Facetas


La sed de Tierrabomba

ANDRÉS PINZÓN SINUCO

02 de noviembre de 2014 12:02 AM

Quien vive de ilusiones muere de desengaño. La lección parece que la han aprendido los más de nueve mil habitantes de la Isla de Tierrabomba. Una muestra de dignidad: su reticencia y abstención a participar en las elecciones legislativas de los pasados comicios.
Los nativos dicen que se han desencantado de los políticos. Los acusan de abandono estatal y tal pensamiento compartido se vuelve visible en la frustración de tener que comprar diariamente los galones de agua que necesitan y las pimpinas de gas para calentar sus alimentos. “Durante muchos años nos han engañado. Se han muerto nuestros antepasados y nunca nos han ayudado”, dice Matilde Marriaga, una abuela entrañable que reclinada en una silla roja de plástico observa el horizonte. Ha vivido los últimos veintinueve años comprobando que en la isla solo cambian dos aspectos: la erosión de la tierra que a base de golpes de mar se va reduciendo y la proliferación de niños.
Quince minutos en lancha separan a Tierra Bomba de los edificios de El Laguito,  Castillogrande y Bocagrande. La comunidad de esta porción de tierra (19,84 kilómetros cuadrados) rodeada por el mar Caribe la conforman cuatro localidades: Punta Arena, Bocachica, Caño de Loro, y el pueblo Tierrabomba. Van y vienen en viajes que cuestan 4 mil pesos por persona. Contrario a lo que se pensaría, el problema más acuciante no es la falta de un acueducto, sino el desgaste de la superficie de tierra firme que ya se ha llevado dos calles del pueblo y un poste de luz en los últimos cinco años.

El espolón prometido
El pueblo de Tierrabomba es un lugar al que nunca traerían -ni tampoco vendría por interés propio- al príncipe Carlos de Inglaterra. De entrada, el heredero al trono del Reino Unido tendría que mojarse los pies en el pequeño desembarcadero que se constituye en la entrada directa a esta población. Este punto de tránsito de embarcaciones tiene a cada uno de sus costados una muralla improvisada con piedras, palos, basura y ramas todavía con hojas vivas que los tierrabomberos han acumulado para proteger sus viviendas del embate marino.
- Yo no duermo de la angustia cuando el mar de leva está golpeando en las noches -dice Orlando Felix Otero, jadeando, mientras señala la represa de contingencia que él mismo ayudó a construir-. Estamos esperando todavía los espolones. A mediados de octubre debieron haber comenzando los trabajos. Todavía es la hora que no han llegado por aquí.
Hace referencia al proyecto de construcción de un espolón en forma de ‘L’ y la instalación de una estructura en geotubos que adjudicó, en agosto, la Alcaldía de Cartagena a la firma DSMC SRL y que involucra una inversión de 1 mil 301 millones 612 mil 523 pesos.

Cotidianidad anhelante
Mientras tres niños de 10 y 11 años juegan en calzoncillos sobre una lancha desvaída del desembarcadero, las motos se consolidan como el único medio de transporte terrestre entre los estrechos caminos que comunican a las cuatro localidades de la isla. El agua se compra por galones a 600 pesos y generalmente una familia consume entre 7 y 8 galones diarios. En el pueblo de Tierrabomba hay tres cisternas comunitarias, pero también habitan quienes no tienen dinero para quedarse con un poco del líquido. Otros, en cambio, la piden por encargo y les llega el galón hasta su puerta por 500 pesos de más, pues alguien debe cargar el recipiente.
Cuando llueve no todo es una fiesta. Cada familia aprovecha para llenar sus tanques esperando al mismo tiempo que no se desbarranque más la tierra de la orilla.
- Dizque están en planes de un acueducto- dice Orlando Otero, padre de ocho hijos, y abuelo de diez nietos, en tanto que se pone una camiseta amarilla-. Pero de momento nada. La seriedad la estamos esperando. Muchas promesas y nada de cumplimiento.
- Si no nos ayudan- dice por su parte, con inusitado convencimiento, Matilde Mariaga- nosotros no vamos a votar, ¿De qué nos sirve?
El año pasado, el 27 de octubre, los tierrabomberos recibieron la visita de las Reinas del Concurso Nacional de Belleza. Las esperaban varios niños con sus padres en el kiosko de la Fundación Dones de Misericordia. Compartieron una hora y media con los menores que las recibieron entre pancartas, canciones y abrazos.
“A nosotros nos da pena que ellas no encuentren el pueblo con una buena presentación”, sostiene Otero mientras anuncia que “el gas también está en veremos... Al Gobierno, a los de arriba, les gusta mantenernos así”.

Champeta y Salud
Además de contemplar el azul, el divertimento más usual durante los fines de semana son los múltiples picós. Sentarse en una cantina, tomar algunos tragos de cerveza o ron traído desde Cartagena, está considerada la principal fuente de recreación. Entre la champeta y una que otra canción cristiana se deshojan los días. Porque aunque Tierrabomba no tiene un teatro, sí posee centros religiosos, uno católico y dos cristianos.
Ahora que se inició noviembre irán a festejar a Miami. Así se refieren al Centro Histórico y Bocagrande -quizá para burlarse de su propia suerte- algunos de los nativos más jóvenes. Las últimas lanchas de regreso a la isla llegan sobre las 6 de la tarde. Así que transcurridos los desfiles de la ciudad que, dicen, les ha dado la espalda, regresarán a la isla a rematar la celebración de una tradición que comparten con la otra orilla.
- Vamos a ver el desfile acuático- dice el señor Otero y una renovada sonrisa alumbra su cara-. Vamos con las lanchas y paseamos a los turistas.
Los dioses les han dado una coraza muy fuerte a los isleños. En general, Tierrabomba es un lugar muy seguro porque la mayoría de sus habitantes se conocen entre sí. Las familias cuyas descendencias son más numerosas son los Cervantes, los Córdoba, y los Moncaris. No se registran atracos ni pandillas, ni crímenes pasionales.
Hay un puesto de salud, pero solo abre los martes, miércoles y viernes dado que no hay un médico permanente.
- Si alguien se enferma de gravedad tiene que correr a Cartagena- dice Mendolina Otero Guerrero, una anciana de sonrisa amistosa que me ofrece con ternura un tinto.
Desde la sabiduría que le otorga la vejez y la proximidad del crepúsculo, añade que lo que se necesita también es una policlínica con medicinas y médicos disponibles.
A lo mejor sí hay un motivo para celebrar: están vivos

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