Facetas


La tentación empieza por la boca

JOHANA CORRALES

08 de junio de 2014 06:28 AM

“Es tu día de mala suerte: justo hoy comienzo una nueva dieta”, me dice Jesús Chávez, con una sonrisa muy tímida.


Confiesa que es la dieta número un millón que hace, pero que esta vez tiene que funcionar. No soporta el cargo de conciencia por todo lo que se comió el viernes.


¿Y cómo no, si se levantó a las 6:30 de la mañana? A esa hora abrieron la tienda de la esquina y hasta allá fue a comprar dos empanadas y una gaseosa ligth (esta es la palabra que más aparecerá en el texto).


Pasados alrededor de 20 minutos (que es el tiempo que ha calculado para volver a sentir ansiedad) llegó a su casa a desayunar un gigante sánduche y una buena taza de café con leche.


Como es director de un canal local, siempre está de aquí para allá buscando noticias para el informativo que tiene a su cargo. Casi todas las notas las consigue en el Centro. Ese día, tipo 9:30 de la mañana, sintió sed. En lugar de comprar una botella de agua, se tomó otra Coca Cola Light. A eso de las 10:00 ya la ansiedad lo tenía loco nuevamente y fue hasta una mesa de fritos que queda cerca del centro comercial La Matuna y devoró una suculenta arepa de huevo. Por supuesto, no podía faltar la bebida ligth para acompañar su antojito.


Mientras vamos caminando del Concejo Distrital hacia los bajos de la Alcaldía, me va señalando cada lugar que frecuenta cuando le da hambre. Se conoce todos los sitios del sector, desde los más exclusivos hasta los más sencillos. Con mucha familiaridad, saluda a los vendedores. Parecen grandes amigos.


Ese viernes, antes de llegar el mediodía, le provocaron unos chocolates Gold, los cuales debía pasar con algún líquido, que no sería uno distinto a su Coca-Cola Litgh. Ya en su casa lo esperaba un sancocho de costilla. Ya no come carne. Pero sí la papa, la yuca, la mazorca, el plátano. En fin...


Apenas terminó de almorzar, fue a la tienda por cuatros roscas de queso (de esas que valen 100 pesos) con otra Coca Cola Ligth.


Llegó al canal, y toda la tarde se la pasó comiendo galletitas y pancito ocañero con tinto, pero le hacía falta su acompañante favorito. De modo que mandó a uno de sus colaboradores a que le consiguiera un litro de Coca- Cola Ligth.


En la noche salió con su novia a comer y pidió una mazorca desgranada y... ya sabemos lo que tomó.


Luego de dejar a su acompañante en casa, se le antojó un perro caliente suizo, en un sitio de comida callejera del que no tiene las mejores referencias. Y, para finalizar tan extenuante jornada, se tomó otra Coca-Cola Ligth, para no dormir con sed.


Aunque esa noche quedó repleto (tanto, que cualquier movimiento en falso lo podía hacer vomitar), se sentía con un vacío enorme y una tristeza que no lograba entender. Eso lo motivó a empezar su dieta número un millón, como jocosamente, la llama.


Jesús tiene un sentido del humor extremo. Desde pequeño, siempre fue el más de gordo dentro de su grupo de amigos. Siempre las bromas giraban en torno a su gordura. Por reírse de sus propias desgracias se convirtió en su mejor aliado para refugiarse.


Llegó a pesar 220 kilos. Empezó a sufrir de obesidad mórbida. Ya le costaba trabajo hasta caminar. Subir una escalera se convertía en un verdadero reto personal. También sufría de apnea del sueño. No podía sostener conversación alguna sin quedarse dormido. De modo que cuando empezó a ver comprometida su salud, decidió hacer un alto.


A través de su EPS, logró hacerse un Bypass gástrico. La operación, que costaba 17 millones de pesos, quedó reducida a 6 millones, que asumió la madre de Jesús al ver el estado al que había llegado su hijo.


“Desde que estoy chiquito me he visto más gordo que los demás. En mi casa las comidas son gigantes. Creo que nadie come así en otras partes. Me tomo un litrón de gaseosa, pero antes de la operación eran hasta tres. No te miento: me he tomado hasta cinco termos de café”, expresa.


Me explica rápidamente el porqué bebe Coca- Cola Ligth con tanta frecuencia. No tiene coherencia acompañar esa bebida con un frito o un perro callejero, que tienen tantas calorías.
“Al que operen de esto, la gaseosa con azúcar le sabe ácida. No sé por qué. Y el azúcar da dolor de estomago. Los primeros días, después de la operación, me conocí todos los baños de Cartagena”.


Desde que salimos del Concejo, Jesús no ha parado de hablar y hablar. Mueve las manos todo el tiempo y hace gestos en su rostro, que parecen involuntarios. Luce afanoso. Creo que debe ser la dieta que acaba de empezar.


Se despertó a las 7:30 a.m. y desayunó bollitos de maíz, queso y café con leche descremada. Ya son los 10:00 de la mañana y no ha comido más nada desde entonces.
-Si no estuviera haciendo dieta, ¿qué le provocaría comer ahorita?-pregunto.


- Una arepa con huevo y una gaseosa, que es lo que me correspondería comer a esta hora. No, mejor una empanada china. ¡Ay, Dios mío! - expresa.


Dice que necesita que la gente lo apoye. Constantemente las frases de aliento lo ayudan a seguir. En cambio, cada vez que alguien lo hace sentir mal por su peso, se deprime y come más de lo habitual. Una de las personas que más lo apoyan es su novia. Ella se ha convertido en el principal motor para superar la adicción a la comida.


“¿Tú me crees si te digo que es la primera y única novia que he tenido? No sé qué me vio, pero creo que está loca. Quiero que mi novia se sienta orgullosa de mí, que no la jodan porque su novio está fulero”.


La novia de Jesús se fijó en él mucho antes de que se hiciera la operación. Ella vio en él algo especial, que ninguna mujer se había detenido antes analizar.


Aunque casi siempre recae en su adicción, tiene claro que no desea volver a vivir el infierno de su pasado, cuando se sentía inseguro, no podía comprar ropa en los almacenes, ni siquiera zapatos. Una tía era quien le hacía las prendas, incluso, la ropa interior.


“Ya me entran los zapatos(señala sus pies). La última vez que fui a Gino Passcalli encontré pantalones de fábricas para mí, no hechos por mi tía. No te imaginas esa emoción”, expresa enérgico.


Seis años sin verse al espejo


A medida que los kilogramos aumentaban, sus complejos también lo hacían. Hubo un punto en el que llegó a odiarse tanto que no aguantaba su propio reflejo.


Fueron seis años los que no volvió a verse al espejo. Se rapaba el cabello para no tener que peinarse y así evitar cualquier encuentro con su propio reflejo.


“Esto es como el que mete droga: no es fácil salir de ahí. Yo no tomo, no fumo, no me gusta la rumba, pero no puedo dejar de comer. Aún hoy me causa repulsión el espejo”.


Cuando vamos llegando a la Alcaldía me pregunta si me gustaría saber algo más de su adicción. No tiene problemas. Es un libro abierto, si lo que cuenta puede ayudar a cambiar la vida de alguien que tenga un problema similar.


-Jesús, ¿qué representa la comida en tu vida?


(Se seca el sudor de la frente) -Mira, no me acuesto a dormir sin pensar antes qué voy a comer al día siguiente. No termino de desayunar, cuando estoy imaginado qué irán hacer de almuerzo. No he terminado de almorzar, cuando estoy pensando qué voy a cenar. La comida es el centro de mi vida, y eso me molesta”, concluye.


Me encontré con Jesús al día siguiente de esta entrevista y seguía muy optimista con la dieta. Es más, para complacerme, en las fotos que aparecen publicadas en este artículo, el adicto finge comerse aquel pan de queso. Tiene el firme propósito de que esta vez se liberará de ese vicio cruel. Ojalá lo logre. Porque un tipo tan noble, merece ser feliz.

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