Facetas


Los gigolós de la Cartagena nocturna

Jerónimo*, un afrodescendiente de 30 años, apareció por primera vez hace 10 años en la Calle de La Media Luna en el histórico barrio de Getsemaní en Cartagena, ícono del grito de la independencia y que hoy vive un momento de gentrificación comercial y residencial.

Reside al suroccidente de la ciudad, en una comuna en donde la pobreza es el factor preponderante. Su padre, un obrero alcohólico, abandonó a su madre con siete niños, de los cuales él es el mayor.
Dice que este año se va a dedicar a la pintura, y que está haciendo vueltas de papeles para matricularse en la Escuela de Bellas Artes para empezar artes plásticas. "También me gusta la música, soy bueno con la percusión, pero la vida del músico es muy fuerte", agrega.

Cuenta que la vida nocturna que lleva es mejor que andar por el barrio, en donde las pandillas y la violencia les respiran en la nuca a jóvenes sin futuro.

Desde muy temprano en la tarde, emprende en una vieja bicicleta, un largo viaje hasta el Centro Histórico de la ciudad.

Tiene un grupo de amigos que como él, en diferentes situaciones, han llevado una vida de gigolós en los sitios concurridos por extranjeras en la noche bohemia de La Heroica.

En el momento que conversa conmigo una joven holandesa llega y le da un beso en la mejilla.

Tiene una cara hermosa, los ojos azules y le dice algunas palabras en español. Se verán esa noche en un bar de rock. "Se llama, Maélia, tiene 22 años, hace dos semanas la conocí", señala.

La influencia europea, aunque no pudo terminar el bachillerato, le permite a Jerónimo conocer algunos términos en alemán, holandés, inglés e italiano.

Incluso puede sostener, como varios de sus amigos, una conversación medianamente aceptable con mujeres provenientes de esos países en sus idiomas.

Cuenta que siendo un joven tuvo la primera experiencia sexual con una extranjera de 50 años. La mujer estaba con su esposo en un bar de Getsemaní cuando vio al joven afro moverse entre la gente que atestaba el sitio. Un ritmo soka sonaba en el recinto y Jerónimo y varios de sus amigos se destacaban por el movimiento acompasado con la música.

Relata que la mujer hablaba bajo con el hombre adulto que tenía al lado y le miraban fijo.

A las tres de la mañana, cuando el bar anunciaba su cierre, y el sudor y el licor se apoderaban de las chicas extranjeras, varios de aquellos jóvenes cartageneros ya habían hecho liga con algunas de ellas, una escena que semana tras semana se repite en los bares de Getsemaní o el Centro Histórico de La Heroica.

La pareja de adultos lo convencieron de que les acompañara. Cuenta Jerónimo que hubo una buena paga. "El hombre me dio euros. Fuimos a un motel y le hice el amor a la señora, mientras el marido me observaba”, cuenta.
Saca una cuenta con sus dedos: "He estado con dos extranjeras por mes en promedio; eso da 24 al año; en diez años unas 240 o más creo, muchas ellas me han robado el corazón", dice y remata con una sonrisa de dientes muy blancos: "soy una especie de semental, eso que llaman gigoló no cree?”.

Aunque parezca mentira, ese bagaje le ha permitido experticia para ligar. Cuenta que cuando ve por varios minutos a una extranjera, aunque sea muy hermosa y aparentemente difícil, sabe que la conquistará. "De cada cinco mujeres que intente convencer, lo lograré con tres", afirma.

Aún no ha podido viajar a Europa, como un par de amigos que sí lo lograron, pero una joven alemana de la cual se dice enamorado, le escribe y le ha prometido llevarlo.

La mayoría de los ligues no son por dinero, luego no pueden considerarse actos de prostitución,  aunque el sexo, las simples relaciones o amoríos sí son la razón principal.

"El sexo es también una adicción, aun cuando me he enamorado, muchos de nosotros buscamos sexo y ellas también", asegura.
Cartagena fue el mayor puerto negrero del Caribe en una época de la colonia española. Su población es producto de una mezcla triétnica de elementos genéticos indígena, afro e hispano, pero varias comunidades son de prevalencia negra y mestiza.

Llama la atención que esas comunidades tienen en común la pobreza. Getsemaní, una comunidad comercial y en donde estaba antiguamente el mercado local, es un epicentro en donde un considerable reducto afro habitó.

"Varios hijos de mis vecinos, jóvenes residentes, han tenido novias europeas", dice un líder de Getsemaní. "Lo malo es que a veces creen que todos los jóvenes del barrio o de otros sectores están buscando eso, y solo son unos pocos dedicados a ser gigolós o acompañantes propiamente; aquí hay muchachos preparados que no andan en esas vueltas, pero que cuando menos lo esperan conocen a una extranjera, porque claro se hospedan en los hoteles que están aquí, y se enamoran y hasta se casan", opina el residente.

Un grupo de esa generación de cartageneros de origen afrolatino vive en ciudades europeas luego de una fuerte relación con novias salidas del corazón de ciudades como Viena, Madrid, Londres, Frankfurt, Amsterdam o Roma.

Pero también es sabido en la ciudad, según cuentan guías turísticos, que como referente turístico mundial, algunas extranjeras solicitan que las conduzcan a los balnearios o poblados de mayoría afro a buscar varones (como La Boquilla, Bocachica, Palenque entre otros). Otro tanto son adultos gays que buscan también ese tipo de destinos.

"Esto es un secreto a voces. Vaya y pregúntele a la gente en Palenque o La Boquilla. Buscan a los afros cartageneros, tenemos una lista de celulares de varones que se dedican a eso en las islas. Y eso también pasa en Jamaica o Bahamas, no solo aquí. El turismo sexual es un tabú pero no es mentira", cuenta un guía que pide reserva de su nombre por "lo delicado del tema".

Asimismo varones europeos o extranjeros en general buscan también ligar con mujeres jóvenes naturales de Cartagena, preferentemente afro. Varias de esas relaciones son distintas a relaciones por prostitución.

Al margen de esto, a las autoridades sanitarias les preocupa que cierto porcentaje de jóvenes promiscuos considerados gigolós, semana tras semana, se dedican a la conquista y relaciones sexuales indiscriminadas con extranjeras, con las que viven idilios pasajeros, generando una gran franja para la propagación de enfermedades de transmisión sexual.

Otro de los fenómenos que se incrementa es el abuso de las drogas. Jerónimo relata que le gustan las relaciones lejos de la droga pero cuenta que es creciente el porcentaje de extranjeros y extranjeras que "se inmiscuyen con traquetos de la calle por sexo a cambio de drogas o de una noche de placer” en donde el consumo está en primer orden.

Dice que a sus amigos no les gustan las israelíes ni las argentinas. "Esas jevas son fregadas, porque a este tipo de mujeres no les gusta ligarse ni mezclarse con nosotros", opina.

Jerónimo recibe una llamada en un pequeño celular. Lo mira y se ríe "Es la vieja” (se refiere a su madre). “Hoy le voy a llevar algo. Tengo tres noches sin ir a casa, no tengo ni un árnica (algo de dinero)”, dice.

Muchas veces las jóvenes europeas desconocen que el chico que las atrajo, tiene como hábito de vida el ligue continuo, pero sucumben a la vivencia de un affaire interracial, quizá lejos de sus sociedades conservadoras y de la mirada desaprobatoria de sus padres.

Cotejé este relato con diversas personas que conocen el mundillo de esa fase de la noche bohemia cartagenera y en su mayoría estuvieron de acuerdo con lo aquí planteado.

Un alto funcionario distrital pidió reserva de su nombre pero adujo que “en realidad es un problema de salud pública, más que de turismo sexual como tal”.

Por su parte, el concejal Antonio Salim Guerra, quien viene denunciando que en la ciudad habría proxenetismo y explotación de menores, acepta que en “gran medida sabemos que jóvenes cartageneros, hombres y mujeres, están siendo manejados por una red de proxenetism, y que hacen parte de un menú que se oferta a visitantes”.

“Esto porque precisamente las condiciones de pobreza, la deserción escolar y las pocas oportunidades les obligan a ello. Algo que es distinto al caso del joven que deliberadamente se dedica a este modo de vida; pero en esencia las causas son las mismas”, explica Guerra.

"Tengo un sobrino que no hace nada y vive de eso", contó una cocinera de un restaurante del Centro Histórico.

Dos extranjeras también dieron sus aportes, ambas tienen negocios de restaurantes en la ciudad.

"Vine por diversión y tuve una aventura con un joven latino; pero después de conocer la ciudad uno se da cuenta de muchas cosas. Hoy tengo un negocio acá y pienso que a esta sociedad no le interesa el futuro de sus muchachos", opina la mujer de origen checo quien vive con su esposo en La Heroica.

"He conocido casos de jóvenes europeas que solo vienen por diversión pero eso es pasajero, ellas quieren sentir un affaire con un chico afro o latino,  algo que no pueden hacer en sus ciudades, es todo",  dice una londinense que reside en Cartagena.

Alguien desmiente que solo sea con  afrodescendientes. "He visto a hombres y mujeres de raza indígena y blanca andar con extranjeras o extranjeros, luego no es algo exclusivo de los afros", comenta un portero de una discoteca.

A pocos días de iniciar las conversaciones con Jerónimo, vuelve a hablar de Maélia. Esta vez una chica del interior del país le acompaña por el Camellón de Los Mártires, cogida del brazo. Se aparta y me aleja un poco de la chica. Me habla bajo. "La rumana, ¿te acuerdas? Se enredó con un viejo, le dicen 'Macay', antes era un antiguo proxeneta de la Media Luna", me cuenta dolido, como por no haber concretado esa conquista.

"¿Y la alemana que te quiere llevar?", le pregunto. "Ich bin in der Liebe mit, (la amo)", me contesta en Alemán. Pero la chica no le ha vuelto a escribir.

Son las tres de la mañana y Jerónimo, con su nueva amiga, sigue su camino y se pierde por entre prostitutas, vendedores y turistas, que atestan y ponen fuera de control la emblemática Plaza de Los Coches en el corazón de la ciudad a esa hora, como si no existiera autoridad alguna.

Así es el mundo de los gigolós cartageneros, tan solo una estampa de una Cartagena que muchos desconocen.

*Todos los nombres son cambiados. Las fuentes pidieron no revelar sus identidades.

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