Facetas


Los novios que huyeron de la guerra

JOHANA CORRALES

17 de agosto de 2014 12:02 AM

Los guerrilleros también se enamoran.

En la selva creció un amor que rebasó cualquier sentimiento de odio.

*Tania y *Yeison son dos desmovilizados del Frente 39 de las Farc, quienes dejaron las armas para vivir intensamente su relación.

Tania llegó a las filas, luego de que unos recién conocidos la convidaran a una fiesta. En dicha celebración, los invitados portaban camuflados y brazaletes que los identificaban como miembros del grupo combatiente.

Contrario a como muchos reaccionarían, las mujeres no se asustaron al ver a los guerrilleros. De hecho, se sintieron atraídas por lo bien que lucían los uniformados con sus armas.

Era como si esa gente gozara de una investidura que la hacía ver superior. Tania cuenta que se sintió diminuta frente a los guerrilleros y quedó fascinada ante la relación de fraternidad.

Esa noche durmió con una extraña sensación de éxtasis. Al poco tiempo de ese encuentro la  llamaron y comenzó en la organización trabajando como miliciana haciendo encargos para el grupo guerrillero desde la ciudad. Así estuvo hasta que le dijeron que la necesitaban en la selva.

Recuerda que la primera vez que vio a Yeison, éste ensillaba una mula. A primera vista, no le pareció atractivo. No era el tipo de hombre con el que acostumbraba a salir: se le veía demasiado tosco, insensible e indolente.

Según él, tampoco Tania le llamó la atención, pero se acuerda que era rubia, lucía una boina verde y un camuflado. ¿Le gustaba o no?

Tania no sabía que esa actitud indiferente de Yeison era resultado de las secuelas de una niñez difícil: a los pocos días de nacido, lo abandonó su madre. Y luego, su padre desapareció. Así que se crió en la Sierra Nevada de Santa Marta con su abuelo, en un ambiente hostil y de violencia.

En algún momento de su vida (Yeison no explica por qué) le tocó pedir limosna en las calles, dormir debajo de los puentes y alimentarse de las sobras de los restaurante, si lograba despertar la lástima de los propietarios.

Cuando cumplió 11 años de edad, una delegación de las Farc realizó una reunión en la Sierra Nevada, para reclutar  personas que estuvieran interesadas en luchar por la causa revolucionaria.

Los ideales de igualdad que planteó el grupo guerrillero  sedujeron a Yeison de inmediato. Allí se especializó en cargar el armamento de las tropas.

Las Farc fueron su única familia. De ellos aprendió todo cuanto hoy sabe, pero reconoce que es muy poco. Se reduce a luchar por una causa social que no comprende bien, pues la injusticia es el pan diario en la selva.

Él y Tania se hicieron amigos y, muy pronto, novios. Intentaron que nadie lo notara, pero la química que existía entre ellos era más que evidente. Antes de que el cuchicheo llegara a oídos del comandante del bloque, la pareja decidió hablar con él.

En la guerrilla es el comandante quien finalmente aprueba o no los noviazgos, si pueden dormir juntos y si esa relación alterará o no la armonía del grupo.

Después de contar con el permiso del jefe, empezaron en firme su relación, que fue un tanto complicada. A veces duraban entre cuatro y cinco meses sin verse.  Su única  comunicación eran las cartas; pero, antes de llegar al destinatario final, debían ser leídas por el comandante. Una relación bastante pública.

Tania vivía con miedo de que en alguna de esas comisiones que integraba Yeison, éste cayera en un ataque. Por eso, cuando se reencontraban, la felicidad  era infinita. Se entregaban cada noche con tanta pasión como la primera vez. Una de esas noches, quedó embarazada.

La guerrilla siempre lleva un control estricto del ciclo menstrual de las combatientes, así como los días en los que son más fértiles y de quiénes usan los métodos de planificación.
Después de una prueba de embarazo, el comandante le dijo a Tania lo que tenía que hacer.

“Le dije al comandante que no me lo iba a sacar, pero él insistió con que me sancionaría por insubordinación. Le repliqué que no me importaba y él le hizo una seña al grupo y me cayeron varios, me amarraron a un árbol y me sacaron a mi bebé”, cuenta.

La interrumpe Yeison y me cuenta que la guerrilla es un gran pulpo que envuelve a toda clase de profesionales, que no alcanzo a imaginar el perfil de quienes trabajaban para esa organización. Para este caso, tienen enfermeras y médicos que practican con frecuencia los legrados.

Era muy complicado enfrentarse al grupo. Una de las imágenes más frecuentes que aún recuerda la pareja es la de un joven que tenía hambre y se comió una panela. Por esa acción, lo fusilaron. Casos como ese los llenaban de terror y no les permitían fugarse.

Sin embargo, después de lo ocurrido con su hijo, decidieron escaparse. Pero ninguno confiaba en el otro. Dormían juntos, pero se sentían enemigos. Cuando Tania le dijo a Yeison que quería irse, él pensó que la habían mandado a hacerle inteligencia y habló con sus superiores para saber si no se trataba de una trampa, porque últimamente había chocado con la ideología que profesaba el grupo.

“Les decía a los comandantes que si el reglamento interno hablaba de una igualdad, ¿por qué no se cumplía? Mientras ellos comían gallinas y pavo, a nosotros nos tocaba agua de panela con arepa. No era justo”, explica Yeison.

Tania volvió a quedar embarazada y esta vez no estaba dispuesta a practicarse el legrado. Nuevamente planearon fugarse, pero, por desgracia, perdió el bebé durante su intento.

Pensaban que jamás lograrían salir de allí. Se sentían otros rehenes. La gota que rebasó el vaso e hizo que volvieran a intentarlo, fue después de un bombardeo en el que Yeison fue lastimado y ninguno de sus compañeros se acercó a ayudarlo. Ahí se dio cuenta de que no eran una familia, como se lo habían hecho creer.

La fuga
Demoraron cerca de un año planeando la fuga. Esta vez nada podía salir mal. Aprovecharon que Yeison conocía la Sierra Nevada como la palma de su mano, para saber por cuál trocha debían andar sin que se toparan con la avanzada, que es el grupo de guerrilleros que se pone en lugares estratégicos para que, en caso de un operativo, el Ejército Nacional choque con ellos y no con el grueso del personal insurgente.

La madrugada del 12 de diciembre fue la fecha escogida. Ese día, Yeison tenía turno de 6:00 a 8:00 de la noche, mientras que a Tania le tocaba prestar guardia de 10:00   a 12:00 de la noche. Yeison terminó su turno y esperó a que comenzara el de su novia. Sabía que en 15 minutos todos estarían rendidos. A las 12:15 estaba listo para irse.

“Le pregunté: '¿te quedas o te vas?'. Ella se quedó estupefacta y no me entendió. Ya iba bien metido cuando sentí sus pasos atrás”, cuenta Yeison.

Caminaron durante toda la noche. A las 6:30 de la mañana ya estaban en el puente de Fundación (Magdalena). Cerca de ahí divisaron una casa y se acercaron para pedirle al dueño del lugar que les facilitara algo de ropa civil. El tipo les dijo que no tenía, pero Yeison le aclaró que no era un favor y que por su bien, más le valía que los ayudara. El hombre, aterrorizado, les dio una licra y un suéter para Tania, y un pantalón blanco para Yeison.

El pantalón blanco no le quedó bien, pero igual decidió conservarlo y se puso una sudadera. Mientras caminaban, vieron a un señor que por la ropa que usaba les dio la impresión de que tenía algo de dinero.

“Lo interceptamos y le dije que necesitábamos dinero. Dijo que no llevaba. Le quité la billetera y tenía 80 mil pesos, le quitamos sólo 20 mil para los pasajes. Cuando pasamos, el señor grita: 'la guerrilla de civil'”.

Comenzaron a correr tan veloces como pudieron, pero el Ejército los rodeó, les disparó y lanzó granadas. No saben cómo salieron vivos. Cuando se dieron cuenta que no había forma de escapar, Tania cogió el pantalón blanco que no le había quedado a Yeison y lo levantó cual bandera en señal de que se rendían.

El comandante de esa tropa, al ver el pantalón blanco, ordenó a sus soldados que cesaran el fuego.

-¿Quiénes son ustedes?-preguntó el comandante.

-Somos guerrilleros del Frente 39 de las Farc. Queremos desmovilizarnos- respondieron.

- Y entonces, ¿por qué corrieron?

-Porque pensábamos que eran las AUC.

-Sean bienvenidos a la sociedad.

Esas palabras fueron el bálsamo que habían estado necesitando escuchar desde hacía un año, cuando empezaron con el plan de la fuga.

Los llevaron a una casa que, para su desgracia, era del señor que acaban de atracar. El hombre, furibundo, le comunicó a los soldados que ellos le habían quitado 20 mil pesos, de modo que les tocó devolverlos. Cuando esperaban, llegó un camión repleto de soldados. Uno de ellos, al parecer nativo de Bogotá, puyó con la punta de su fusil a Tania, aludiendo que era una mujerzuela de esas que se ponen en la carretera como carnada para hacer que los soldados caigan en emboscadas.

Otra nueva riña se formó en el lugar. Yeison le arrebató el fusil al soldado y estaba listo para atacarlo cuando el comandante de ese batallón lo impidió y calmó los ánimos.

Al rato llegó el comandante del batallón de Córdoba y los felicitó por la decisión de abandonar las armas.

“Le conté lo que le hizo el soldado a Tania y que si esa era la bienvenida de la sociedad, preferíamos seguir tirando bala en el monte”, dice Yeison.

Tanto como el soldado como su jefe fueron sancionados y obligados a ofrecer disculpas a la pareja.

Luego de pasar un tiempo escondidos en la Base Militar de Sevilla(Valle), se mudaron para Bogotá. El gobierno les daba una ayuda de 899 mil pesos para cada uno. Sin embargo, al estar tanto tiempo en la selva enloquecieron con la plata y la despilfarraron en trago y rumba.

El apoyo fue bajando y hoy sólo reciben 700 mil pesos para los dos. Se instalaron en el Carmen de Bolívar y organizaron mejor sus finanzas. Del dinero que recibían, ahorraban la mitad para comprar los materiales de construcción de la casa. La otra parte del dinero la usaban para la comida y uno que otro gasto que iba surgiendo en el camino. Hicieron lo mismo para pagar la mano de obra de la sencilla casa donde viven.

Haciendo un recorrido por los pueblos del departamento de Bolívar, los conocí. Me acompañó una funcionaria de la Agencia Colombiana para la Reintegración, con sede en Cartagena. La mujer llevó su carro, con tal de que conociera la historia de Tania y Yeison. Me sorprendió que estaba más interesada en saber acerca de las falencias del programa, que de exaltar la labor que realizan.

La pareja le confesó a la funcionaria que la razón de que mucha gente decida volver a las filas es porque no se adapta a la sociedad, se acostumbraron a recibir sus tres comidas y a vivir sin responsabilidades.

“Cuando recién salimos de allá, la mamá de Tania nos dio un celular 1.100 y no sabíamos ni cómo se prendía, ni cómo se apagaba. Hemos ido luchando para estar al día. Llega uno a este ambiente y se pregunta: ¿qué me pongo a hacer? No sé nada más que manejar un arma. En 2004 salí de allá; es decir, tengo 10 años. Soy como un niño”, dice Yeison, a quien le han propuesto que regrese a la guerrilla, pero, luego de conocer a Dios y de capacitarse para ser pastor, no quiere recaer en los mismos pecados.

-¿Usted ya se perdonó?-pregunto.

-Sí, pero no pude hacerlo solo. Necesité de la ayuda sobrenatural. Le pedí perdón a Dios y le rogué que a quienes les hice daño también lograran perdonarme.

Yeison tiene las piernas llenas de cicatrices, al igual que su espalda y brazos. Una de las más notorias está cerca de su rodilla, es una bala. Poco le gusta hablar de los errores que cometió mientras estuvo en las filas. Es muy probable que sean varios los muertos que cargue en la conciencia.

Hoy tienen un hijo, con el que aprendieron de qué se trata el amor verdadero. Él es el motivo principal por el que luchan todos los días para ser mejores personas... Y para no regresar a las filas.

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