Facetas


La suerte viaja en silla de ruedas

Andando las calles de Bocagrande hay un cálido sujeto que vende lotería. Se moviliza en una motocicleta... pero no una convencional. Esta tiene cuatro llantas, y en la parte trasera un ´andamio´ al que le mandó a poner una carpa para protegerse del sol y donde también ´encarama´ su silla de ruedas.

No puede usar sus extremidades inferiores porque a los ocho años sufrió de poliomielitis. Padeció también parálisis y trombosis y aunque vive con estas enfermedades, su sonrisa de 77 años y mil colores, no desaparece.

José es lotero en Bocagrande desde hace cuatro décadas. Siempre está a las afueras del edificio Montelíbano (la esquina del banco BBVA) y en las tardes rodeando la iglesia principal de la zona. Hasta allá llega en su moto, sonriente, y cargando su casco protector.

No sé de qué se ríe, pero lo hace todo el tiempo. Es agradable. Si lo saludan lo hace con una sonrisa, si ofrece boletas y no le compran también.

José nació en Cocorná, Antioquia, al oriente de Medellín y es de esas personas que pone a pensar a cualquiera.

Se levanta con el ruido del tránsito de la mañana. Se baña, se cambia solo y sale de su pieza arrendada en Torices a las ocho. Vive solo porque así lo quiso desde los 20 años, cuando salió a explorar el mundo. Orgulloso cuenta que conoce casi toda Colombia, solo le falta La Guajira y los Llanos. También cuenta que vivió en Ecuador unos dos años y que además conoce Chile y Perú.

“No he sido acomplejado”, empieza. Su voz es fuerte y clara. “Lo que pasa es que cuando uno tiene un padre decente y honorable, lo enseña a uno a crecer derecho. Mi papá era un tipo muy querido, no aceptaba que nadie me regalara una sola moneda. Se llamaba Carlos Escobar y mi mamá Teresa Giraldo. Él me ponía a vender por decir 10 periódicos, y si llegaba alguien de vivo y me los robaba, él no iba a llegar a decirme, ¿por qué te dejaste robar? Al contrario, me decía, ´menos mal que no te pasó nada´. Me enseñó  a vivir. Y no a ser un mendigo, ni a pedir. Y bueno, el que me regale algo, yo le recibo, como cualquiera persona”, dice mientras ríe. Su voz se le quiebra un poco al recordar a su padre.

Por épocas también vive de la compra y venta de mercancía. Ofrece desde escapularios, hasta medallitas y velas.

¿Alguna vez se ha sentido discriminado o despreciado por tu condición?, pregunto. “No, nunca”, responde enérgico, “es que yo no doy motivos para eso”.

Se queda en Cartagena
Estuvo hace casi un año en Medellín, pero la urbe absorbió las ganas de este lotero de quedarse. Fue a su antigua casa y ahora es solo un callejoncito estrecho, rodeado de gigantes de acero y concreto. “Ya esa no es una ciudad para movilizarme”, admite.

Tiene una familia compuesta por dos hermanos y una hermana. Se le iluminan los ojos cada vez que los recuerda. Habla de sus sobrinos y sus sobrinas con auténtico orgullo.

La motocicleta de José es un regalo que le hizo  un amigo de enorme corazón  en Bocagrande.

“Mira aquí tengo los cambios”, muestra, alzando una palanca. La enciende, da una vuelta en ella y me muestra cómo funciona. Me pongo algo nerviosa por el tráfico, pero José  tiene experiencia manejando. Pasea un poco por la zona como un niño chiquito estrenando juguete.

Hace seis años la estrenó. Antes tenía una motocicleta diferente y mucho antes andaba solo en una sencilla patineta.

“Cuando me movía en patineta, andaba con una carreta y buscaba a alguien que me ayudara a cargar lo que vendía. Ofrecía perfumes, jabones, polvos”. 

Pensar en todo lo que ha recorrido le hace gracia y suelta una risotada. “Yo conozco todos esos pueblitos del Atlántico”.

Para un hombre como José, cada día es una oportunidad para ganarse el pan. “Si yo quiero trabajar y tengo 20 o 30 mil pesos, voy al mercado y compro una caja de mangos y la trabajo. Gano y no tengo que pedirle a nadie”, explica.

Es agradecido en exceso. Como no hay malicia en él puede confiar en cualquiera que le tienda la mano. Si un habitante de la calle se le “arrima”, lo pone a trabajar con él. “Tengo que agradecerle, no decirle ¡quítate! Por eso tiene tantos amigos. Habla muy bien de la gente que conoce y dice no tener quejas de ´naiden´, “todo el mundo me quiere y yo los quiero”.

Es fácil juzgar, dirán, pero José es el claro ejemplo de que ciertas incapacidades son mentales. Tiene una vida digna que día a día agradece. Puede oler la sal del mar cartagenero desde su puesto frente a la iglesia de Bocagrande; puede sentir el cariño de quienes se acercan maravillados por su personalidad; puede oír a los pájaros cantar todas las mañanas diciendo “levántate” y puede disfrutar aunque sea de lejos, de esa familia que le queda y que siempre lo ha querido.

“La vida es hermosa y hay que seguirla viviendo. Tengo 77 años y creo que duraré otros 77 más”.

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