Facetas


La mágica historia detrás de Mandrake

LAURA ANAYA GARRIDO

04 de febrero de 2018 12:30 AM

Quien nunca haya escuchado aquello de “sabrá Mandrake” o “eso no lo hace ni Mandrake” como única respuesta a una pregunta difícil, simplemente no es terrícola. ¿Nunca te has preguntado quién es ese señor? ¿Por qué es tan famoso y tan poderoso? ¿De cuándo a acá la gente cree que tiene la respuesta correcta para cualquier pregunta? ¿Será que Mandrake es de la misma estirpe de Dios… o del Diablo?

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“‘Mandrake’ es una palabra que está en la boca hasta de los presidentes de las repúblicas. Mujica, ayer -el jueves de la semana pasada- precisamente decía: ‘No es Mandrake’, refiriéndose a un político uruguayo y queriendo decir que Mandrake todo lo puede, mientras que el resto de los mortales solo hacen magia de teatro o magia de brujería”, me dice Guillermo, ‘el Mago Dávila’, que tiene ochenta y pico de años y es el único mortal que conozco que estuvo dispuesto a hablarme del ‘sabelotodo’.

Hurgando por ahí encontré que Mandrake es un vocablo inglés y que su significado en español es mandrágora. Y esa palabra -que me suena como a víbora- es el nombre de una planta que fue muy utilizada en Europa medicinalmente. Sus raíces han sido usadas, además, durante la historia en rituales satánicos, ya que sus bifurcaciones tienen cierto parecido a una figura humana; incluso hoy se usa en rituales de religiones neopaganas.

También vi que han bautizado Mandrake a grupos de rock, álbumes musicales, series de televisión y hasta una distribución de Linux, pero el señor Dávila asegura que el Mandrake que nos compete no es un dios, ni una planta diabólica, es un colega suyo: un mago.

El mago
El ‘sabelotodo’ nació el 11 de junio 1934 en Nueva York y es el protagonista de una serie de cómic que se llamaba ‘Mandrake, the magician’ (‘Mandrake, el mago’), creada por Lee Falk y Phil Davis para la editorial King Features Syndicate. Se publicaba en los principales periódicos del mundo y, según El País de España, en 1990 las historietas de Lee Falk eran tan exitosas que llegaron a imprimirse en diarios de 45 países y las leían unas 100 millones de personas por día. Y eso que en 1934 Falk pensaba que sus historietas durarían como máximo unas semanas.

El mismo Lee Falk contó alguna vez que para ponerle nombre al personaje se inspiró en un poema de John Donne que se llama ‘Song’ y comienza así: “Ve y coge al vuelo una estrella fugaz, fecunda la raíz de la mandrágora, cuéntame dónde están los años idos, o quién hendió la pezuña del diablo; enséñame a escuchar canciones de sirenas, a evitar la punzada de la envidia, y a descubrir cuál es el viento que ayuda a mejorar a un alma buena”.

Falk estuvo fascinado por los magos desde que era niño. Confesó que en las primeras tiras de Mandrake basó el físico del personaje en el suyo. Cuando le preguntaron si su aspecto similar era una coincidencia, Falk respondió: “Por supuesto que no. Cuando lo creé, estaba solo en una habitación con un espejo, por lo que lo dibujé igual a lo que veía”.

El Mandrake de Lee Falk era un tipo flaco que siempre andaba elegante: frac púrpura, un sombrero negro brillante, capa roja y zapatos impecables. Tenía unos bigotes finos y fumaba regularmente. Todo un dandi. Era un ilusionista consumado del mundo del espectáculo, pero también un mago berraco, con el poder de hipnotizar a cualquier villano que se le atravesara: gánsteres, científicos locos, extraterrestres y personajes de otras dimensiones. Era capaz de transformar las más potentes armas de los malos en serpientes o barras ardientes, solo con un gesto.

“La historia de Mandrake se remonta al Tibet, más exactamente a la Meseta del Tibet”, explica ‘el Mago Dávila’, y sigue: “allá llegó muy joven para prepararse en los ritos y conocimientos de las artes que heredaron los monjes de los antepasados, empezando por Thoth, dios egipcio de la escritura, la sabiduría y la magia”.

El señor del frac no era un discípulo cualquiera, me cuenta ‘el Mago Dávila’. “En poco tiempo, cumpliendo todos los requerimentos, aprendió y desarrolló unos poderes sobrenaturales que le permitían hacer aparecer y desaparecer grandes volúmenes de masa, tal como un elefante; elevar personas, desarmarlas con el solo mirarlas y, en fin, no había secreto que tuviera la naturaleza de los dioses que no conociera Mandrake. Podía volverse invisible, a veces se ayudaba con su varita mágica, que fue magnetizada con los poderes de Marte… Se sentía poseedor de esa fuerza muy grande y consideró que debía ponerla al servicio de la sociedad, y luchar contra quienes atentaron contra el régimen de la familia de Narda (una princesa de una nación ficticia europea llamada Cockaigne) y de su esclavo Lotario, también príncipe de su raza. Los asesinos eran dirigidos por Cobra, el ser que representaba el origen del mal y que también tenía poderes adquiridos en un convento del Monte de Tanggula. Cobra no pudo vencer con ellos a Mandrake y poco a poco desapareció. Mandrake se dedicaba a luchar contra el crimen internacional”. 

Para 1940, las aventuras de Mandrake ya eran tan famosas entre grandes y chicos, que “se copiaban de su pinta de bigote estilizado, pelo engominado y sombrero de copa”. Y probablemente desde entonces comenzaron a surgir los dos adagios populares que tanto pronunciamos en la Costa Caribe, “sabrá Mandrake” y “eso no lo hace ni Mandrake”.

‘El Mago Dávila’ me dice que Mandrake es el primer superhéroe de los cómics, pero que para los magos, o prestidigitadores, es mucho más que una historieta. “Para nosotros se convierte en un símbolo por la multifacética capacidad de hacer desaparecer o aparecer personas, telequinesis y levitación”.

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Lee Falk murió en 1999 en Nueva York. La tira de domingo de Mandrake terminó en diciembre de 2002, la historieta que se publicaba todos los días se acabó el 6 de julio de 2013, pero parece que seguiremos hablando del gran mago por los siglos de los siglos. Mandrake no es un dios, pero parece que sí es inmortal.

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