escucharon el estruendo de vidrios cayendo al suelo. Había golpes y gritos. Carmelo pidió auxilio y de repente regresó el silencio.

El amigo de Carmelo se asomó a la terraza. Entró y salió. A las 6:30 de la noche se asomó nuevamente. Esta vez, llaves en mano, cerró la puerta y caminó calle abajo. Llevaba una bolsa en las manos. Los vecinos presumen que iba mojado al tratar de limpiarse con agua.

“Al verlo salir y ver que no se escuchaba ruido en la casa, los vecinos comenzaron a llamar a Carmelo. Como él no respondía, decidieron abrir la puerta a la fuerza y entraron”, relata Rolando Salgado, viejo amigo de Carmelo.

Atravesaron la sala. La regadera del baño estaba abierta. Y ahí estaba Carmelo. El hallazgo de su cuerpo no pudo ser más impactante.

Las paredes eran color crema. Eran. Había huellas de manos dibujadas con sangre. En el suelo, Carmelo yacía desnudo y con una herida en el cuello. Había más sangre. Sábanas y dos almohadas en el suelo, restos de vidrio por todos lados e, incluso, sobre el cadáver. El televisor sobre una pequeña mesa plástica verde. Estaba encendido.

Al lado de la cama, una silla plástica vieja y blanca.

“Carmelo era un líder político en Blas de Lezo. Allá vivió siempre y fue miembro de la

Junta Administradora Local. Acá —en Mirador de la Bahía— no vivía. Esta casa la arrendó hace un año junto a un amigo para parrandas y para venir cada vez que quisiera”,  asegura Rolando, el primer amigo de Carmelo que llegó al sitio del crimen.

¿Acaso la muerte de Carmelo es resultado de un atraco? “No. Eso no es un atraco. El asesino salió con las llaves de la casa y de la moto de Carmelo. Sabía que la moto estaba afuera y no se la llevó, así que no era para robar. Lo mató aprovechándose de su confianza”, finaliza Rolando.

¿Y quién es el misterioso amigo de Carmelo que terminó asesinándolo? Nadie dice reconocerlo. Muchos lo vieron salir, pero nadie dice su nombre o si ya había estado en la calle El Diamante. Los amigos de Carmelo esperan que las dos cámaras de seguridad de la calle y dos más de una tienda cercana arrojen la pista reina del crimen. Mientras tanto, se encargan de limpiar la sangre de la habitación y de recoger los vidrios rotos. ¿Y quién recoge el dolor?

 

El círculo se repite

De momento, la cosa no parece que vaya a cambiar. En julio, este mes que apenas lleva 12 días, ya ha habido 5 tragedias en un solo día: la madrugada del lunes 6.

Los barrios La Esperanza, La Quinta, La María, Canapote y Los Ángeles fueron testigos de estos atroces sucesos. Tres muertos a bala, dos a cuchillo y una mujer, entre las víctimas.

Wallys Rojas y Dairo Heredia no se conocían, pero tuvieron el mismo final. Los mataron en las afueras de discotecas en Canapote y Los Ángeles. Ambos tenían una cuenta pendiente con la justicia.

Y el círculo vicioso se repite. La gente sigue muriendo sobre todo de domingo para lunes.

El contador de muertes que se había detenido en febrero en apenas 13 víctimas, es hoy apenas una nostalgia. En aquel momento celebramos que había sido uno de los meses con menos casos en los últimos cinco años.

Epílogo

La mayoría de los crímenes siguen siendo producto del consumo en exceso de licor. Los fines de semana en Cartagena son los más peligrosos. La mayoría de los homicidios se producen entre las 10 de la noche del domingo y las 2 de la madrugada del lunes.

Se necesitan más controles de seguridad, más requisas, pero, sobre todo, más consciencia ciudadana.

La policía hace lo suyo. Este año, 355 delincuentes han sido capturados por hurto, 227 más han sido judicializados por porte ilegal de armas de fuego. La autoridad patrulla, registra y controla en establecimientos y puestos de control móviles, en diversos puntos de Cartagena, corregimientos y municipios cercanos. Pero sigue corriendo la sangre. 

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