"Recuerdo el día que me mudé. En esta calle había seis casas. Todo era puro barro. Cuando muchas amistades se enteraron que me mudé acá se quisieron morir, todo esto era agua. La primera noche no tenía ni techo. Pero no importa lo que dijeran lo demás, cuando me metí para acá lo hice con la fe de que esto iba a cambiar”, dice Merlys Valdez.
-¿Ha cambiado?
-Sí, mucho. Aún este es uno de los sectores más humildes de Cartagena, pese a todo somos afortunados porque hay muchas personas que nos han tendido la mano. Tengo fe en que se convertirá en el mejor sector de El Pozón.
Aquí abunda la pobreza. Casi donde quiera que veas. Entramos por un puente de cemento sobre el caño Limón. La estructura de unos ocho metros de largo es el único pedazo de vía de concreto del sector de invasión, en adelante, casitas de madera se alzan sobre calles polvorientas, rellenas de puros escombros.
Se los presento: estamos en Isla de León, uno de los sectores más deprimidos de Cartagena. Deprimido sí, hay que decirlo, para quienes no lo conocen, y para recordarlo a quienes sí.
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Gabriel Muñoz Tovar espera nuestra llegada con una sonrisa de oreja a oreja. “Una de las cosas que me hizo entrar acá es ver las condiciones en que vive la gente, quería trabajar por esta gente, en ese tiempo compré un lote en 570 mil pesos. Comencé a trabajar por este sector”, narra, al tiempo que nos dirige a una vivienda.
“Todo esto era puro ranchito de plástico, por decirlo de esa manera. Pero ya hay casas de material, las cosas han ido caminando poco a poco, mejorando”, añade a su explicación sobre cómo se ha transformado el sector. Es mediodía, hora de almuerzo, nuestro guía y líder de la isla limpia el sudor que escurre de su frente. Al pasar varias calles llegamos a un rancho de tablas y zinc. Es de la familia Fabra Flores. Dos integrantes.
Antes del amanecer, cuando los gallos cantan, todos los días, ya José Luis Fabra está en pie. Inicia una travesía y luego camina bajo el sol por La Consolata, El Socorro, La Plazuela, Blas de Lezo, Los Jardines y cualquier otro barrio de Cartagena. Su oficio es vender bolsas de basura, puerta a puerta, lo hace para sobrevivir, también por amor.
“Al día puedo hacerme hasta 20 mil pesos, eso lo junto para los gastos, la comida, el arriendo y las medicinas de mi mujer. Muchas veces compramos mil o dos mil en sopa a una señora por acá, es más barato. Eso es lo que almorzamos”, asegura, bajo la sombra de la terraza de ese rancho a donde hemos llegado. La casa de madera es fresca y el viento sopla bastante.
-¿Cómo llegaron a Isla de León?, pregunto.
-El arriendo es más barato por acá, pagamos 100 mil, la señora está enferma y hay que comprar las medicinas. Vinimos hace seis meses, antes vivíamos en San Fernando.
Mientras José Luis recorre las calles de Cartagena, su esposa lo espera en casa. “Antes trabajaba haciendo pasteles y comida, pero me operaron y perdí fuerza en este brazo derecho. Sufro de la tiroides. Tengo que estar en tratamiento para ver si me tienen que volver a operar”, comenta la señora, a quien le sobresale un absceso en el lado derecho del cuello, marcado por una cicatriz en forma de L y extendida hacia su brazo.
Es una mujer de contextura gruesa y de mirada optimista. “Las pastillas se me acabaron ayer. Ahora vendo ropa de segunda que me regalan, aquí en la casa. Una señora de Bocagrande me dio una nevera, con eso vendo hielo. Cuando hay para comer comemos, cuando no, usted sabe...”, añade.
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“Hay gente de todas partes del país, de donde menos uno piensa hay una persona. Aquí han llegado muchos desplazados. Acá uno encuentra una zona de vivir cómoda dependiendo de los ingresos, mientras se consigue otro lugar”, comenta el líder Gabriel, oriundo de Marialabaja. Usa sombrero, camisa blanca y unos zapatos puntudos de cuero -parecen- café, a los que les sacude el polvo con las bocapiernas de su pantalón blanco.
Frente al rancho de la familia Fabra Flores está otra casa de madera, es azul. Ahí vive hace seis años Merlys Valdez, quien es una mujer desplazada en el año 1993 de la vereda San Cristóbal, San Jacinto, en los Montes de María. Hace poco fue elegida presidenta de la primera Junta de Acción Comunal de Isla de León.
La invasión que se levantó de la nada entre fango y agua, que fue al menos dos veces reubicada, ya tiene JAC y postes de energía social instalados en las calles de escombros. Ahora buscan legalizar el servicio de agua potable y cambiar las pozas sépticas por alcantarillado.
“Aquí la junta está organizada y legalizada hace cinco meses. Tropezamos bastante, pero hicimos las votaciones el 4 de septiembre y ganamos tres mujeres entre las cinco directivas, ¡Mujeres al poder! Gracias a Dios estamos trabajando por el barrio, los entes están más pendientes del sector y nos atienden”, dice la presidenta de la JAC.
De un lado, en la fachada de su casa, está una cartelera que anuncia una asamblea comunitaria. Del otro en un letrero se lee: “Peluquería Merlys”. La presidenta de la JAC además es la estilista del sector y tiene su pequeño salón, en la humilde pero bien ordenada sala de su hogar. Muy cerca también hay una tienda y varias casas de ‘material’ en construcción.
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Gabriel continúa mostrándonos a Isla de León. Hay casas de madera de todos los tamaños y colores, algunas bordeadas por pequeños charcos de aguas fétidas. Nos lleva a las calles Girasol y Buenos Aires, célebres por haber sido rellenadas con los escombros del puente de Bazurto, derribado a finales de 2013 para darle paso a las obras de Transcaribe.
“Aquí todo es así como lo ven, hace 7 años había unas 46 casas. Ahora hay más o menos 350”, señala. Entre el laberinto de viviendas de madera, nos muestra tres recién construidas por la Fundación Techo, para igual número de familias cuyo comienzo de 2017 fue infernal.
Un incendio los dejó sin nada el primer día de este año. Al enterarse de la trágica noticia, la fundación, que ha construido varias viviendas en esa zona, los ayudó con nuevas casas en lugar de las que el fuego destruyó.
Antes de marcharnos, entramos a la casa de Merlys. La dueña prometió mostrarnos el mapa de Isla de León. Está colgado en la sala, al lado del espejo de la peluquería. Se observan las calles delineadas, que en algún tiempo fueron agua. Se ve el croquis del barrio, que está rodeado por caños que en cada temporada de lluvias se desbordan, inundando todo. Aun así, los habitantes de Isla de León afirman que seguirán allí.
“La gente por aquí no quiere reubicación. Si en Isla de León no se puede vivir, no se puede vivir en otro sector de El Pozón, o cualquier otro sector de Cartagena, como Bocagrande. Allá también se inundan las calles, la diferencia es que aquí se vuelven barro y allá hay cemento”, exclama la presidenta de la JAC.
-¿Por qué se llama Isla de León?
-Esto lo han reubicado dos veces. Cuenta la gente que cuando la invadieron por primera vez se llamaba Isla de El Carmen, pero cuando reubicaron a los primeros había un señor que dijo que de aquí no se iba. El señor era apellido León, se quedó aquí solo. Entonces la gente comenzó a llamarle Isla de León.
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