Facetas


La nieve cae sobre el tiempo

La nieve cae sobre Madrid y sobre los poemas, las pinturas y las novelas. Sigue cayendo más allá del tiempo de los hombres y de su historia, en Occidente y en Oriente.

GUSTAVO TATIS GUERRA

17 de enero de 2021 12:00 AM

La nieve cae ahora sobre un poema chino del siglo XIV, en la dinastía Yuan, de entre 1280 y 1368. Ese poema describe la nieve que se ha amontonado en una cocina china y todo el hogar se ha enfriado. “La caña de bambú se ha tornado carbón. Pero, al alba, el carbón se habrá quemado”. El poema, convertido en canción de la época, está en los labios de todos, pero nadie recuerda quién lo escribió.

Por ese mismo tiempo vive el poeta Kao Kin, quien describe el amanecer de un nuevo año y retrata en su poema a sus vecinos que se despiertan temprano “a dar de comer a los gusanos de seda, muy voraces. Las moreras exhiben, en las lomas, sus peladas ramas. La esposa joven guarda los gusanos, la doncella sostiene los cestos. Después de las ofrendas a los antepasados, el año se presenta bueno. Innumerables gusanos en las cestas. Pronto se forman los capullos. Bajo los cabrios del tejado se apresuran a devanar los capullos y a tejer la seda. En esta época apremian los atributos”.

Un contraste y una paradoja en la mirada del poeta Tai Chu-Luen, quien cuenta en uno de sus poemas que el año anterior fue nefasto porque hubo una peste. La tierra se quedó sin bueyes y las muchachas dejaron el telar, se compraron un cuchillo en el mercado y empezaron a hacer con sus cuchillos el trabajo de un buey. Las muchachas se tapan la cara con un pañuelo porque no quieren que las vea la gente, su vista está concentrada en la tierra, “con valentía, pero con tristeza”, labran la tierra para librarse de un año de hambre, abriendo surcos para que, en la primavera con el agua, “los faisanes asustados levanten el vuelo”, pero ahora las muchachas se les mojan los vestidos de lágrimas. “Lloran la floración perdida”.

La vida no fue fácil en ningún tiempo, mientras caía la nieve o se encendían los cielos bajo la espada de los guerreros. Más allá de la vida contemplativa en Oriente, los poetas sobreabundan en las descripciones de la existencia bajo los álamos y la sombra de los árboles. Siempre hay melocotones en flor en estos poemas.

Hay poetas que peregrinaron buscando sosiego a su alma, como Tai Fu Ku (fines del siglo XII), quien vivió en 1127. Jamás se precisó la fecha de su nacimiento ni de su muerte, se refugió en un lugar llamado Los biombos rocosos y su libro de poemas lleva el nombre de ese lugar: Che-ping-tsi. Se pasó sus últimos veinte años recorriendo distintas provincias hasta encontrar ese refugio. Y dejarnos unos poemas que son como un murmullo a flor de agua.

El más conocido entre nosotros de los poetas chinos de la dinastía T´ang (701-762) es el poeta Li Po, el más famoso de los poetas chinos, que murió en 762 borracho, intentando alcanzar la sombra de la luna en el río Yang Tse, cerca de Nankín. Sus poemas son una alabanza del vino, la mujer, la amistad, el amor y la naturaleza. Se acostumbraba en aquellos tiempos, según la tradición china, guardar la madera del melocotonero como amuleto “que preservaba contra los maleficios de los demonios”. Y se quemaban lingotes de papel de oro y plata sobre las tumbas en ofrenda a los muertos. Estos poemas los he vuelto a leer gracias a que, en septiembre 1 de 2005, el escritor Alberto Sierra Velásquez me regaló la Segunda Antología de la Poesía China, de Marcela de Juan, publicada en 1962 en Madrid por la Revista de Occidente. Una joya que he conservado. La primera antología es de 1948.

La nieve en dos tiempos

La nieve cae ahora sobre los últimos poemas del poeta norteamericano Walt Whitman y su inmortal y monumental Hojas de hierba, que abarca cerca de setecientas páginas en su edición definitiva de 1892. En Flores invisibles, uno de sus últimos poemas, alude a la nieve. El poeta descubre “flores invisibles, infinitas, recónditas bajo la nieve y el hielo, bajo las tinieblas, en cada pulgada cúbica o cuadrada, germinales, exquisitas, en delicados encajes, microscópicas, no nacidas aún”. Y ya presintiendo su muerte, escribe varios poemas de despedida como Sonidos del invierno, se mira al espejo para decirnos: “Con estos cabellos de nieve, seguimos cantando alegremente”.

La nieve aparece siempre en toda la literatura del mundo en todos los tiempos como imagen de un espejo quebradizo, como paisaje de invierno, como rocío congelado, como reflejo de nuestra existencia frágil, como vejez, memoria guardada y sumergida y como tiempo detenido.

La reciente nevada del 9 de enero de 2021 en España despertó múltiples imágenes en la mirada de sus ciudadanos y creadores. Solo los niños son felices sintiendo que la nieve es un invento de un dios juguetón, pero ninguno piensa que la nieve puede llevarnos a la muerte, como ocurrió con algunos viajeros que no encontraron el camino de regreso en medio del vértigo de nieve que cubrió a toda la ciudad.

El poeta español Antonio Gamoneda, Premio Cervantes de Literatura, en su poemario El vigilante de la nieve, nos conmueve cuando habla del “vértigo en la pureza” y nos entrega imágenes de “sombras en la nieve” y como hierve “la niebla en la ciudad profunda”. La poesía es siempre anticipación de los desastres y las maravillas del mundo en que vivimos.

“Aquí, en los patios eclesiásticos, he mirado el fluir de los pájaros, y ahora es sábado en la nieve... En la blancura avanza el animal perfecto, ávido en la quietud, con su brasa amarilla”, sentencia el poeta Gamoneda.

“La nieve cruje como pan caliente y la luz es limpia como la mirada de algunos seres humanos” (Invierno), “Abre tus ojos para que yo vea las cebadas blancas: tu cabeza en las manos del vigilante de la nieve”, “Mirad mis ojos en el instante de la nieve”, “Dame la mano para entrar en la nieve” (Libro del frío), para citar algunos versos que nombran la nieve con desencantada plegaria del ser humano y sus limitaciones, y como metáfora de un mundo a punto de quebrarse, desaparecer o sumergirse.

Los niños juegan en la nieve

La nieve despierta una memoria ancestral y unas imágenes de una belleza pavorosa en los lentes de muchos amigos de Madrid, testigos de la nevada de este enero de 2021. Algunas imágenes logran transmitirnos la sensación perturbadora de una ciudad sepultada en la nieve, pero siempre hay alguien que encuentra belleza en lo que para otros es sencillamente el pánico de vivir un tiempo singularmente trágico en lo ambiental, social y político.

Recorrer ahora esas imágenes de la Gran Vía, que en 2019 descubrimos a pie, en un lento recorrido de exploración, y descubrir hoy que la nieve ha borrado límites, ha invadido con su gigantesco blancor de rocío congelado las calles, los andenes, los vehículos, los árboles, la enorme entrada de Casa de América, los monumentos, el horizonte.

Sobre el silencio vertiginoso de la nieve se han erigido esculturas efímeras de enamorados danzando en el vacío, esculturas de pingüinos, estatuas de pájaros que derriba el viento. Sobre ese mismo silencio, unas manos mágicas forjaron un conejo de nieve y le pusieron en la boca una zanahoria, atrayendo al conejo real y hambriento que le arrancó suavemente la zanahoria, como si estuviera a punto de sugerir un beso. La imagen pude verla gracias al grupo virtual Madrid, Territorio Literario, a principios de 2020 fui invitado a participar gracias a la inmensa generosidad de amigos españoles, un honor que me depara sorpresas al compartir a cualquier hora del día y la madrugada mensajes llenos de belleza y sugerencia creadora, fotografías artísticas, poemas e imágenes de Madrid en la mirada de sus narradores, poetas y pintores.

Pero no son solo los niños los que juegan y saltan sobre la nieve. También los seres sensibles, imaginativos, como los artistas o los poetas.

“Cuando los niños hacen un muñeco en la nieve/ ellos no saben que juegan a Dios/ autorizados por Dios”, sentencia el poeta Gastón Baquero (Cuando los niños hacen un muñeco en la nieve, en su poemario Memorial de un testigo, 1966). Gastón nació en Cuba, pero se fue a España en 1959. Y murió en Madrid en 1997. La nieve nombrada por este poeta es metáfora que sugiere la muerte, como lo anuncia su poema Preludio de una máscara, que se inicia con este verso: “El rocío decora los restos de un naufragio” y en los versos finales proclama: “No importa que la muerte sea una nieve eterna”.

La nieve en otros autores es la cúspide de una hazaña, la historia de un cazador de animales salvajes, un cazador de elefantes o leopardos, como lo fue Ernest Hemingway y su libro Las nieves del Kilimanjaro.

La nieve es el punto de llegada y la proeza del cazador. Pero en otros, la nieve es también una referencia más que paisajística, cultural y simbólica como es el caso del japonés y Premio Nobel Yasunari Kawabata en su novela País de nieve. Como la nieve es tal vez la confluencia del azar, el absurdo, entre el amor y la muerte, en el cuento El rastro de tu sangre en la nieve, de García Márquez. O la nieve la otra metáfora de la conquista de América, de los delirios de conquistar territorios y de descubrir horizontes inexplorados en el Nuevo Mundo, como en la novela Las nieves del almirante, de Álvaro Mutis.

Epílogo

En el relato Los muertos, de James Joyce, uno de los quince cuentos del libro Dublineses, hay una escena final magistral en la que el protagonista llega al cementerio bajo una nevada en Irlanda:

“Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía, así, en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre todos los muertos”.

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