Facetas


Las 'paolas' de Calamar

JULIE PARRA BENÍTEZ

13 de diciembre de 2015 12:00 AM

Cuando iba para Calamar, en el Norte de Bolívar, alguien me dijo que preguntara por las ‘paolas’, sin entregarme detalles. De una vez en mi mente confluyeron muchas ideas sobre lo que eran: un grupo de mujeres que se dedicaba a alguna actividad interesante, sitios representativos, personajes, hasta empanadas o bebidas.

Son las 12:10 p.m. del jueves 3 de diciembre. El sol brilla con mucha intensidad y la temperatura es insoportable. El panorama que me ofrece esta población de Bolívar, a primera vista, es desolador. No es aquel Calamar del que me hablaron alguna vez, una población próspera, una de las más importantes del departamento por su desarrollo económico y situación geográfica.

En Calamar, donde terminaba la vía del ferrocarril que salía de Cartagena, pasando por Turbaco, Arjona, Arenal y Soplaviento, aún se conservan esas casonas que funcionaban como bodegas, que no pierden su encanto a pesar de su deterioro y que permiten imaginar cómo pudo ser esa época recordada con nostalgia por sus habitantes más veteranos.

Allí, donde nace el Canal del Dique y la iglesia le hace frente al inmenso río Magdalena, se destacan esa amabilidad y calidez humana que caracteriza a la gente de pueblo y también su mercado, donde aún se conserva el comercio que muy seguramente no es el mismo del pasado.

Manuel álvarez se dedica a este oficio desde hace 15 años.Es casi la 1 de la tarde. Por los alrededores del templo católico de la Inmaculada Concepción, donde, paradójicamente, quien se impone como patrona y recibe a propios y visitantes es la Virgen del Carmen, pasa Manuel Álvarez, un amigable bicitaxista de Calamar.

Con un particular desparpajo, este enérgico hombre de 50 años acepta hablar sobre su trabajo sin reparos: “Yo tengo 15 años de estar en este negocio. Esta ‘paola’ es propia. Cuando no es propia toca alquilarla por 3 mil pesos por 12 horas, pero cuando el dueño es quien la trabaja sabe cómo cuidarla. Yo cuido mucho a mi paolita y cualquier cosa que se le dañe, siempre estoy pendiente”.

‘Paolas’, así le llaman en Calamar a estos bicitaxis o coches que dependen de una bicicleta para poder rodar. “Se les dice así porque el señor que trajo la primera a este pueblo tenía una hija que se llamaba Paola, y ella le pidió a su papá que pusiera su nombre en la parte de atrás... Entonces la comunidad empezó a identificar ese ‘bici-coche’ como ‘paola’ y con el  tiempo la gente se acostumbró a nombrarlas a todas de esa manera”, dice mientras hace esperar a dos clientes en su vehículo.

“Lo duro de este trabajo es por los riñones, pero esto a mí me ha mantenido activo, en buen estado físico y también sirve para la circulación de la sangre”, señala el “paolero”, como les llaman a los del gremio. “Así nos dicen, es raro pero se oye bonito ¿no?”, agrega y se ríe con picardía.

Dependiendo de la voluntad que le ponga al trabajo, según indica Manuel, un bicitaxista puede ganar hasta 30 mil pesos diarios “si es activo”, advierte; sin embargo que hay quienes prefieren no exponerse demasiado al sol y se fijan una tarifa diaria que alcance para cubrir sus necesidades básicas.

“Aquí hay como 350 ‘paolas’, hay más bici-coches que motos, porque una moto cuesta más de 3 millones y medio y el coche sale por 600 mil pesos... La gente prefiere las paolas por el sol y porque pueden ir más de dos personas. Las motos las usan cuando van para los corregimientos”, agrega Jair Ospino, habitante y propietario de dos bicitaxis, el negocio con el que se sostiene un gran número de familias en Calamar.

Aunque ninguno de estos vehículos -cubiertos con carpas de colores vivos y decorados con escudos de equipos de fútbol, exponga el nombre que le dio su precursor en Calamar, las paolas, desde antes de empezar los años 2000 son el principal medio de transporte de este pueblo que un día vio un tren del que solo quedan recuerdos.

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