Facetas


Las tijeras que se vuelven sonrisas

SHARIK ESTRADA PÉREZ

07 de mayo de 2017 12:00 AM

Lleva puesto un jean, suéter negro y zapatos deportivos. Una ‘mata’ de rizos rebeldes -al estilo hippie- adorna su cabeza y su sonrisa despampanante lo acompaña todo el día. Está entusiasmado y ansioso por contar su historia. Su cara de felicidad lo dice todo.

Wady, de 37 años, es de Maicao, La Guajira, pero fue criado en Barranquilla. Se graduó de bachillerato y entró a la Institución Universitaria Bellas Artes y Ciencias de Bolívar (Unibac), donde hizo solo tres semestres de pintura. Este hombre lleno de sueños y positivismo conoció el amargo sabor de la impotencia al no terminar la carrera: económicamente no estaba bien.

Pero eso no lo limitó y siguió con la frente en alto. Es un ejemplo de nobleza y humildad. Hace dos semanas lideró una jornada de belleza y obsequió cortes a cambio de sonrisas en Tierrabomba, los habitantes de la isla tienen muy pocas posibilidades de asistir a una barbería.

Cuenta que la idea nació hace unos cuatro años, cuando participó en Profest, un evento hecho para mostrar lo más novedoso del talento de los jóvenes barranquilleros en el arte, la tecnología o el entretenimiento.

Expuso su trabajo artístico y fue patrocinado por una marca de gel para irse de gira por la Costa Caribe colombiana, regalando cortes en las poblaciones más necesitadas.

“La experiencia fue única. Comencé a ver la necesidad que, en verdad, tienen muchas personas de esta clase de arte (cortes de pelo con un estilo particular), que muchos ven por encima del hombro, pero que va avanzando y es necesaria”.

Desde esa actividad decidió aportar un granito de arena y se propuso ayudar a personas de bajos recursos, sin obtener ningún beneficio a cambio.

Con el apoyo del dueño de la barbería en la que trabaja en Cartagena, y con siete barberos de la mano, planeó la logística y fijaron una fecha: 24 de abril de este año.

Ese día era lunes y a las 10 de la mañana todos estaban listos y entusiasmados. Las expectativas eran muchas. Con máquinas, tijeras, cepillos y capuchas partieron en lanchas desde Bocagrande, y llegaron a una sede del colegio de la isla, donde están construyendo un auditorio.

No habían terminado de motilar un niño cuando ya estaba el otro encima. El calor infernal, la incomodidad y falta de refrigerios no eran motivo para desanimarse. Las ganas eran suficientes. La cuestión era ayudar y recibir sonrisas que alimentaran su espíritu.

“Fue una gran actividad. Todos aprendimos. Los niños en las barberías de la ciudad se fastidian fácilmente y hay que darles muñecos o a ponerlos a jugar play para que se dejen cortar el cabello, pero estos de acá (Tierrabomba) no pusieron ni un pretexto”, afirma satisfecho.

Más de 150 personas, entre niños, adultos y ancianos, pudieron cambiar su look con un corte de cabello y perfilación de la barba.

Está contento y quiere realizar la misma jornada el tercer lunes de cada mes. La próxima -si las cosas salen- será en el corregimiento de Bocachica. Invita a los demás barberos, empresas o personas que quieran unirse a la campaña, pues desea que esta vez los jóvenes no solo se lleven cortes, sino también cuadernos, lápices o implementos de belleza.

Y es que para él, “no tienes que esperar a que pase una tragedia para ayudar. No se trata de en qué lugar estás, sino de qué vas hacer ahí. No es la posición social, sino cómo vas ayudar con lo que tienes”.

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Antes de Tierrabomba

La vida de Wady siempre ha estado ligada al mundo artístico.

Cuenta que hace 10 años fue camarero pero eso no era lo suyo. Un día cualquiera decidió renunciar e ir en búsqueda de su pasión: la pintura.

Sin un peso en el bolsillo, ni un lugar para vivir, y mucho menos un trabajo, visitó a un amigo para desahogarse. En medio de la desesperación, escuchó decir desde la cocina: “Wady, si tú sabes motilar, dedícate a eso pelao”. Y allí empezó todo.

La idea no fue mala. Con tres cortinas, una maquinita, una tijera, un banquito de madera, un pequeño espejo y un aviso en papel, que decía “Barbería Mundo Urbano”, montó un ‘chucito’ de tres metros de largo con dos de alto y ancho, en pleno centro de Barranquilla.

“Nunca olvidaré ese día. Lo mío era la pintura, pero como es muy complicado vivir de eso, acepté el reto y decidí salir adelante a través de las barberías”, dice.

“A las 10:10 de la mañana del 24 de abril -nunca se me olvidará esa hora-, un joven, que parecía paisa, pasó por el puesto y arrojó estas palabras: ‘Yo confío en estos chucitos porque de aquí salen los grandes monstruos’. El hombre no tuvo reparos y sin pensarlo entró al local. Era su primer cliente del día.

Mientras le hacía el corte, ambos sudaban como si estuviesen en el gimnasio. ¡El calor era impresionante! Tenía miedo de ‘trasquilarlo’ pero todo salió bien. “Es más, en esa época yo cobraba 1.000 pesos, pero como le gustó el corte y le caí bien me dio $ 500 de más y me dijo que yo debía pensar en grande e iba a triunfar en esto”, agrega entre sonrisas.

Esas palabras marcaron su vida. Pasaron los días y se enamoró de los cortes de cabello. Fue el primero en Barranquilla que pasó de llamarse peluquero a barbero. Dejó de sentir vergüenza y presumía con orgullo su oficio, tanto que se convirtió, según él, en uno de los pioneros de las barberías en la Costa.



 

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