Agarrar un bus en Cartagena es una verdadera tragedia.
El reloj da las 4:20 de la tarde. Aún no es hora pico. Sin embargo, en una ciudad como esta, donde no existen rutas alternas, es como si a toda hora lo fuera.
La buseta escogida es de la ruta Ternera-San José. Por fortuna, no tiene esas brillantes y molestas luces azul y verde neón, pero sí cuenta con un desconsiderado conductor, quien tiene puesta una emisora popular en un volumen tan alto que supera los decibeles establecidos. Mas, parece mortificar a pocos. Quizás ya están acostumbrados.
No va a más de 30 y eso sí desespera, en especial, cuando se llega al Mercado de Bazurto, que por estos días está peor de lo habitual, por las obras de construcción del tramo 5A de Transcaribe.
Parece que los únicos que se benefician con los tremendos trancones que se forman son los vendedores ambulantes y todos aquellos que viven del bus. Ellos sí que tienen tiempo para exhibir sus productos y contar sus tristes historias con más calma.
Han pasado 20 minutos y ya han hecho su oferta el vendedor de rosquitas, trocitos de queso, diabolines y ajonjolí. Así mismo, el que vende galletas Muuu..., el de las mandarinas, el del agua y Big cola y hasta uno de Supercoco. Éste último insiste en que ese dulce nunca pasa de moda y que desconocemos las propiedades que tiene esta fruta tropical.
Coger esta ruta es desesperante. Por eso, “El Giova” prefiere los buses de la ruta El Socorro- Bosque-Manga, donde ya se conoce a todos los conductores e incluso a la mayoría de pasajeros.
Giovanny Martínez Chico empezó a trabajar en los buses desde hace 11 años. No eligió ese oficio, más bien la situación en la que estaba lo obligó a cantar en ellos. Había dejado embarazada a la primera mujer con la que salía formalmente. De modo que un amigo que conocía su talento, y que ya había trabajado en los buses, le sugirió que se arriesgara.
El Giova, como lo llaman sus amigos, no sabía hacer otra cosa bien distinta a cantar, así que se armó de valor y lo hizo.
“Empecé a cantar, no con pena, más bien con miedo, por el temor a que no me fueran a dar una moneda. Gracias a Dios, mi amigo se montó conmigo la primera vez y me iba coordinando”, cuenta.
En aquel momento no tenía la amplificación que lo acompaña ahora. Solo contaba con una guitarra que aprendió a tocar empíricamente y con su voz.
Tuvo tal aceptación que rápidamente se hizo amigo de los conductores. Ellos mismos le paraban la máquina para deleitarse con la buena música que este intérprete les ofrecía.
En un día bueno se hacía hasta 40 mil pesos; y en uno no tan bueno alcanzaba a recoger 25 mil pesos en monedas, que luego cambiaba en la famosa tienda Don Toño, en el barrio Manga.
Giovanny nació en el popular barrio La Candelaria. Cuando cumplió 5 años se lo llevaron a vivir a Bocachica y fue criado por una hermana de su papá, puesto que su madre lo abandonó. A ella la conoció hace 10 años, pero no le guarda rencor.
Desde muy pequeño descubrió que la música era lo suyo. Sus referentes, desde que recuerda, son Luis Miguel, Marck Anthony y Cristian Castro.
Por la forma tan casual en que se viste y lo desaliñado que luce su cabello, los pasajeros se hacen una idea equivocada acerca de él. Es más, esperan un exponente del género de la champeta o de reggae.
“Todo el que me veía en Bogotá, con este pelo, me ofrecía Mariguana. Yo pasaba. Es que no me gusta la vara. Cuando me monto en un transporte nuevo, las personas piensan que soy ratero o champetudo; y cuando salgo con las pistas de salsa, balada o pop, se rascan la cabeza”.
Aunque vive agradecido con su trabajo, no se quiere quedar ahí. Ha entregado sus mejores años en los buses y han sido incontables los desaires y malos tratos que ha recibido durante este tiempo.
Son tres las situaciones que lo han marcado y aún recuerda con dolor:
“Un vez me monté en un bus de Socorro-Bosque-Manga, con mi guitarra, y me dice una señora, para que el conductor escuchara: “¿para qué dejas montar a esos cantantes? Esa gente viene con su bulla a estorbar”. Por fortuna, el conductor le dijo: “Este muchacho se monta humildemente a trabajar, a cantar, a alegrarle la vida a ustedes. Además, este joven canta bonito, por eso lo dejo montar”. Pelearon las rocas por mí. Yo no dije nada. Pero eso sí me dolió”, relata como si todavía le afectara el hecho.
El segundo mal rato que pasó fue con un conductor de la ruta Pedro de Heredia. Esa noche a su hijo lo internaron a causa de una neumonía, de modo que necesitaba conseguir el dinero para pagar las medicinas.
Eran las 8:00 de la noche y a esa hora cogió su guitarra y salió a cantar para salvarle la vida a su hijo mayor, Joel.
“Le pedí al señor que si me daba permiso para cantarle un ratico, que necesitaba dinero para comprarle una medicina a mi hijito. El conductor me respondió: 'No me interesa. Por mí, que se muera'. Esas palabras las llevo siempre presentes. Claro, sin resentimiento. Este es el guerrero de la vida y ese es mi trabajo y tengo que aceptarlo”.
El tercero le sucedió ya cuando adquirió su consola y micrófono inalámbrico. Una pasajera fue tan despectiva que casi le saca lágrimas.
“La tercera ya fue con la máquina. Una señora me dijo: 'Si vienes con tu bulla, te me bajas'. El conductor me dijo: 'Esa gente es miserable, Giova. Sigue cantando'. Gracias a mi Dios, mucha gente me respalda”.
¡Vende su CD a 2000 pesos!
Sueña con que algún empresario lo descubra y se decida a apoyarlo totalmente en su carrera. Pero son pocas las posibilidades de que eso suceda trabajando en los buses de El Socorro-Bosque-Manga, Zaragocilla o Pasacaballos.
Pese a ello, con las uñas y, gracias a la ayuda de un gran amigo, logró sacar su producción musical de salsa-pop, que incluye canciones como Te lo pongo, El sasá, Esa y Cuídate.
Él mismo se hizo la promoción del sencillo y en diciembre del año pasado logró vender en los buses todas las copias que había sacado a 2 mil pesos.
“Vendí 400 copias en menos de una semana. Pero grabé la producción, y nada. Sueño con un manager, un respaldo que me haga mi producción musical y me la ponga a sonar en las emisoras, pero aquí es muy duro. Hay mucha rosca”.
Son incontables las personas que viven del bus y, aunque es irritante ver bajar a uno y subir al otro con casi el mismo discurso, detrás de ellos se tejen historias como la de Giova o la Edilson Marimón, un vendedor de rosquitas y trocitos, quien tiene que mantener a su esposa y 4 hijos.
O la de Amed Romero, vendedor de mandarinas desde hace 20 años. Con su oficio ha logrado sostener a sus dos hijos en el barrio Fredonia. Con las ganancias de la venta debe aportar a los servicios de su casa y pagarle los útiles escolares a los niños. Ese es su dolor de cabeza principal. Por fortuna, hay días muy buenos en los que logra vender hasta 250 de estas frutas en una sola jornada.
Uno de los que más reciben gestos y malos tratos son los limpia-vidrios. Es el caso de Dairo Martínez, quien asegura que es justo eso lo que más detesta de su trabajo.
“Lo que más me duele es el deprecio de las personas. Todos los días te echan el carro, te salen con groserías. No creas que hoy sí y mañana no. Pero ajá, tengo 3 hijos a quienes llevarle comida. Esto es agua de Fab”, dice.
Para pararse en un semáforo a limpiar o montarse en un bus a ofrecer un producto y hasta contar sus secretos y tribulaciones más importantes(más allá de que sean verdad o puro cuento) se necesita mucha valentía.
“Mi trabajo me hace sentir alegre y contento, pero siempre digo que no quiero quedarme aquí. Ya estoy cansado, comencé muy joven. Yo intento guerrear, ser único y auténtico y le pido a Dios que me dé fuerzas. A veces siento que ya no puedo”, concluye “El Giova”.
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